Un cadáver en el sótano de un edificio de Montevideo. Un detective que, sin que llamen ni le piden, está decidido a descubrir quién era esa persona y qué le pasó. La verdad tiene sus raíces en uno de los episodios más terribles de la historia: el Holocausto Judío. Un traidor a su propia raza. Agentes de la Mosad en Buenos Aires. El caso Eichmann y su secuestro.

Semillas que planta Milton Fornaro en su obra La Madriguera, que combina elementos del policial clásico, la novela histórica y el thriller político.

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¿Cuál fue el germen de “La Madriguera”? ¿De dónde surgió el deseo de hablar del Holocausto?

Creo que el holocausto del pueblo judío durante la Segunda Guerra fue el crimen más aberrante de los muchos cometidos por los hombres desde hace doscientos mil años. Seis millones de muertos, un poco menos del doble de la población total de Uruguay, en algo más de cuatro años dicen a las claras acerca de la magnitud del hecho que nos ocupa. Cifras frías y contundentes que se vuelven aún más tremendas cuando tenemos en cuenta que cada uno y todos eran absolutamente inocentes. No eran soldados con armas en la mano, no formaban un ejército organizado, no se enfrentaba en ningún campo de batalla. El partido nazi, que fascinó a la inmensa mayoría de los sesenta millones de alemanes, en su séptimo congreso (Nuremberg, 1935) proclamó una serie de ordenanzas estigmatizando a los judíos, no por su creencias religiosas, sino por su etnia, prohibiendo que la comunidad judía tuviese vínculos de cualquier tipo con el pueblo alemán. Se les retiró la ciudadanía alemana y los profesionales judíos sólo podían ejercer dentro de su colectividad, entre otras prohibiciones. Los judíos pasaron de un plumazo a ser una raza inferior, que podía ser objeto de persecución para preservar la pureza de la raza superior, la aria. Detrás de estos iluminados que prometían un reinado de mil años, había médicos, científicos y personalidades en todo el mundo que abonaban esas tesis. Detrás de lo ocurrido estaba la indiferencia, si no la complicidad, de la mayoría de los gobiernos europeos, de la iglesia católica y de otras instituciones internacionales de prestigio. Fue un crimen cometido por los nazis, no hay duda. Pero tuvieron sus socios silenciosos.

El dolor por lo ocurrido y la hipocresía manejada hasta el día de hoy fueron los acicates para meterme en la novela.

Es interesante el abordaje que hacés en la figura de Aaron Goldwicz, un traidor a su raza y cómplice nazi, y el rol de los dirigentes judíos en la destrucción de su propio pueblo. Me interesa profundizar en esta idea de “la despiadada condición humana”.

No debe perderse de vista que estamos hablando de una novela, de una ficción. Me interesé en un momento clave de la historia del siglo XX para abordar desde una perspectiva muy personal un asunto que me preocupa desde siempre, lo que un personaje nombra como la despiadada condición humana. Indagar, bucear, intentar entender qué hay detrás, debajo ‒en un sótano insondable‒ de las peores acciones, de las maldades, de las atrocidades de las que somos capaces los hombres. El hombre, lobo del hombre, es una frase muy usada que creo nos define. Aarón Goldwicz es un sobreviviente, no únicamente de los campos de exterminio, es un ser que desde niño se propone sobrevivir, a cualquier costo. Todas sus acciones están dirigidas a vivir un día más, aun cuando no hay peligros que lo acechen. La pregunta que me hago es ¿quién en la situación de Aarón no haría lo mismo? La moral funciona estupendamente bien en la teoría, pero cuando hay que rendir cuentas ante los demás y ante uno mismo, ahí la cosa se complica. Respecto al papel de los consejos de las autoridades judías en Alemania y en Polonia, principalmente, fue Hannah Arendt la que lo denunció públicamente en 1963, en el esclarecedor libro Eichmann en Jerusalén. Arendt no inventa nada, simplemente recoge testimonios de judíos que denunciaron la complicidad de esos consejos con los nazis, y en muchos casos ellos fueron el fiel de la balanza entre los que viven y los que mueren. Los nazis fueron los victimarios, no cabe duda, pero contaron con cómplices, y entre ellos había también judíos. La despiadada condición humana no hace distingo de razas.

Una de las características de la novela negra es la búsqueda de la verdad por encima de cualquier precio. ¿En dónde creés que radica este deseo, algo que en la novela podemos relacionar con “el inconveniente de hurgar en el pasado”?

Lo más interesante a mi entender de la búsqueda de la verdad es que, desde el momento en que la encaramos, sabemos que no vamos a lograr el objetivo final. Porque ¿cuál es la verdad? Sobre cualquier hecho que analicemos ¿existe una verdad? Como ya lo señaló Ricardo Piglia, la ficción trabaja con la verdad para construir un discurso que no es verdadero ni falso, que no pretende ser verdadero ni falso. Estoy convencido de que el mayor inconveniente de hurgar en el pasado es que, sin advertirlo, estamos escarbando en el presente.

MF en el escritorio (Ana)

Imagino que a la hora de sentarte a escribir la novela, el proceso de investigación debe haberte llevado un tiempo interesante. Me gustaría saber, ¿qué dato que desconocías te llamó más la atención, y si alguna información que descubriste te condujo a introducir algún giro en la trama? Y por otro lado, ¿qué dato te pareció interesante, pero tuviste que dejar afuera en pos de preservar el desarrollo de la historia?

Mientras iba madurando la novela en mi cabeza, que es un proceso que en mi caso puede llevar mucho tiempo, iba reuniendo materiales diversos agrupados en varias líneas que de alguna manera iban a convergir en la novela: nazismo, judaísmo, Danzig, Palestina, la Argentina en los años 50 del siglo pasado, el secuestro de Eichmann. Cuando menciono nazismo, no me refiero exclusivamente a los datos de los libros sobre la Segunda Guerra sino diarios personales de los nazis, cartas a familiares, información sobre lo que costaba un café en Berlín en 1935. Lo mismo ocurre con el judaísmo. Mi búsqueda no estaba destinada simplemente a recabar información sino a tratar de entender que significaba el nazismo para sus seguidores, qué pensaban los alemanes que no eran nazis. Lo mismo con los judíos, especialmente los jasídicos, y así me compenetré de su sentido religioso, de la importancia de sus costumbres, de las diferencias con los judíos que utilizan el hebreo para comunicarse y rezar en lugar del yidis. Sabía que no iba a escribir un libro de historia, pero necesitaba toda esa información para hacer verosímil el relato, que no tuviese grandes fallas que distrajeran al lector, o que éste llegara a pensar “pero este coso me está mintiendo a cara de perro”. Hubo muchas cosas que desconocía, pero sin duda lo que más me conmovió y terminó enfureciéndome fue la indiferencia de la mayoría de los gobernantes y ciudadanos de los países vecinos ante la tragedia que venía madurando desde la década del 20, que en los años treinta desató la persecución sin freno a los judíos y que terminaría el 1 de septiembre del 39 con el ataque a una guarnición militar en Danzig, señalando el comienzo formal de la Segunda Guerra. En casi veinte años que duró esa escalada, muy pocas, contadas voces, se alzaron para condenar lo que estaba ocurriendo. En Alemania borraron con cualquier atisbo de oposición. Afuera, no fue necesario.

En mi caso, el noventa por ciento o más de lo encontrado siempre queda fuera de las novelas. Trato de extraer el jugo, y la información veraz que llego a utilizar es la que en ese momento creo que necesita el relato. Ese filtro, entre lo que cabe y queda afuera es el más difícil.

Podríamos decir que la novela plantea una estructura arriesgada, donde uno de los protagonistas principales -sino el principal-, aparece recién en la segunda parte. ¿Cómo decidiste la estructura?

La estructura está en función de facilitar el acceso del lector al núcleo de la historia. Escribo en función del lector, que va a ser mi cómplice en la aventura de recorrer las páginas. Por eso en esta oportunidad elegí el género negro, porque establece de antemano una serie de acuerdos tácitos entre el que escribe y el que lee. Lo que me desvela es que en algún momento el lector pierda interés, que se aburra y me deje solo. El descubrimiento de un esqueleto en un sótano es un buen comienzo para empezar con las preguntas: quién era el muerto, cómo murió, cuándo murió, etcétera. Corro con una ventaja, en ese momento sólo yo sé las respuestas.  También sé adónde quiero conducir al lector. La historia ya la sé desde el principio, lo que debo hacer es que el lector crea que la vamos descubriendo juntos, y que camine a mi lado.

La novela indaga sobre ciertos temas delicados, como son la religión, el holocausto, la xenofobia, etc ¿Tuviste algún tipo de recaudo a la hora de escribir la novela?

Sí. Tomé un solo recaudo: ser honesto.

MF foto Javier Narváez 3

Desde Rastros: Observatorio Hispanoamericano de Género Negro y Criminal, tendemos a pensar que la novela negra surge del crimen en una sociedad particular, donde, a fin de cuentas, se está hablando de una cuestión acerca de lo que está dentro y fuera de las leyes y el derecho. Me interesa conocer tu opinión.

Como es sabido, la novela negra surge en una sociedad particular, la estadounidense, en un momento preciso, los años veinte del siglo pasado. No es una casualidad. Basta leer lo que estaba ocurriendo en ese lugar, en esos años para entender que la realidad, amplificada por los diarios y la radio, antecedía a la ficción que inmediatamente crearía su relato. Los lectores y oyentes sabían de las bandas de gangsters asaltando bancos a plena luz del día, los desplazados del campo hacinándose en los cinturones de las grandes ciudades pasaban a ser parte del paisaje pauperizado que comenzaba a verse, la acción trepidante y muchas veces violentas ocupaba las calles y veredas. Eso estaba a la vista todos los días. Espontáneamente se dio la aparición de un género vigoroso, que tiene que ver con el crimen, con las leyes y el derecho, pero que es esencialmente social. Por eso, el género trascendió fronteras y se proyecta en el tiempo. Hoy es tan válido escribir una novela policial en los países nórdicos como en Kenia, o en Uruguay.

¿De dónde viene tu interés por la novela policial y negra?

A los once años, en unas vacaciones que parecían frustrarse por lluvias, en una casa que le habían prestado a mis padres descubrí un baúl con decenas de novelas de Agatha Christie. Desde ese instante cambié para siempre la lectura de revistas de historietas por los libros. Primeros los policiales tradicionales y luego los de narrativa de cualquier tipo y procedencia. Cuando descubrí a los narradores estadounidenses creí tocar el cielo con los ojos, y de Hemingway, Carson McCullers, Faulkner, desemboqué en Chandler y compañía. Fue amor a primera lectura. Sentí, más que con otros maestros de la narrativa, que a esos escritores ‒Chandler, Hammett, McCoy, Thompson, Simenon, entre otros‒ yo les interesaba. Cosas mías, por supuesto, pero hasta ahora seguimos siendo amigos.

Sos un apasionado y conocedor del género policial y negro. Me gustaría preguntar por el policial uruguayo, que al igual que en varios países de latinoamérica, ha empezado a crecer en los últimos años -con un corrimiento hacia el género negro-, y que se ve acompañado por la creación de colección Cosecha roja y de la Semana Negra de Uruguay. ¿Cómo ves la literatura policial uruguaya y su crecimiento actual?

Se ha verificado una corriente de escritores interesados en el género negro en el Uruguay de los últimos años. También es cierto que hay editoriales que publican esas novelas. Es poco simpático lo que voy a decir, pero el resultado de tanto esfuerzo dista mucho de ser aceptable. Rodolfo Walsh, que escribía cuentos que pueden inscribirse en la policial tradicional, no en el género negro, dijo acertadamente que de los dos elementos que hacen al relato policial, el literario y el detectivesco, el más importante es el primero. Lo policial, decía, es adjetivo, la literatura es lo sustantivo. Esa enseñanza, que considero fundamental, es dejada de lado con frecuencia por los cultores del policial uruguayo. Tal vez sea producto del apresuramiento de los autrores y de la falta de rigor de los editores para decir no. También puede atribuirse a la ausencia de crítica literaria seria y formada, una realidad triste y constatable en este país. Salvo muy contadas excepciones, ese es el panorama. Lo peor, es que esas excepciones de las que hablaba desdeñan el género negro o desconocen sus resortes.

¿Cuáles creés que son los elementos fundacionales de la novela policial y negra latinoamericana? ¿Quiénes te parecen las caras visibles más potentes?

Carezco de la información necesaria para responder la primera parte de la pregunta. En la literatura contemporánea de Latinoamérica destacó al brasileño Rubem Fonseca, a los mexicanos Élmer Mendoza y Paco Ignacio Taibo II, los chilenos Ramón Díaz Eterovic y Bartolomé Leal, los argentinos Juan Sasturain, Ricardo Piglia, Osvaldo Soriano, María Inés Krimer, Guillermo Orsi, Fernando López, Guillermo Martínez, Claudia Piñeiro, Mempo Giardinelli, los uruguayos Hiber Conteris, Mercedes Rosende, Omar Prego Gadea y Hugo Burel.

La Madriguera recorre diferentes ambientes, locaciones y épocas. ¿Cómo trabajaste el clima y la atmósfera?

Como un buen meteorólogo.

¿Quiénes tus referentes a la hora de escribir?

Los referentes los utilizo a la hora de elegir mis lecturas. De todos esos libros leídos a lo largo de los años, supongo que algo se refleja en mi escritura. Un pálido reflejo. De todos se aprende. No los nombro. A los muertos para que no retuerzan de bochorno en sus tumbas; a los vivos para evitar que me demanden por plagio.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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