Hacen ya varios años, hablando sobre perspicacia política, un dirigente gremial me contó una anécdota sobre Fidel Castro. El mandatario cubano, al ser interpelado por un periodista extranjero sobre la problemática social que llevaba a que, en Cuba, hasta las profesionales tuvieran que dedicarse a la prostitución para sobrevivir, le contestó airoso que era esa una forma pesimista de analizar la realidad de un país en el que hasta las putas tenían estudios terciarios.
Sin adentrarnos en mitos y chicanas, esta frase se hizo presente en mi memoria al abordar el destacado trabajo realizado por Guojian Chen en su Antología de poetas prostitutas chinas, publicado en la colección Visor de poesía. En esta oportunidad el revisionismo de Chen se extiende desde el siglo V al XIX recorriendo la poesía, muchas veces trágica, de las damas de compañía del gran país del centro. Es de remarcar el énfasis puesto, tanto en el prólogo como en las notas, en el exotismo del hecho de que sean obras escritas por “damas de placer”. Un énfasis por momentos cercano a la miopía orientalista. Más siendo que el mismo antólogo reconoce y remarca el lugar central que la poesía ha tenido en China: «Se presentaba un poema al solicitar un empleo y se dedicaban versos a los amigos que se despedían, a los oficiales que se marchaban a la guerra, a los colegas que sufrían algún descenso, remoción o desgracias»; es decir que la lírica poética no era propiedad exclusiva de la élite sino una constante en todos los estratos de esa sociedad.
Vendidas por sus familias y educadas para dar placer sexual e intelectual a funcionarios y viajeros, a la espera de una posibilidad que les permitiese torcer el brazo de su destino, las veintiocho poetisas cuyas voces son recogidas en este volumen nos hablan del amor y el desamor, de la lealtad, la nostalgia y el recuerdo; de la injusticia social, el dolor y el deseo de libertad. Son testimonio del rol trágico de la mujer a lo largo de la historia en una de las culturas más importantes del planeta, son memoria cristalizada entre lo bello y lo triste.
Li Ye (Li Jilan) (¿?-784)
Añoranzas de los enamorados
No hay nada más profundo que el mar,
Así dice todo el mundo.
Mas creo que su profundidad
no alcanza ni en mitad
a las de las cuitas y añoranzas
por el amado ausente.
El mar tiene su orilla,
y éstas no tienen fin.
Laúd en mano, subo al alto pabellón,
vacío, pero lleno de luz de luna.
Vibran acordes de amor.
Se me quiebran las entrañas.
Y también las cuerdas.
Guan Panpan (siglo VIII)
La autora había sido una famosa cantante prostituta de Xuzhou. Zhang Jian, un ministro de entonces, la tomó como concubina y construyó la Mansión de Golondrina para ella. Once años después del fallecimiento de Zhang, Guan escribió estos poemas en memoria de su esposo y más tarde, se suicidó.
En la Mansión de Golondrina
-En memoria de mi difunto esposo-
En el pabellón, lámpara moribunda.
Aurora escarchada.
Sola, me levanto de la ancha cama
que has compartido conmigo.
¿Cuánto medirá la cuita de amor
que me tiene desvelada?
Es más vasta e inmensa
que toda la Tierra.
Lu Huinu (siglo XIV)
Improvisado en la barca
Para mis padres, pesa más
el dinero que su hija.
Y así, con el laúd entre los brazos,
recorro sola mil y mil leguas.
Al claro de la luna,
tras mi interpretación,
no cesan de aplaudirme.
No saben que no han escuchado música,
sino los sollozos de mi alma rota.