Las novelas originales, en la literatura argentina, no abundan y no hace falta llegar a la hipérbole que utilizó Borges, cuando sostuvo en su célebre prólogo que La invención de Morel era una de las mayores novelas del mundo, para destacar la espléndida confección de Osvaldo Gallone en su nueva pieza narrativa. Bien se puede recordar aquí lo que Kundera escribió sobre una de las contribuciones de Hermann Broch en El arte de la novela: “un nuevo arte del contrapunto novelesco, capaz de soldar en una única música la filosofía, la narración y el ensueño”. Hay que situar La boca del infierno, que acaba de publicar Evaristo editorial, dentro de estas características.

Se puede precisar que, entre los muchos méritos que tiene esta obra, el principal de ellos reside en su prosa, que el autor ha desplegado ampliamente, desde el punto de vista estético, para contar una historia que es muchas historias y narrar un encuentro (entre “un poeta claramente desencaminado de la realidad y un nigromante con inclinaciones satanistas”) que, a su vez, se transforma en un cruce de caminos, cuyas bifurcaciones y meandros se asientan en recursos de la más alta calidad literaria. Hace muchos años Gallone publicó su primera novela, Montaje por cortes, donde su principal personaje era Pier Paolo Passolini. Ahora es a Fernando Pessoa a quien encontramos navegando en estas doscientas páginas.

El cronista, “mondo y lirondo, a secas y sin otros atributos”, al igual que el yo narrativo, se disuelve, arma su entramado textual en una feliz combinatoria de géneros y de saberes, por donde circula el humor y la enorme destreza que el autor posee en el uso de la lengua castellana. No importa entonces que existan ciertas disonancias entre un personaje de habla portuguesa y algunos villancicos, rondas, refranes, retahílas y demás ejercicios lúdicos, consustanciales a nuestro idioma, que posiblemente sólo desaparecerán cuando nos alcance el silencio universal.

Tal como escribe Ana Pelegrín en La flor de las maravillas, donde confiesa que el propósito central de su investigación es indagar sobre “los elementos básicos de la poesía oral en el juego infantil”, Gallone apela a retruécanos y dislates de la tradición oral (o inventados por él) al recorrer un enorme espectro lingüístico para presentarnos el extraño encuentro entre el mayor poeta de lengua portuguesa  y el célebre ocultista Aleister Crowley, un día de 1930, el 2 de septiembre precisa el cronista, quien llegó a Lisboa a bordo del buque Alcántara. Juego, eficacia narrativa, una buena dosis de humor y una inusual riqueza prosódica, encontramos en esta obra que merece calificarse de gran novela.

En sus cuatro partes se alternan personajes varios, pero creo que el mayor de ellos (y no puedo escribir esto sin una nota de duda) es el propio cronista, como en la mejor tradición de las “crónicas de Indias”, pero con una función peculiar: “…no hay cronista o narrador que no sea, en el fondo de su alma y en lo profundo de su puerilidad, un sentimental, rasgo constitutivo de carácter que lo impulsa a prohijar a cada uno de sus personajes por menor o subsidiario que sea el lugar que ocupa en la Historia grande”. Sin embargo, el cronista no es sólo quien hace “revivir” a Pessoa, sino que es aquel que permite dotar de “ensueño” a una narración que, de otro modo, se perdería irrevocablemente en el desierto de la triste realidad.

Alguna vez Enrique Molina nos dijo que “la poesía es ese descenso al infierno, el vicio y el terror”. No otra cosa es la magnífica “Puerta del Infierno” de Rodin. Por eso mismo, la experiencia estética puede conjugar el “pánico”, el horror frente al todo del Universo, como el placer por ese mismo contacto. La boca del infierno de Gallone es, alternativamente, un sitio horadado por el agua en Cascais, un símbolo, un texto, el lugar donde se produce un encuentro documentado por los periódicos de la época, especialmente por la “desaparición” de Crowley, rumor que Pessoa se prestó a consolidar por pedido del efímero visitante, hipótesis falsa, ya que el ocultista había corrido, en realidad, tras los pasos de su joven amante, Hanni Jaeger; pero es también otras cosas, dentro de una realidad múltiple y de los nombres que tratan de enmarcarla. Es tanto el epígrafe de Manuel Scorza como el del imaginario Giovanni Lerma, supuestamente un autor del siglo XVII, que escribió unos apócrifos Versos satíricos y morales, que al mejor estilo tanguero urdió: “¿Dónde están aquellas bocas / de Milán y de Palermo? / Ahora besan otras bocas / en la boca del Infierno”.

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Pessoa, autor de Oda marítima, transmutado para este poema esencial en Álvaro de Campos, es presentado en la primera parte de La boca del infierno con “un paraguas de mango largo y doscientos veinte centímetros de diámetro bajo cuyo palio, si las circunstancias cuadraran, cabrían cómodamente media docena de portugueses de complexión mediana”. Esta mezcla de despropósitos y de agudas reflexiones (“Hay relaciones que comienzan por cimentarse en el malentendido, progresan hasta el pasmo y concluyen en el desconcierto.”) le proporcionan a la novela un ritmo extraordinariamente singular. Gallone no duda, con un toque de delirio quijotesco, en atravesar algunos siglos, desde la esfumación del cadáver del rey don Sebastián, en 1578, en la batalla de Alcazarquivir (Marruecos), devenida en el origen del Sebastianismo (el rey durmiente que volverá para salvar a Portugal) hasta ese día de setiembre de 1930, pasando por irónicos comentarios actuales sobre las biografías consagradas a Pessoa: “la prescindible de Robert Bréchon, a la que no rescata ni la excelente traducción de Blas Matamoro”. Recordemos que Bréchon no sólo introdujo a Pessoa en Francia, en la tardía década del 80, sino que es considerado una autoridad en literatura portuguesa contemporánea. Pero como sabemos, la autoritas es una condición, como la de los académicos, muy devaluada en el registro de los escritores exigentes.

Todo se presta para ser integrado en la novela, dentro de límites sabiamente trazados, hasta los fragmentos apócrifos del Livro do desassossego, redactado en parte por Bernardo Soares y editado por Jacinto do Prado Coelho, que Gallone ha preferido traducir como Libro de la melancolía. Su experimento fue practicado con sumo éxito. Este conjunto de papeles que Pessoa dejó, a su muerte en 1935, en el baúl de sus manuscritos, sin ninguna indicación precisa del orden de los fragmentos, debió esperar casi medio siglo para su primera edición en castellano, realizada por Ángel Crespo. Esperemos que Gallone no sufra ninguna persecución de alguna heredera de Pessoa por atreverse a “engordar” el desasosiego del poeta. Estos ejercicios suelen ser infructuosos porque rara vez alcanzan la nitidez del original. No es este el caso. Gallone ha dado, en estos fragmentos, con el tono justo de una de las cumbres de la literatura de nuestro tiempo.

Para el autor el mundo de los correctores es casi kafkiano, en el sentido que Kafka encontraba, en el ambiente de oficinas, algo fantástico. Ya en “La niña muerta”, que ganó en el año 2011 el III Premio de Novela Corta, convocado por el Ayuntamiento de Alcobendas, en España, uno de los personajes es presentado como un corrector que ingresó al diario tras una prueba “cuyo escollo más relevante era la palabra víbora”. En una de las entradas de la tercera parte, intitulada El topo, nos dice: “un corrector {…} es el último eslabón de la lengua, su lacayo calificado. {…} a las pruebas de corrección se las denomina galeras {…} los correctores hacemos las veces de galeotes {…} un corrector hurga, escarba, acecha {…} Yo soy un topo al borde de la ceguera que se agazapa detrás de cada frase en busca del neologismo, de la errata imperceptible, de la trampa de la sintaxis”. Sin ánimo de mezclar biografía con creación literaria, no puedo dejar de recordar que el autor sabe bien de lo que habla, pues durante algunos años, junto al nieto de Onetti, a quien también está dedicado el libro, ejerció el oficio de corrector.

En síntesis, estamos frente a una fascinante novela, respecto a la cual habría que citar la línea con la que Gallone la cierra: “el mejor tributo que se le puede ofrecer a un escritor consiste en leerlo”.

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Titulo: La boca del infierno

Autor: Osvaldo Gallone

Editorial: Evaristo editorial

 

Sobre El Autor

Miguel Espejo (n. 8 de mayo de 1948 Ledesma, Jujuy), es un poeta, narrador y ensayista argentino. Estudió filosofía en la Universidad Nacional de Córdoba y en 1977 se exilió en México. Entre 1980 y 1983 fue investigador en la Universidad Autónoma de Puebla, México, cuyo resultado fue su ensayo filosófico Heidegger. El enigma de la técnica. Fue becario entre 1985 y 1986 de la University World Service. Desde su primer libro de poemas, Fragmentos del Universo (México, 1981) hasta el más reciente, Antes que los labios (Buenos Aires, 2016), se ha señalado el estrecho vínculo que hay entre su poesía y la filosofía. Para Roxana Artal: "Leer a Espejo es recuperar la esencia filosófica del poema, aquella proto filosofía anterior a Platón que hallaba su expresión en la poesía, madre de todas las artes". Ha escrito numerosos poemas y también libros de narraciones (novela y cuento), los que le valieron diversos premios y distinciones. Ha traducido la Obra poética de Mallarmé, con un amplio estudio preliminar. En 1984 publicó La ilusión lírica, primer libro a nivel mundial dedicado a examinar la obra de Milan Kundera y las relaciones entre creación literaria y sociedades totalitarias. En el género ensayístico es un prolífico escritor sobre literatura, arte y temas sociales. Ha publicado cientos de artículos, bajo la forma de ensayos breves, en medios periodísticos: La Nación, Clarín, Perfil, El Tribuno (diarios de Argentina) y también en otros países. En más de 20 obras colectivas se encuentran capítulos suyos o estudios preliminares.

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