Como la narrativa de cualquier lugar del mundo, la japonesa admite novelas de aliento épico (baste recordar las estructuras polifónicas de algunas novelas de Mishima: El marinero que perdió la gracia del mar, por ejemplo) y otras cuyo carácter se acerca más a la música de cámara: intimista, asordinada, no por ello, en ocasiones, menos grandiosa (Akutagawa no es menos conmovedor, por cierto, que Mishima). Kitchen, de Banana (cuyo nombre verdadero es, afortunadamente, Maoko) Yoshimoto, parece aspirar a la segunda categoría: un monólogo de mediana extensión a cargo de la protagonista, Mikage Sakurai, muchacha huérfana de toda orfandad cuyo propensión al sufrimiento resulta análoga a su gusto por la cocina como espacio habitable de cualquier casa: “Creo que la cocina es el lugar del mundo que más me gusta. (…). Incluso las cocinas sucísimas me encantan.” Líneas inaugurales del texto que seguramente no le habrán granjeado a Yoshimoto la simpatía no ya de las feministas, sino de las simples amas de casa.
Yoshimoto publicó Kitchen, su primera novela, a los veintitrés años. Nada justifica, pero sí ayuda a comprender méritos y deméritos de la obra en cuestión, que resulta una típica primera novela, y acaso allí radique su mayor interés. Es atendible sospechar que la joven Yoshimoto delineó con prudencia una estructura argumental sencilla y maleable: una jovencita que queda huérfana (la última en morir es su abuela) y es invitada a compartir departamento con Yuichi Tanabe, el dependiente de una florería al que su abuela estimaba. Yuichi vive con su madre, Eriko, que en realidad es un hombre travestido (es el tributo que la joven Yoshimoto le paga a la posmodernidad). Con este lineamiento de resolución más o menos sencilla, Yoshimoto hubiera plasmado, probablemente, una primera buena novela. Pero cae en la seducción de la complejidad y la novela se desmadra. Mikage ha tenido un novio que pereció en un accidente fatal y cuyo espectro la termina saludando a la vera de un río, traba relación con el hermano de su novio muerto, tiene sueños intrincados y de algún modo pueriles, termina dialogando con su madre, que parece tener la envidiable virtud de estar viva y muerta en tiempos alternos. La noticia editorial que precede a la novela afirma que Kitchen les revela a los occidentales “un Japón insólito” en el cual las nuevas generaciones están “llenas de ansiedad, temores y soledad”. Se podría conjeturar que algo muy similar les ocurre a las nuevas generaciones finlandesas, mexicanas, y hasta las que se desarrollan en el conurbano bonaerense.