Un grupo de pibes de barrio creciendo en ese tiempo en el que ya no son chicos, pero todavía no se “hicieron” hombres. Ese espacio en el que no tienen la obligación de nada y la ambición de todo.

Juan, Julián, Pablo y Ringo, con Coco como manager, forman su propia banda tributo a los Beatles: Los Escarabajos. Buscan en la música lo que no encuentran en otro lugar, mientras patean las calles de Villa Martelli en los noventa. Y cuando no lo hallan en la música, lo buscan en mujeres y en drogas.

Sacan temas de Los Beatles mientras tratan de entender sus temas y miedos: sus familias, el trabajo -o la falta del mismo-, la violencia a la vuelta de la esquina, frustraciones de piernas que se cierran y corazones que no se abren.

Los Escarabajos es una novela que habla de lo mil modos de querer y de encontrarse a sí mismo.

Una historia sobre la necesidad de tener sueños.

Y del precio de esos mismos sueños.

Hablemos del nacimiento de Los Escarabajos y de su proceso de escritura.

Los escarabajos son producto de un ejercicio que propuso Guillermo Saccomano en su taller. Primero fue un cuento y luego, cuando creció, lo mudé al taller de Iosi Havilio. Fue una escritura de más de tres años, y no creo que haya sido demasiado. El trabajo fue intenso por temporadas y también hubo un tiempo de distancia de más o menos seis meses en los que los extrañé tanto que cuando nos volvimos a encontrar no nos separamos nunca más.

Podría decirse que Los Escarabajos es una novela sobre la amistad, y al mismo tiempo, sobre la soledad. Me interesa saber cómo articulaste esta oposición a la hora de escribir la obra.

Los personajes de Los escarabajos se sienten solos, sin contención. Juan es un paria, y su orfandad es algo que lo constituye más allá de lo adquirido, de la vida que le tocó. Es su condición, su estado, su identidad. Ninguno de ellos se identifican con quienes los educan. La amistad, en cambio, los hace sentirse acompañados en ese vínculo en el que pueden desplegarse y eyectarse hacia lugares inesperados, infinitos, sorprendentes. No fue premeditado, pero creo que en la historia la amistad funciona como un opuesto de la soledad, y eso me gusta, pero sobre todo me tranquiliza.

El póster de Lennon que Juan tiene en la pieza tranquilamente podría ser una estampita o un crucifijo. ¿Se podría decir que el arte funciona como -o sustituye a- la religión?

Más que de religión me parece que se trata de fe. Fe en la música, en Lennon. El arte viene a sustituir vacíos, pero también a crear nuevas formas de subsistir. Hay gente que eso lo encuentra en un Dios, en un animal, en una vocación. Estos personajes lo encuentran en esa creencia que potencian entre todos cuando se dan cuenta de que pueden reversionar, inventar sobre lo inventado, darle una nueva vida a algo que nunca murió y que aman y veneran, que es la música de Los Beatles. Esas canciones infinitas que se siguen abriendo en historias. Quien cree en algo tiene un camino a seguir, un parámetro, un ideal hacia el que va. Freud dice acerca del ser creyente que «su vida emocional está determinada por la distancia que le separa de su ideal «.

Uno de los temas que aborda la novela es el de las diferentes maneras en que se lidia con la paternidad. Desde el punto de vista de los hijos siempre hay una insatisfacción, que en este caso oscila entre la ausencia de los padres del huérfano y el consecuente deseo de tenerlos, y el agobio y el control que “sufre” otro personaje y el deseo de que desaparezcan. Sería interesante, si te parece, que profundizaras en esta idea.

¡Ay, los padres! Esos seres que un día te das cuenta de que son tan falibles como cualquiera y que hasta pueden caerte mal. Un amigo perdió a su papá a los doce años, lo que provocó que la imagen del padre quedara para el Inmaculada. No tuvo tiempo de contradecirlo, matarlo, revivirlo y todo eso que suele hacerse, ese camino de diferenciación, semejanza, reconocimiento. Me gusta completar las historias que no se completaron en la vida real. Eso de indagar en la fantasía de cómo hubiera sido si… El contrapunto, eso de rechazar a los progenitores, o de desear que se esfumen, fue como poner la otra mejilla, el lado B. Me gustó el trabajo sobre esa polaridad.

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La narración posee unas interesantes elipsis donde eventos de gran impacto son sucedidos por escenas más anecdóticas. Me gustaría saber cómo decidiste esta estructura y si el efecto fue buscado.

La novela fue escrita de un modo bastante desordenado que nunca me preocupó. Cuando más o menos había contado todo lo que quería, vino una etapa hermosa que fue la composición. Resumí cada capítulo en una ficha y le adjudique un color a cada personaje, luego miré ese todo y empecé a ordenarlo. Un capítulo de Juan, uno más ligero de Pablo, uno de todos seguido de un día cualquiera en casa de Ringo, y así. Eso de armar y cambiar y desarmar lo hice mil veces, probando diferentes combinaciones, hasta que encontré una que me gustaba más que nada en términos rítmicos y musicales. Para mí si la novela suena bien es gracias al tiempo invertido en esa composición en la que me propuse una música de tres tiempos que, con el perdón de los músicos, tenía las siguientes categorías: alto, liviano, doméstico.

Siguiendo con esta sensación de contraste que se desprende de la obra, hay un choque entre el deseo de los personajes por encontrar su propia identidad, mientras se presentan al mundo como un homenaje o un cover, algo que se resignifica al final de la novela. ¿Podríamos pensarlo como que lo que uno ama, a veces, es cárcel y, otras veces, es el soporte sobre el que pararse? ¿Dónde ves el equilibrio?

Para mí es más difícil copiar o imitar bien alguna cosa que ser original. La originalidad viene con uno, no hay nadie igual a nadie, pero eso se pierde de vista fácilmente y muchas veces nos creemos vulgares, comunes. Marguerite Duras en su libro «Escribir» dice que ella es «el triunfo de la banalidad». Alejandra Pizarnik en sus diarios se queja reiteradamente de que todo ya fue escrito, y se pregunta para qué entonces seguir escribiendo. En fin. Los escarabajos están construyéndose, conociéndose, y una de las opciones de búsqueda es la de la imitación, que en apariencia es un atajo, pero sólo en apariencia.

Participaste y brindás talleres literarios. ¿Cuál considerás que es el principal atractivo de asistir a uno? ¿Sentís que vos, como escritora, te retroalimentás al dictar un taller?

Los talleres literarios ayudan a ordenar, a encontrar una metodología de trabajo personal, a leer mejor. Pero el gran mérito de los talleres reside en el hecho de compartir el trabajo con otro u otros. La lectura en voz alta es el mejor ejercicio al que puede ser sometido un texto. Luego viene el debate, las lecturas complementarias, las consignas. Pero insisto: la lectura en voz alta es lo más importante. O al menos lo que más sirve. Yo suelo terminar las clases con una manija tan grande que me angustia, quiero leer a todos los autores de los que hablamos y leer todo lo que leen los autores de los que hablamos, y hacer todos los ejercicios y preparar nuevas clases… Sí, las clases me retroalimentan al punto de que a veces temo morir de gula literaria.

Las novelas de iniciación tienen generalmente que ver con la perdida de la inocencia y el dolor que provienen de esa situación. Me parece válido preguntar qué entendés por inocencia y cuál sentís que es lo que termina de definir el pasaje de adolescente a adulto.

En principio gracias por hacerme pensar qué entiendo por inocencia. Inocente es alguien que no es culpable, pero esa no es la acepción que nos ocupa. Inocente es alguien que aún no sabe algo ¿no? Que anda de algún modo inadvertido. La inocencia siempre se relaciona con la niñez, ese momento en el que se cree casi por completo en la bondad, las buenas intenciones, lo lindo del mundo. No creo que » la pérdida de la inocencia» se dé en un momento, con un determinado hecho. Creo que es algo que se va gestando, una desconstrucción, una sucesión de hechos únicos y personales. Siempre me molestó esa relación de pérdida de inocencia y primera experiencia sexual. Como si no se pudiera ser un amante inocente durante toda la vida. Es algo en lo que quisiera seguir indagando, así que pongamos que la respuesta continuara…

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¿Quiénes son tus referentes? ¿Y en especial para Los Escarabajos?

Te digo algunos estímulos que me acompañaron el tiempo de escritura de la novela. La metamorfosis y El pabellón número seis y algunos otros relatos, de Franz Kafka. El doble, de Otto Rank. La preparación de la novela, de Roland Barthes. El origen de la tristeza, de Pablo Ramos. La pieza del fondo, de Eugenia Almeida. El doble, de Dostoievski. Todos los cuentos de Poe. El buen dolor, de Guillermo Saccomano. Y siempre la poesía, en especial la de Héctor Viel Temperley y la de Vicente Luy.

¿Cómo manejás el clima, la atmósfera, en tus narraciones?

No sé cómo lo manejo y si es que lo logro. Lo que sé es que yo quería escribir un relato con olor, color y textura de los años noventa (nunca sé si es noventa o noventas). Es más, hoy me parece que podría haberle agregado más detalles. Porque crecer, ser adolescente en esos años, tuvo una magia increíble junto a un desconcierto con el que no sabíamos qué mierda hacer. Éramos magia, desconcierto, hormonas, alcohol, familias, bandas, sexo, milanesas, música, amigos, y un barrio hostil, difícil. Y teníamos a Ménem de presidente.

¿Cómo abordás en tu obra el trinomio “lenguaje, trama, argumento”?

Articular un trinomio suena a algo muy importante. A mí el argumento me fue haciendo encontrar la trama. El lenguaje lo tenia conmigo pero también lo busqué escuchando música de ese tiempo, viendo vídeos de programas de televisión, y hablando con amigos, recordando anécdotas para ficcionarlas aunque los recuerdos ya se modifican inevitablemente al ser transcriptos. A veces pienso que decimos hacer ficción porque es un modo mucho mas pretencioso y elegante que decir, lisa y llanamente, que nos dedicamos a la mentira.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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