Imaginemos:

En un lugar un hombre, o una mujer, frente a las creencias religiosas. Un credo, una verdad “absoluta”, una Iglesia que defiende, a capa y espada, su interpretación exclusiva y excluyente de los textos sagrados. La divinidad, la resurrección, la ascensión. La génesis y conformación del cristianismo. Revelaciones milagrosas; misticismo.

Un mundo fantástico, de ángeles y demonios.

El Cristo post mórtem entre las sombras del sepulcro.

El don de la fe y la sinrazón. Los dolores espirituales y el consuelo.

¿Alucinaciones?, ¿delirios?
¿Vivimos, gracias a Dios, inmersos en un ordenamiento social vaciado de contenido?
¿Un cuestionamiento espiritual, o religiosos?

Imaginemos:

En otro lugar, otro hombre u otra mujer frente a la contingencia; alguien que se encuentra inmerso en la irracionalidad de lo que existe.
Posiblemente un ser que ha perdido la fe en toda explicación sobrenatural y ya no se reconoce en ninguna mirada religiosa, pero tampoco lo conforma una concepción racionalista.

Una contradicción entre lo aparente y lo deseado; un resultado.

La razón ausente, de Carlos María Zampettini aborda, mediante una serie de ensayos, aquellos temas aún no resueltos, tal vez, por habernos quedado atrapados en la encrucijada que propone el desencanto. Un laberinto de conjeturas, de especulaciones; de ilusiones y utopías; de prejuicios y frustraciones; de experiencias insuficientes pero, también, de semillas de verdades.

Reflexión y significación; un trazado de articulaciones bien pensadas desde el imperio de la razón, a pesar de lo que queda por saber.

La responsabilidad y la conciencia; compromiso y coherencia.
Componentes existenciales y morales; el Yo moral.
La pertenencia; registros culturales. Un anclaje social; señales borrosas; enigmas y dilemas.

Los problemas fundamentales de la modernidad, y todo a pesar de tantos logros.
Las complejidades sociales; la mala información. Tensiones y conflictos latentes.

El hombre extraviado ante la convicción de la muerte. El fin de la vida, irreversible, sin repetición posible y sin sanción posterior. La existencia sin trascendencia, y el libre albedrío, naturalmente inevitable. Los principios y causas de todo lo que es, o puede ser, en el mundo.
En definitiva, el hombre frente a la tragedia de la existencia. Un “ser para la muerte”, y la angustia ante la nada que sostiene todo; el abismo, la finitud. Un mundo oscuro y un presente sin sentido.

El pensamiento moderno. “Todo aparece con la evidencia de lo necesario”. Las falsas apariencias.
Un intento de comprender la realidad, en su conjunto, como algo esencialmente racional.

La voluntad inquebrantable de avanzar hacia un conocimiento omnicomprensivo.
Creyentes, agnósticos y ateos en un diálogo, aún instrumental, entre la religión y otros enfoques.

La vida, conexión y sentido. Y, sobre la mesa, este libro que expresa una posición tomada en virtud de un análisis profundo; una obra que apela al ejercicio del pensamiento y a su comunicación.
Una fundamentación inteligente, desprovista de rodeos y eufemismos.
Un mensaje directo, y una clara interpelación, aunque en ausencia.

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¿Qué tuvo en consideración al tiempo de evaluar y decidir la oportunidad de publicar estas reflexiones sobre religión y modernidad? Sobre el mérito de la obra huelgan las palabras, es algo que está a la vista; me inclino más a preguntarle por el objetivo.

La decisión de publicar La razón ausente se origina en intentar el esclarecimiento de los temas allí abordados. Algunos, que por su trascendencia hacen a la superación espiritual del hombre, no deberían ser olvidados. Y otros (como el control de la natalidad, el aborto y la eutanasia), por su perentoria actualidad individual y social, no admiten ser postergados.

Quisiera encaminar la entrevista pidiéndole a usted una reflexión acerca de la cuota de responsabilidad que, a su juicio, debería asumir la Iglesia católica, como institución, en función de la prepotencia con que ejerció su posición dominante e influencia ideológica.

A la Iglesia católica, habituada durante siglos a juzgar y no ser juzgada, le resulta difícil aceptar veredictos ajenos. Aunque a fin de no parecer extemporánea realice, de tanto en tanto, algún «mea culpa», en general, estos se refieren a hechos pretéritos, sobre los que la historia ya se pronunció en consenso, como el caso de juicio a Galileo. Cuando las transgresiones de la institución se refieren a hechos actuales, incurre en general en un llamativo silencio.

¿Qué opinión le merece la idea de “temor reverencial”?

El «temor reverencial» el católico lo asocia con el «santo temor de Dios» proveniente de la deisidaimonia (temor a los dioses), que los romanos juzgaban superstición despreciable (propia de los pueblos bárbaros que, gobernados por déspotas, suponían que la piedad del pueblo consistía en mostrarse esclavos de ellos). El «santo temor de Dios» debe preocupar, ya que quienes reclaman sus castigos suelen estar muy dispuestos a reemplazarlos cuando estiman que estos no logran el efecto correctivo esperado sobre las «ovejas» pretendidamente descarriadas.

¿Cómo imaginar este mismo mundo, desde su origen, sin el más mínimo componente religioso? Y, ¿cómo imaginarlo, en estos tiempos, si estuviera experimentando un virtual proceso, acelerado, de abandono de toda concepción religiosa?

No creo que los humanos prescindamos algún día de la búsqueda de lo absoluto. No hay nada más fascinante que este misterio.

Tampoco creo que las religiones reveladas populares, como el catolicismo, con su carga de milagrería, superstición y fanatismo, vayan a desaparecer, como tampoco se extinguirá la creencia en espiritistas, brujos y sanadores. Lo mágico sigue teniendo una mayor vigencia que lo racional.

¿Cuánto pesa, en la actualidad, la teología y cómo medir sus alcances?

La teología, en la actualidad, despierta poco interés, ya que el creyente la adopta sólo como preámbulo de su discurso partidario.

La Iglesia católica, más allá de pretender imponer su ideología y sus verdades, hace ya un tiempo que descubrió que el mundo real es tan complejo y cambiante que difícilmente pueda ser encuadrado en dogmas u ortodoxias. ¿Está de acuerdo? ¿Qué reflexión le merece?

No será la Iglesia católica la que cambie, ya que es prisionera de sus dogmas. Si el fiel encuentra que la ortodoxia limita su comprensión del mundo, si la percibe como una armadura de hierro que lo aprisiona, deberá ser él quien se aparte de la sumisión dogmática y busque su verdad a través de las heterodoxias.

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¿Cómo describiría usted, en breve síntesis, lo esencial de la concepción universalista de la razón y cómo la visión positivista del conocimiento?

Sostengo la concepción universalista de la razón que no reconoce absolutos, pero sí niveles de certeza. Si nos alejáramos de la razón, la comunicación se deterioraría, toda propuesta se transformaría en un tembladeral y se extinguirían los siempre frágiles logros de la modernidad.

Aborto y eutanasia; dos claros ejemplos que dividen las aguas, en gran parte por razones religiosas. Hablemos del libre albedrío y de la conciencia como barrera.

Con respecto a la eutanasia, soy un firme defensor de que sea sólo el afectado quien decida. Con respecto al aborto provocado, a diferencia de la Iglesia católica, creo que es inevitable tener en cuenta el aspecto evolutivo del embarazo (como sostiene la legislación de la mayor parte de los países del mundo e, incluso, la mayor parte de otros credos). No olvidemos que el catolicismo considera criminales aun a los métodos que impiden la anidación del óvulo recién fecundado.

¿Se puede hablar de una incompatibilidad de caracteres entre ciencia y religión?

Si por religión entendemos a la veneración de esa fuerza sutil, intangible e inexplicable (Albert Einstein) que intuimos más allá de los secretos de la naturaleza, no habría incompatibilidad entre ciencia y religión; por el contrario, la ciencia nos conduciría a la religión.

Si por religión entendemos al conjunto de dogmas y creencias que definen a cada una de las religiones reveladas, la incompatibilidad que usted menciona es inevitable.

La mayor diferencia entre la ciencia y las religiones reveladas es que éstas se basan en «verdades absolutas» mientras que la ciencia, más modesta, admite que una teoría sea válida hasta que otra explique mejor los hechos.

¿Cuáles serían, desde su punto de vista, los problemas fundamentales de la modernidad?

El problema fundamental de la modernidad es que las mayorías aún no la aceptan.

Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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