Una caracterización de vínculos y un misterio, el de ese padre extranjero.

Un secreto en el camino del inmigrante que decide  dar un vuelco en su historia, cambiándolo todo de raíz; guardando sólo para sí algunas partes. El hombre que reconstruyó su vida, y su único hijo.

Pasado el tiempo, llega el velorio y entierro de la esposa; el ataúd cerrado y la música de Mahler; el cementerio privado, algo macabro.

Y un año más tarde, otra muerte, otro funeral, el del amigo. Tumbas vecinas.

El hijo, no deberá visitar la tumba de su madre, tampoco la de su padre cuando éste muera: una promesa. Tumbas negadas.

Lo cierto es que, muerta la madre, el padre andaba a la deriva, había perdido el ancla. Ya era otra imagen, un viejo procurando retomar actividades abandonadas; entonces fuma en pipa, hace esculturas y comienza a escribir una novela. El hijo ya era escritor, autor de Agua (1997). Éste acababa de conocer a su futura mujer; la pareja hace planes y termina en París; diez años lejos de la tierra natal.

Del otro lado, que es éste, queda el padre extranjero y los recuerdos de la París que él conoció antes de instalarse en Buenos Aires.

El hijo vuelve en 1999; viene con su mujer, de visita y sólo por un mes. Toma conocimiento acerca de la novela que está escribiendo su padre; en principio, le resta importancia.

Así comienza esta historia que se abre en dos; que se abre de par en par, levantando barreras de protección. Una novela que nos habla de la lectura como punto de partida al tiempo de intentar correr un velo para acercarse, en parte, a una verdad. Y, asimismo, nos invita a reflexionar sobre un  eventual exceso de fe en los  libros y en la literatura.

Nos habla de la necesidad de reinventar la propia vida; de rupturas y recreaciones, de nuevos significados; de una emulación cruzada que alcanza al padre y al hijo.

Una novela que permite ver caer fortificaciones mediante una aproximación al pasado reciente.

Un abordaje orientado a exhibir un secreto vencido por puño y letra de su legítimo dueño.

El idioma detrás de las fronteras, de todas las fronteras.

Y el nuevo idioma, como un peso agregado al cuerpo.

Los dolores del idioma. Y una lengua que habla en silencio.

La represión de la lengua. Y la naturaleza mestiza de toda lengua.

Una lengua que habla en uno, aunque uno no la hable.

La belleza que encierran las palabras; las palabras exactas.

El sonido exacto.

Y, como alguien dijo: “la vida es algo más que un rompecabezas”.

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Teniendo presente que en la novela el padre espera consejos relacionados con el proceso de escritura, hago propicia esta oportunidad para pedirle algunas precisiones acerca del lenguaje,  trama y argumento en el marco de su producción.

No me gusta mucho eso de dar consejos, por dos razones: porque no me siento con derecho a hacerlo y, sobre todo, porque sé bien que cada escritor tiene sus métodos y, por lo tanto,  los métodos o los « trucos » que me resultan útiles a mí no necesariamente van a funcionarles a los demás. En mi caso, es más, me atrevo a decir que el método que utilicé en el pasado para escribir un libro no necesariamente servirá para uno nuevo. Suelo cambiar la forma de trabajar de un libro a otro. Me estimula y me parece importante. Aunque no es fácil, trato de repetirme lo menos posible, de sorprenderme y probar cosas nuevas. Y para eso es bueno no repetir métodos. Eso no impide que existe una línea de trabajo más o menos recurrente. Me importa mucho la música y la eufonía del texto; soy capaz de corregir, de cambiar una palabra, porque siento que a la frase le sobra o la falta una sílaba. Me importa que el lenguaje sea preciso, trato de huir tanto de los lugares comunes (de los tópicos) como del lenguaje demasiado alambicado; busco una simpleza que no sea obvia, una simpleza singular.  Me importa que haya una trama eficaz, una historia que interese al lector, pero sin caer en golpes de efectos; que cada hecho, por más fantástico o insólito que sea, parezca una consecuencia más o menos lógica de los hechos previos o, al menos, de los anhelos o deseos o temores del personaje. Me interesa indagar la estructura, aunque el lector no necesariamente lo vea de entrada, en su primer abordaje. Me importa mucho encontrar el narrador y el punto de vista más jugoso para la historia, e incluso explorar posibles clases de narradores como traté de hacer en « La sombra del púgil », una novela narrada en forma conjunta por tres hermanos y en la que mezclo una primera persona deliberadamente imprecisa, por lo que nunca queda claro quién de los tres está narrando o si son, es más, los tres hermanos quienes narran en una especie de voz colectiva…

Otro tema que aparece en la novela es el de los talleres literarios en las cárceles. ¿Ha tenido la experiencia de impartir talleres en unidades penales?; ¿qué opina de la escritura en contexto de encierro?

Fui unas cinco o seis veces a una unidad penal, a charlar con los presos, que en algunos casos habían leído mis libros en las semanas previas. Fue una experiencia fuerte. Un preso, recuerdo, me regaló un cuento que había escrito y me mostró una especie de revista que publicaba con otros detenidos. Fueron encuentros muy enriquecedores porque ellos me hicieron preguntas acerca de mi trabajo (muchas preguntas vinculadas con el dinero y con el « negocio » de los libros, extrañamente) y yo les hice preguntas a ellos. Pero no hubo un momento de taller escritura, cosa que lamento. Tengo una buena amiga, en cambio, que pasó años impartiendo talleres en cárceles. Con ella siempre evocábamos, desde luego, el caso de Cervantes que escribió el Quijote en una cárcel. Lo mágico del oficio de escribir es que puede hacerse en cualquier lado, basta tener papel (o algo que lo reemplace) y lápiz (o algo que lo reemplace). Peter Moen escribió su impresionante diario cuando estaba preso, bajo el régimen nazi, y lo hizo perforando con una pequeña aguja unos pedazos de papel higiénico…

Desde la zona gris que une la realidad con la ficción, ¿podríamos trazar un paralelo entre Un padre extranjero y la historia de Józef y Jessie, marcando coincidencias?

Bueno, de eso se trata en gran medida mi libro. De un narrador que quiere escribir una novela con Józef y Jessie como personajes y que, al mismo tiempo, va entendiendo por qué esa historia le interesa y cuántas coincidencias, ecos y semejanzas hay entre la historia de su padre y la historia de Józef. Me ha gustado explorar, justamente, esa zona gris entre la realidad y la ficción. Los límites muchas veces imprecisos entre lo que consideramos real y lo consideramos imaginario.

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Edición española de la novela (Impedimenta)

¿Cómo imagina usted al lector ideal?

El lector ideal es más inteligente que el autor. Es capaz de desconfiar del narrador. Es reacio a ser pasivo y está dispuesto a jugar el juego. El lector ideal está deseoso de embarcarse en la “suspensión de la incredulidad”, pero no a cualquier precio. Es abierto y poco prejuicioso. El lector ideal compra libros y hace con ellos lo que quiere (se los presta a un amigo, se los regala a una persona que ama, los llena de anotaciones con birome, guarda entre sus páginas boletos de colectivo), pero ante todo los compra, no los descarga de Internet ni los fotocopia. El lector ideal trata de contagiar su entusiasmo por la lectura. El lector ideal le da sentido al libro. El lector ideal, como dijo alguna vez Alberto Manguel, sabe aquello que el escritor sólo intuye.

Por favor, hablemos de Meen, ¿cómo surge este personaje?

Meen existió realmente. Descubrí su existencia leyendo un libro de recuerdos que publicó Jessie, la mujer de Joseph Conrad, años después de la muerte de su esposo. En su libro, Jessie dedica muy pocas líneas al incidente: cuenta que un extranjero, un alemán llamado Meen, apareció un día en las inmediaciones de su domicilio, en el sur de Inglaterra, en Kent, decidido a matar a Conrad. El alemán aseguraba que él y Conrad habían trabajado como marineros, tiempo atrás, en un mismo barco.Y estaba persuadido de que Conrad lo había tomado como modelo para un personaje. No solamente que lo había tomado como modelo, sino que, encima, le tomaba el pelo en ese cuento. El cuento se llama « Falk » y, según Jessie Conrad, el tal Meen pensaba que Conrad se burlaba de él mediante un personaje llamado Hermann. Ahora bien, leyendo el cuento uno no entiende qué le pudo haber molestado tanto a Meen.

¿Qué puede decirnos acerca de la Teoría empírica del segundo idioma?

Es una teoría bastante delirante y nada científica, que menciono en un pasaje de mi novela. Me gusta pensar que cuando uno tiene un segundo idioma que habla relativamente bien (aunque sin llegar a ser bilingüe), ese idioma es el que más influye en un tercer idioma. Durante años mi segundo idioma fue el inglés y mucha gente me decía que hablaba francés (idioma que adquirí luego) con un leve acento inglés. No solamente eso, sino que cuando empecé a hablar francés incurría en muchos anglicismos. Ahora me ocurre al revés: el francés se ha convertido en mi segundo idioma, desplazando al inglés al tercer lugar; ahora cometo galicismos cuando hablo en inglés… Esa es mi teoría, en todo caso. Y  toda teoría no científica es buena si sirve para divertirnos un rato.

¿Qué representa Pent Farm en este momento, en esta etapa de su vida?

Joseph Conrad vivió varios años en la granja de Pent Farm. Allí escribió algunos de sus textos más potentes. Allí trabajó codo a codo, al principio, con Ford Madox Ford. Allí recibió a muchos amigos escritores como, por ejemplo, el pampeano Guillermo Hudson. Allí vio crecer a su hijo mayor, Borys, que es un personaje importante en mi novela. El narrador de la novela quiere visitar esa granja para documentarse, pero sobre todo porque le apasionan los viajes, es alguien sumamente curioso y le parece una pena no aprovechar  la excusa de la novela y dejar pasar el viaje al sur de Inglaterra. En la novela voy contando lo difícil que le resulta acceder a la granja y el abismo que existe entre lo que pudo imaginar antes de viajar (lo que idealizó, digamos) y la granja verdadera… A la hora de escribir una novela que habla de literatura, pero también de vida familiar, me pareció que un lugar como Pent Farm condensaba bien esas dos vertientes. También condensa bien, me parece, esa tensión entre lo familiar y lo extraño que es otro eje de la novela.

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¿Qué sentimiento asalta a una persona que experimenta, aunque parcialmente, algún desvanecimiento de su identidad?; ¿cómo manejar el despliegue de conjeturas?; ¿Cómo iniciar una relectura de la propia historia?

El pasado se reescribe todo el tiempo. Cada hecho más o menos potente que nos ocurre nos invita (es más, nos fuerza) a releer nuestra propia historia. Es un poco como lo que decía Borges sobre Kafka y sus precursores, ¿no? Borges decía que todo escritor crea sus precursores. Que la existencia de un autor como Kafka da un sentido novedoso a una serie de textos escritos anteriormente, textos muy diversos como un cuento de Hawthorne o una novela de Flaubert, porque nos los hace leer, de pronto, en clave kafkiana. De no haber existido Kafka, esos textos quizá no hubiesen sido puestos en relación… Así como hay autores más potentes, que sacuden y reorganizan en forma especialmente categórica el pasado (la tradición, la historia de la literatura), lo mismo ocurre en el caso de ciertos hechos o ciertas informaciones que tienen un efecto más poderoso, más explosivo en nuestras vidas. Enterarse de un secreto paterno, por ejemplo.

¿Cómo se lleva con la nostalgia, con textos de recuerdos y reminiscencias?

Me aburre y me parece peligrosamente insulso cuando se trata de celebrar el pasado solamente para decir que « ayer fue mejor » o con un propósito autocelebratorio.  No me gusta esa clase de nostalgia. Me gustan las reminiscencias que no tienen olor a velorio o a naftalina. Los recuerdos que se han ganado el derecho a ser recuerdos y a no caer en el olvido precisamente por eso: porque son inolvidables. Porque reclaman ser contados.

Georges Perec (Peretz): “el hallazgo tardío de un viejo libro” y esa suerte de “antología premonitoria”. Hablemos de ello en el marco de esta historia.

El relato de Georges Perec que menciono en la novela se llama « Le Voyage d´hiver » (El viaje de invierno) y cuenta el descubrimiento bastante accidental de un libro raro, escrito siglos atrás por un autor ignoto, un tal Hugo Vernier. Lo curioso de ese libro es que en él están anticipados los mejores versos de la poesía francesa de los años posteriores a Vernier: lo mejor de Verlaine, Mallarmé, Baudelaire, Rimbaud, Apollinaire…  El descubrimiento de ese libro secreto obliga a rever con otros ojos la supuesta « originalidad » de esos autores famosos que, se sospecha, conocieron el libro de Vernier y lo plagiaron. Yo menciono este relato de Perec en el marco de mi novela cuando hablo del  efecto perturbador que produce el hecho de descubrir tardíamente un secreto familiar, y cómo esto replantea todo, cómo esto obliga a rever todo lo que uno daba por aceptado.

La “Carta al padre” de Franz Kafka termina sugiriendo que, acercarse a la verdad en la relación entre padre e hijo puede hacerles, a ambos, más fáciles la vida y la muerte. Le pido una reflexión, obviamente, en el contexto de la historia que nos reúne.

Conozco el texto el Kafka y me parece admirable. Yo tuve, a diferencia de Kafka, un vínculo muy cordial con mi padre… con mi padre y con mi madre, por cierto. Pero, como le ocurre al narrador de mi novela (que es una novela que mezcla elementos autobiográficos con hechos imaginados), cuando yo tenía  alrededor de 15 años, mi padre me convocó y me dijo, para mi enorme asombro, que en verdad él tenía más años que los que indicaba su pasaporte. Este fue el primero de una serie de secretos que él me fue confesando paulatinamente o que incluso, en otros casos, yo descubrí por mi propia cuenta. Esta cadena de descubrimientos forma parte de la trama de la novela. Creo que tanto mi padre como yo buscamos, en los últimos años, acercarnos a la verdad. Pero a mi padre le quedaron secretos por revelar… acaso porque no se atrevió, acaso porque no supo o no quiso hacerlo, acaso porque yo me fui a vivir al extranjero dos años antes de que él muriese y mi ausencia no ayudó a que él pudiera sacar a la luz esos últimos secretos. La novela no toma partido al respecto de las razones. Yo barajo una serie de hipótesis. No niego, sin embargo, que fue algo amargo descubrir que mi padre no alcanzó a revelarme una serie de secretos. Me atrevo a decir, en tal sentido, que la muerte de mi padre se « hizo difícil » y se hizo larga porque, pese a que él ya estaba enterrado, yo seguía descubriendo cosas. Entre ellas, como se cuenta en el libro, que mi padre dejó una novela casi terminada. Una novela que tardé en leer, supongo, porque aplazando su lectura tuve la ingenua ilusión de postergar aún más su muerte.

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Sobre El Autor

Ex funcionario de carrera en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Desempeñó el cargo de Jefe de Difusión entre 1988 y 1995. Se retiró computando veinticinco años de antigüedad, en octubre de 2000, habiendo ejercido desde 1995 la función de Jefe del Departamento de Técnica Legislativa y Jurisprudencia Parlamentaria. Fue delegado de Unión Personal Civil de la Nación (UPCN) - Responsable del Área Profesionales- en el Poder Legislativo Nacional. Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la U.B.A. Asesor de promotores culturales. Ensayista. Expositor en Jornadas y Encuentros de interés cultural. Integró el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Se desempeña en el Centro de Narrativa Policial H. Bustos Domecq. Es secretario de Redacción de Evaristo Cultural, revista de arte y cultura que cuenta con auspicio institucional de la Biblioteca Nacional (M.M.)

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