El espejo y la descripción
Como un exquisito caleidoscopio hecho de múltiples saberes, el libro de Svetlana Alpers conjuga el placer de la erudición, el análisis microscópico, las lecturas cruzadas, las observaciones sagaces hechas con la lupa del entendimiento y la perspicacia argumentativa. Intrépida y brillante discípula del inefable Ernst Gombrich, la autora sostiene que la característica central de la pintura holandesa –esto es, su carácter descriptivo– se debe a que surgió en una fuerte cultura visual arraigada en una tradición de técnica y conocimiento experimental –en oposición a la cultura humanística italiana que privilegia la matemática como método para entender la naturaleza– relacionada con el interés espontáneo por la observación, la cultura de viajes y mapas, el estudio de la geografía, de las plantas, los cristales, los microscopios y los telescopios. Para la autora, no es casual que el primer hombre que estudió los microscopios sea el holandés Leewenhoek. Esta dedicación a los saberes y a las ciencias ligadas a la vista y a la óptica, sientan las bases de un arte descriptivo. Ahora bien, para Svetlana no se puede dar prioridad al arte o a la ciencia como causa del otro. Ambos –arte y ciencia– forman parte de la amplia y esmerada cultura visual. Por eso mismo, Svetlana Alpers sostiene que la ciencia óptica de Kepler no fue la causa de la concepción teórica de la pintura nórdica sino que la teoría del ojo de Kepler surgió en el marco de una práctica artística tradicional que tenía al ojo en el centro de un arte realista, una práctica artística que formaba el torbellino de una cultura visual. Sin embargo, ella dice que el arte no rompió con el pasado –como sí ocurrió en el arte italiano renacentista– sino que afianzó una tendencia de la cultura visual holandesa, la tendencia realista-descriptiva. «En el caso que nos ocupa, fueron las artes y los oficios tradicionales los que sustentaron o mantuvieron vigentes intereses que más tarde serían asumidos por las ciencias naturales. El arte nórdico maduró y entró en una nueva era manteniéndose fiel a sus raíces. En los estudios de Kepler sobre el ojo humano, las ciencias naturales alcanzaron al arte.» Es decir, la ciencia de Kepler no fue la causa teórica de la práctica artística sino que corrió de forma paralela al arte y llegó a las mismas consecuencias en la teórica que el resultado que alcanzó el arte en la práctica pictórica.
Alpers afina su hipotésis: “Uno de los temas principales de este libro es que los aspectos fundamentales del arte holandés del siglo XVII se entienden mejor como un arte de descripción y, en cuanto tal, distinto del arte narrativo de Italia.” En contra de los iconógrafos, que sostenían que el realismo del arte holandés escondía un significado oculto, Alpers entiende que la moda de apelar a la comprensión de las entrañas ocultas del arte ha costado muy cara. Dice: “En grado considerable, el estudio del arte y de su historia ha estado dominado por el arte de Italia y por su estudio… El arte italiano y la retórica para hablar de él no sólo se han impuesto en la práctica de los artistas del tronco principal de la tradición occidental; también han definido el estudio de sus obras. Al referirme a la idea del arte en el Renacimiento estoy pensando en la definición del cuadro formulada por Alberti: una superficie o tabla enmarcada situada a cierta distancia del espectador a través de la cual contempla un segundo mundo, sustituto del real. En el Renacimiento este mundo era un escenario en el que las figuras humanas representaban acciones significativas basadas en los textos de los poetas. Es un arte narrativo. Y la omnipresente doctrina del ut pictura poesis se invocaba para explicar y legitimar las imágenes por su relación con previos y sacrosantos textos.”
Los estudiosos e historiadores del arte repitieron como si fuera una palinodia este esquema mental que llevó a ver en el holandés un émulo mudo y parco copista del método italiano. Alpers no solo contradice el modo oficial de interpretar el arte renacentista holandés sino que sostiene una hipótesis opuesta que apunta a prestigiar el arte nórdico a través del estudio de una miríada de pruebas y de áreas del saber. Este repaso inquieto y erudito le permite a Alpers colegir que el arte nórdico posee una característica única y diferencial: funda una nueva manera de entender la relación entre imagen y realidad. Este hecho no es menor ya que inicia una estética futura.
La vinculación del arte con la ciencia no es causal ni baladí en el arte holandés. Y la relación que tenían los científicos con el dibujo y la pintura muestra la trama compleja y de interinfluencia que hubo en la conformación del ideal óptico-pictórico-científico en el arte y la ciencia del renacimiento holandés. Sostiene Alpers de modo erudito e irrefutable:
“El desarrollo de las ciencias naturales en el siglo XVII nos brinda un modelo para enfocar nuestro juicio sobre artes menores y mayores. Aquí, la relación entre técnica y teoría es un problema reconocido. Podríamos decir que la base empírica en que se funda el conocimiento de la naturaleza, por el que Huygens opta, contrasta con la base teórica, matemática, de la ciencia clásica, como contrasta el predominio de los aspectos técnicos en la pintura holandesa con los intereses e ideales de la gran pintura.”
El influjo del arte en la ciencia y viceversa contribuye a conformar la hipótesis central que defiende el exquisito y múltiple El arte de describir. Aclara la autora: “El hecho de que el primer país que utilizó los microscopios y los telescopios tuviera en su pasado las obras de Van Eyck y otros como él no es, sin más, una curiosa coincidencia, como ya afirmó Panofsky. ¿No sería que la costumbre de ver en la pintura una descripción minuciosa del mundo visible les facilitó la confianza en lo que las lentes ponían a su vista? Dada la extraordinaria elasticidad y persistencia de la tradición pictórica nórdica… se nos hace difícil asignarle la prioridad a uno u otro aspecto.”
Exquisito, interdisciplinario, argumentativo, el libro de Svetlana Alpers nos permite ver con otros ojos el arte holandés y pensar de otra manera la cultura visual de Europa en el siglo XVII. Esta concepción del arte no solo desactiva un error: ilumina con su sombra el futuro del arte occidental. A su vez, el libro va más allá: contribuye a que pensemos qué cosa es la ciencia y qué cosa es el arte y de qué modo se configuran las relaciones entre ambos. Alpers propone un entramado de saberes que van desde la interpretación de los mapas, el estudio de las plantas y la astronomía hasta el análisis minucioso –holandés– de las pinturas de Van Eyck y del inestimable Vermeer. Si alguien le debe todo a Vermeer es Dios, diríamos parafraseando a Cioran. Y Alpers nos permite pensar por qué.
Título: El arte de describir. El arte holandés del siglo XVII
Autor: Svetlana Alpers
Traductor: Consuelo Luca de Teno Navarro
Editorial: Ampersand
377 páginas