Lo habían volteado a Irigoyen hacía poco más de un año, y la crisis de la Bolsa del ‘29 se estaba haciendo sentir, y mal. Los milicos se estaban poniendo duros. Hasta en los tangos decían que no había un mango. Los cirujas hacían piruetas para encontrar algo para vender, y llenar el buche. Por morfar negociaban todo, hasta la vida.
Se armaban entreveros fieros. Todos andaban calzados, y cuando andaban en algo, más de uno hacía el último viaje hacia la Morgue. Y no te cuento el Hospital Piñero. Los matasanos no daban abasto para atender las cuchilladas, los balazos, y curar todas las pestes que traía la roña.
Después que empezaron los despidos en los talleres, la quema empezó a llenarse de otarios, La villa ya estaba, pero empezó a agrandarse como ubre de vaca servida. Caían de todos lados los chabones, con la patrona y los mocosos. Armaban casillas de cartón, o usaban como ranchos a los caños de Obras Sanitarias.
De bañarse ni se hablaba, ¡si igual no había agua! Alguna vez se hacían pasar por enfermos en el hospital y, de gauchos, los enfermeros los dejaban poner bajo las duchas con agua caliente. ¡Hasta les daban jabón!
Nunca habían cirujeado, y los veteranos los rajaban. Pero volvían y volvían, todos los días. Morfar era un albur, y la panza andaba chinchuda.
Yo justo estaba sentado en el boliche, tomando un café, cuando vi entrar a los dos cirujas. Eligieron la mesa de al lado y le ordenaron dos Legui al Ramón.
Juné la pilcha que traían. Era muy finoli, igual que los tamangos de cuero. Demasiado emperifolle para esos quemeros. Carburé al toque que en algo grande se habían prendido.
No soy chusma, pero sí curioso, así que cuando empezaron el chamuyo les puse la oreja. El que se largó a parlar fue el que miraba contra el gobierno. Era tan bizco que no se sabía para donde enfocaba, así que bajé la cabeza, y me quedé mirando el café. Me costó pescar la conversa, porque hablaba para adentro.
-Quiero que sepas de donde salió la guita. Es legal. El Cuervo, un lunes de Octubre hará cuatro meses más o menos, encontró un toco dentro de una lata de dulce, y cuando lo abrió, las fragatas saltaron al toque. No las pudo escamotear, porque pasó de matina, y todos se estaban junando para ver que se podían currar entre ellos. Ese fue el principio del quilombo. Se le fueron al humo, apurándolo para que entregara una parte, pero el Cuervo sacó el bufoso y tiró al aire. Entendieron que no iba a aflojar la rosca. En esa lotería no iba a haber premio consuelo. No y nones. Iba a ser de él y a joderse.
-Cuando Alicia, que nunca le dio bola a ningún macho, se le arrimó para chamuyarle, me palpitè que algo se venía. Después de darle los dos a la lengua un rato, el Cuervo chapó a la Alicia de un hombro y fueron rumbeando para el centro de la Quema.
-El Cuervo se paró sobre un cajón de fruta y empezó a hacer señas para que nos acercáramos. Fuimos. No fuera cosa que se broncara y empezara a los petardazos otra vez.
Cayò el Ramón y sirvió las cañas. El bizco se calló, y así se quedaron, mutis hasta que se las bajaron. Pidieron otra ronda. El birola siguió el parloteo y yo, escuchando.
-El Cuervo gritó “Por fin se me dio taba, cumpas, así que esta noche quiero farruca para todos, y paga la casa”, y la Alicia le siguió con un -“Chochamus, no se calienten por la carne y el alpiste, los conseguimos con la guita que pone el Cuervo”- y todos empezaron a aplaudir, chiflar y putear. Como te maginarás, no era para pegar el faltazo. Con la coneja que se corre, un asado regadito y gratarola, venía al pelo.
-Largamos temprano, como para pasarnos un yiletazo, y enfilar para la festichola. Se quedaron el Cuervo, y la Alicia con su barra, para preparar la parriyada y manguearle al yoyega unos cuantos tubos de tinto y semiyón. El Ramón aflojó. Si no, sabía que ni la foto le iba a quedar de este boliche. A eso de las diez, cuando, ya me iba acercando, me inundó el olorcito de la carne asándose al carbón. Se me hizo agua la boca. Estaba sin morfar desde la noche anterior, salvo unos mates con bizcochitos. Así fueron llegando todos. La Alicia cuidaba las brasas, y como para entonar la tenida, le enchufaba un vaso con semiyón a cada uno, de entrada nomás. Cuando la carne estuvo a punto, empezó a trincharla y poner trozos en hojas de papel de diario, para que cada uno se las arreglara con su daga, mientras el Garabito, con la guitarra entre sus brazos, cantaba unas milongas.
– Para tanto randebú, el asado resultó mistongo y durañona, así que la cosa siguió dándole al jugo de uva que le habían pechado al galaico. Pasado un tiempo ya largo, Garabito, chupado como secante usado, empezó a gritar-“Un aplauso para el Cuervo, que garpó todo el convite”- Todos aplaudimos, y un chabón saltó –“¡Que hable el Cuervo, que hable! ¡Cuervo hablá!”-y allí nomás se prendieron todos,”¡Dale Cuervo, el brindis, el chin-chin!” La Alicia, se paró medio tumbada por la curda, alzó los brazos y nos hizo callar.Nos semblanteó y nos gritó-“Para escucharlo, van a tener que eructar”- y allí nomás empezó a sacar billetes de una bolsa, y tirarlos al aire. “¡Gilunes!”-agregó- “¡nos lo morfamos! ¡Está en el buche!”.
En ese momento, el coso que escuchaba el cuento del birola se atragantó con la caña. Tosió y dijo:
-¿¡Me estas jodiendo, no!?
-¡Ojalá! La gran puta. Habían amasijado al Cuervo para robarle el vento, y después lo asaron para que lo lastremos. Eso te quería contar, ¡una semana estuve largando los chanchos! Marimacho ordinaria esa Alicia, ¿no nos podía haber dado carne buena y repartir la mosca a cada uno, y no tirar fragatas al aire y hacernos laburar de caníbales? ¡Cache’ndié! Quién sabe que pestes tenía el finado. Pero como te dije, ¡quedate piola! La biyuya es legal. Toda, toda legal.
No escuché más, y fui yo quien le pidío una caña al Ramón. La necesitaba. Año jodido resultó ser. Justo el ’32, la guita.