Cuando te fuiste
me pregunté si sabias
que tenías guardado en el bolsillo
un hilo traslúcido,
prácticamente imperceptible
que me iba descosiendo
la piel.
Al principio
no le di importancia;
sentía solamente
un cosquilleo
en las puntas de los dedos;
me preocupé
cuando empezaron a desaparecer
las huellas dactilares,
cuando noté que mis uñas
se deshilachaban,
hasta que mis manos
se convirtieron
en miles de fibras afiladas
que de a poco
devoraban
lo que aún persistía
de mi envoltura.
Sospecho
que realmente
no tenías idea
acerca de la existencia
de ese hilo
en tu bolsillo
que me destejía
parte por parte:
primero deshacía
el epitelio
y luego
las fibras
aparentemente inocuas
se alimentaban
de mi carne;
así
mi propio cuerpo
se despedazaba
y se nutría
de sí mismo.
Entendí
que despedazarse
y nutrirse
es prácticamente lo mismo:
que para nutrirse
es necesario
destruir
devorar
aunque se trate
de tu propia piel;
que es inconcebible
alimentarse de algo
sin robarle
un poco
de lo que es
sin quitarle
un poco
de vida.
También comprendí
después de transformarme
en puras fibras
tratando de consumir
el hueso
tratando de aniquilar
la estructura,
que
desde el principio
nos estuvimos descociendo
pero
nunca
nos dimos
cuenta;
que lo único que hacemos es
devorar
(devorarnos)
y que nutrirse
(nutrirnos)
es sólo
un pretexto.