Un joven publicista ha utilizado, en una de sus campañas, una fotografía, aparentemente anodina, que lo ha puesto en el punto de mira de un influyente grupo financiero. Se trata de la imagen de un rebaño de ovejas y carneros en un prado: uno de los carneros posee, al parecer, un poder peculiar. La monótona y en absoluto extraordinaria vida del joven, fumador empedernido y recién divorciado, da una insospechada vuelta de tuerca al embarcarse en una extraña búsqueda: deberá viajar al norte de Japón para encontrar a toda costa a ese peculiar carnero. Si a esa línea argumental se le añaden una misteriosa joven con unas orejas exquisitas, un amigo prófugo (el entrañable «Rata»), un profesor obsesionado con los ovinos y un hombre disfrazado de chivo (el Hombre Carnero que aparecerá en Baila, baila, baila ), esta novela se convierte en una de las singulares obras maestras del célebre autor japonés.
Haruki Murakami nació en Kioto en 1949. Estudió literatura en la Universidad de Waseda, y regentó durante varios años un club de jazz. Es uno de los pocos autores japoneses que ha dado el salto de escritor de culto a autor de prestigio y grandes ventas tanto en su país como en el exterior. Profesor en las universidades de Princeton y Taft, ha traducido al japonés a autores norteamericanos como Fitzgerald, John Irving, Carver o Salinger. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Noma, el Tanizaki, el Yomiuri y el Franz Kafka. Su obra, subyugante, imaginativa y lírica a la vez, es ya una referencia ineludible de la literatura mundial. Tusquets Editores ha publicado sus novelas Crónica del pájaro que da cuerda al mundo; Sputnik, mi amor; Al sur de la frontera, al oeste del Sol; Tokio blues. Norwegian Wood y Kafka en la orilla, así como el libro de relatos Sauce ciego, mujer dormida (II Premio Frank OConnor). Con su novela After Dark (cuyo título alude, entre otras cosas, a la pieza musical Five Spot After Dark, de Curtis Fuller), Murakami da una vuelta de tuerca a su ya bien conocido universo, posa su mirada versátil en personajes solitarios y en encuentros accidentales que más parecen desencuentros, y capta una amenazadora pero difusa sensación de peligro que todo lo impregna, como la omnipresente música de fondo.