El micro no venía y yo estaba perdiendo las ganas de esperarlo. Pero, como siempre, esperé un poco más, igual no aparecía, igual me quedé a esperarlo. Siempre pasaba lo mismo, mi inseguridad por irme y que pase el muy forro me dejaba clavado en la esquina, tibio, gris o simplemente como un pobre pelotudo pobre.

Me puse a leer las propagandas que estaban pegadas en el poste de luz y, entre tarotistas y electricistas, una frase se coló entre mis pensamientos cotidianos:

«Sea realista… pida lo imposible. 0-800 realidad»

Me quedé mirando el número y por un segundo toqué el celular. Después recordé que lo imposible lleva más realidad a mi vida que lo que verdaderamente vivo y marqué el número. Sonó una vez y me atendió una dulce voz que habló de corrido.

—Muy buenas noches, bienvenido a Sea realista, pida lo imposible. ¿Cómo va su día, Gastón? —me quedé esperando que la máquina repitiera la frase, pero me volví a quedar mudo—. ¿Gastón… está ahí?

—Eh, sí. —No le pregunté cómo sabía mi nombre para no caer en otra parte tibia mía.

—Usted llamó, usted me dice. ¿Por qué se comunicó con nosotros?

—La verdad, porque el 0800 es gratis, pero la realidad es que me llamó la atención la frase, y yo últimamente…

—Sí, ya lo sabemos, anda padeciendo la realidad. Le comento rápido cómo es esto: en la época 2.0 no podemos ofrecerles lámparas árabes a todas las personas que queremos ayudar y, por eso, como todos tienen el acceso al teléfono podemos darle la oportunidad que pida lo imposible.

—¿Y la parte de ser realista?

—La parte de la realidad se la dejamos a los clientes, nosotros no nos metemos en esas cosas por un tema de acelerar el proceso de la concesión imposible.

—Y hablando de lámparas, ¿cuántas cosas puedo pedir?

—Una, la realidad es una sola, Gastón. Sólo depende del ojo del cliente.

—Hmmm, está bien. —Me reí por dentro, estos enfermitos deben tener una cámara oculta o tienen una base de datos básica que desean ampliar con pelotudos como yo. —Algo imposible para mí hoy en día sería ver a mi tío Pocho.

—Usted entiende que su tío Pocho está muerto ¿verdad?

—Claro, por eso se lo pido.

—Entonces deje de mirar el poste y observe el Peugeot 205 que está por pasar en rojo.

Solté el teléfono y cayó al piso. Era mi tío. Puede ser que no, pero era mi tío, la puta madre. Desde el suelo, como una marabunta de hormigas enojadas escuchaba cómo la mina me seguía hablando. Agarré el celular y me lo volví a poner en el oído.

—Sé… sabemos que nos pusiste a prueba. Ahora dejá de ser como no querés ser y pedinos una realidad o pedinos un imposible, pero algo tenés que decidir.

Sonreí. Y me puse a caminar por la esquina.

—¿Mañana me vas a atender?

—Puede ser.

—Entonces quiero dejar de esperar las cosas que necesito.

—Listo.

El micro frenó en la parada, nadie bajó y yo subí. Agendé el número en favoritos.

Sobre El Autor

Esteban Dilo nació en Godoy Cruz, Mendoza, en 1984. Vive en Berisso y es alumno del escritor Leo Batic. Sus relatos forman parte de antologías españolas, mexicanas, colombianas y argentinas. La facultad platense de Bellas Artes eligió cuatro de sus cuentos para la producción de libros ilustrados con fines solidarios, la misma facultad realizó un cortometraje con una de sus obras. También fue seleccionado para una antología lovecraftiana que será publicado en breve por Edge en España. La revista Próxima fue la encargada de publicar su último cuento.

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