En Hotaru, novela ganadora del Premio Extremo Negro 2014, Sancia construye un universo diferente para el policial argentino.
Cuando Martín Sancia Kawamichi tiró los dados para escribir la novela Hotaru, le tocaron las caras más complicadas: una geisha; otra geisha, pero esta sin el dedo gordo de la mano derecha; un montonero y su compañero; la localidad bonaerense de Derqui; luciérnagas; una adolescente. Qué sé yo, creo que lo mejor hubiese sido tachar la doble generala. Pero no; Sancia tomó todos estos elementos y escribió una novela ¿policial? ¿romántica? ¿erótica? ¿política? Vaya uno a saber. Tampoco importa tanto. Al final, lo que hizo fue escribir un librazo, ni más, ni menos. Un librazo de los que hay que leer.
Con habilidad, Sancia combina elementos que no deberían combinarse: Kaede, una muchacha educada en la cultura japonesa, regresa a Buenos Aires para reencontrarse con su novio Carlos Dantori, un cantautor de folclore devenido en un montonero de, valga el mal juego de palabras, poca monta. La joven es acompañada por una asistente, Maeko, que le traerá más de un problema y se convertirá, con el pasar de las páginas, en la protagonista indiscutida de la novela gracias a esa capacidad tan extraña de despertar miedo, ternura y admiración. Lo curioso es que el autor juega con el agua y el aceite, pero nos lo bate en un inútil intento de amalgama, sino que opta por conservar la identidad de cada cosa, de jugar su escritura en el espacio de diferenciación, de construir su historia desde la extrañeza antes que desde la verosimilitud.
La historia tiene sus muertos, sus idas y venidas, sus sorpresas. No vale la pena adelantar los giros, porque aquí el descubrimiento de la trama es al mismo tiempo el revelarse –¿o rebelarse?– de los personajes, que avanzan junto con los sucesos, que crecen o menguan según, no las necesidades de la trama, sino el ánimo de la historia, que no es lo mismo. Más allá de los elementos formales, la apuesta está en la utilización del lenguaje para crear un mundo de cadencias, de historias, de ritmos que no son siempre iguales. Porque Hotaru es un libro desparejo, pero en este caso no implica un defecto, sino un acierto. Las cosas nunca se parecen, nunca funcionan ni se interpretan del mismo modo, como los cuentos que Sancia incluye en la trama, los macabros relatos que las japonesas les cuentan a los dos montoneros y que convierten al texto en un extrañísimo juego de cajas chinas.
Hay en Hotaru una destreza narrativa admirable: está poblada de imágenes de una poética personalísima y poderosa, como la de las luciérnagas envolviendo la casa abandonada en plena noche, o la de los amantes maldecidos, o la de las cuatro personas que esperan en el andén, o la del beso debajo del viejo álamo. Pero así como la imaginación puede volar, también puede volverse pedestre hasta lo vulgar, y es ese contraste lo que da fortaleza a la novela, lo que la hace extrañamente cercana a pesar de jugar con algunos elementos lejanos a nuestra sensibilidad. El relato negro es casi una excusa lejana, el pretexto para contar una historia de marginales que no se parecen a los que conocemos o imaginamos, en un conurbano que no está estigmatizado ni recreado, sino utilizado como un elemento estético más dentro de un juego literario muy bien ejecutado.
Los cuerpos mancillados, doloridos, adormecidos, flagelados, mutilados son una constante en Hotaru, pero aún así, no hay morbo. En el universo de la novela, el peor dolor es el desarraigo de personajes que están tullidos en su interioridad más profunda. Resistiendo, escapando, soportando juntos, los personajes de Sancia están irremediablemente solos en su aspecto más íntimo. La historia de Kaede y Dantori es la semblanza de soledades, de incomprensiones, de vínculos que deberían funcionar pero que nunca terminan de engranar porque chocan con la realidad, con esa irreductible realidad que es la limitación y la muerte de todo.
Emparentada con el espíritu de la novela japonesa pero también con grandes referentes de la literatura argentina contemporánea como Leonardo Oyola o Juan Carrá, Hotaru quizás es solo la demostración de lo que logra un autor cuando se dispone a jugar en un plano novedoso, distinto, impensado. Porque si los dados salieron mal para Sancia, habrá sido mala suerte para él, pero segura fortuna para nosotros, sus agradecidos lectores.
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