“Érase una vez…”
Así empieza la novela, con la clásica formula del cuento tradicional, la del relato oral que nos contaban nuestras abuelas a los que fuimos afortunados de tenerlas.
“Érase una vez…” abría un abanico infinito de mundos maravillosos y de seres extraordinarios que poco tenían que ver con la realidad, salvo a modo de metáfora o parábola… Así abre Graham Swift su nueva novela El domingo de las madres.
A Graham le hube perdido el tranco luego de que, en mi primera juventud, me maravillara con obras como Desde aquel día, El país del agua o Últimos tragos. Fue quien más me sedujo en aquel momento de los autores Anagrama, cuando a mediados de los noventa la editorial española hiciera ingresar en nuestro país el seleccionado estrella de los escritores yankees y británicos de los 80. En algún momento perdí el interés en todos ellos, muchos pasaron de ser anti patriarcales a neo victorianos y mis apetencias se volvieron menos cómodas pero, como dicen, siempre se vuelve al primer amor. Esta vez Pablo Pazos, mi librero de cabecera, me vio ojeando el libro y me sugirió que lo lleve… “Erotismo pasión y melancolía, entre la vida y la literatura”, reza la banda de sobrecubierta. Y comencé la lectura.
“Érase una vez…”
Luego de semejante inicio, la narración nos sumerge en la Inglaterra del primer cuarto del siglo XX, una generación diezmada por la Gran Guerra.
Nuestra protagonista, Jane Fairchild, es una joven huérfana de veintidós años que sirve eficientemente en la casa de los Niven mientras sueña con otras vidas. Sus sueños son de papel, pues se ha ganado la simpatía del señor de la casa, quien le permite hacer uso de la biblioteca hogareña en sus ratos libres. Una biblioteca muerta por otro lado, dado que los Niven perdieron su descendencia en el conflicto armado.
En el domingo de las madres, día en que la servidumbre solía tener feriado para visitar a su familia, Jane no tiene otra cosa que hacer que leer. Leer y encontrarse con Paul Sheringham, el único hijo vivo de los vecinos de los Niven, con quien mantienen una relación clandestina desde hace tiempo. Pero Paul se ha comprometido y la inminencia del matrimonio amenaza con sepultar a Jane en el pasado. Ese podría ser su último encuentro y, sin embargo, Paul le ha indicado que se presentara en la casa de su familia por la puerta principal y no la de servicio. Si bien la familia Sheringham estaría fuera, en un picnic por el día de las madres, lo mismo que el servicio, el gesto hace ilusión en Jane.
El sexo desinhibido, la desnudez en la casa y el desapego por las formas hacen volar la imaginación de Jane y la enfrentan a la realidad que separa ambas castas sociales. Terminado el acto Paul se acicala y se prepara para salir a almorzar con su prometida dejando a Jane la oportunidad de hacer uso de las instalaciones de la mansión…
(¿En serio Pablo? ¿Me recomendaste otra novela acerca de las diferencias de oportunidades según la clase social?)
Pero es aquí en donde Swift juega con lo inesperado, tuerce el relato y hace valer la expresión “Érase una vez…”, porque a partir de este momento es que el autor hace uso del maravilloso verosímil y transforma su argumento en contra patriarcal y feminista sin caer en la fábula. Y es que pocos son los momentos históricos que permiten la movilidad de clase y Graham Swift sabe cómo contarlos.
El relato se acelera y salta en ida y vuelta hacia el futuro de Jane, marcado por ese momento bisagra, por esa generación diezmada, por el ascenso de la mujer en la sociedad, por la posibilidad de realización personal, por las vanguardias de posguerra. Sin que veamos el truco, como un buen prestidigitador, Swift transforma una narración meramente elegante en sutilmente subversiva y profundamente filosófica y en esto radica el verdadero erotismo de la pieza.
“Érase una vez…”
Título: El domingo de las madres
Autor: Graham Swift
Traducción: Jesús Zulaika
Editorial Anagrama
162 páginas