Cáscara de nuez y el rey infinito
El universo tiene múltiples historias, cada una de ellas determinada por una diminuta nuez. Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito…
Shakespeare, Hamlet, segundo acto, escena 2
A partir de esta reflexión, Ian McEwan invita al desafío de reinventar a Hamlet. Una fórmula dilemática que provoca ciertas limitaciones cuando nos planteamos la relación de la mente en el sentido de finitud y ese universo mágico lleno de incertidumbre, donde seguramente la historia no será única y dejará otras vidas ocultas en un tiempo imaginario.
El autor inicia un viaje, un recorrido particular, porque el protagonista es un embrión humano que se transforma en voz acusadora desde la primera página: “Así que aquí estoy, cabeza abajo dentro de una mujer”.
Es un narrador oyente que sabe más de lo que dice y se guarda cosas que soltará en algún momento. “Permanezco despierto, escucho, aprendo. Temprano esta mañana, menos de una hora antes del alba, ha surgido un tema más profundo de lo habitual. A través de los huesos de mi madre me ha llegado un mal sueño disfrazado de disertación formal. El estado del mundo”.
El minúsculo ser trae su historia desde lejos, porque la comunicación comienza mucho antes que ese embrión se implantara en el útero materno, por eso no es ninguna novedad todo lo que acontece. Y si desde la ficción el relato parece posible, desde lo científico nada es inaugural, no se trata de retos y creencias, ya es sabido que es un error no hablarle al feto pensando que no oye o no advierte el peligro, todo lo contrario, el feto responde desde lo emocional.
“Ya no me emociona la magnífica sociedad en la que pronto voy a ingresar, la noble congregación de la humanidad, sus costumbres, sus dioses y ángeles, sus ideas exaltadas y sus fermentos brillantes. Un peso muy grande carga sobre el dosel que envuelve mi pequeño armazón.”
La trama de esta novela que va desde la comedia negra al policial híbrido, tiene el humor ácido propio de McEwan. Trudy y Claude son amantes clandestinos, ambos traman asesinar a John, que es hermano de Claude. John es un soñador, poeta y editor de poesía que tiene una mirada romántica de la vida. Claude es terrenal, se dedica al negocio inmobiliario. Y en medio de ellos una Trudy capaz de envenenar a John para heredar una mansión georgiana valuada en ocho millones de libras. Todo estaría bien sino fuera porque un tercero los está mirando, oyendo y señalando. Ese testigo no otro que el feto que anida en Trudy.
La historia que McEwan perfila, según su propio relato, nace después de una conversación que él mantiene con su nuera; rememora que al observarla sintió que desde ese vientre abultado otro participaba de la charla: “Hablábamos sobre el bebé por llegar pero, aunque estuviese adentro de ella, yo era consciente de su presencia en la habitación.”
Cáscara de nuez se transforma en el relato de un feto de ocho meses que sabe la que le espera con esa madre y ese tío. En pocas semanas abandonará su confort y quedará sometido al arbitrio de estos asesinos.
“Faltaban pocos minutos para que sonara el despertador. Claude ha murmurado algo, mi madre le ha respondido y después él ha hablado de nuevo. Vuelvo en mí, aprieto el oído contra la pared. Noto movimiento en el colchón. La noche ha sido calurosa. Claude debe de estar incorporado, quitándose la camiseta que se pone al acostarse. Le oigo decir que esta tarde verá a su hermano. Ha mencionado antes a su hermano. Debería haber prestado más atención. Pero el contexto, por lo general, me aburría: dinero, cuentas, impuestos, deudas.”
El escenario transcurre en Londres, pero poco se dice de la ciudad, todo pasa en el interior de una casa, en el núcleo cerrado como si se tratara de la cáscara de nuez misma. La franja de tiempo dominante es breve, unas pocas semanas, los días que restan para el parto.
“Despierto casi en el silencio y descubro que estoy horizontal. Escucho con atención, como siempre. Más allá del trote paciente del corazón de Trudy, más allá de sus suspiros y de los chirridos levísimos de su caja torácica, oigo los murmullos y los chorritos de un cuerpo que se mantiene gracias a redes ocultas de limpieza y regulación, como una ciudad bien gobernada en lo más profundo de la noche. Al otro lado de las paredes, el retumbo rítmico de los ronquidos de mi tío, más silenciosos que de costumbre. Fuera de la habitación no se oye el tráfico”.
No tengo en claro si McEwan cataliza este relato con el propósito de emular a un Hitchcock remixado, o para divertirse criticando el mundo actual y sus miserias. Esta Trudy de 28 años forma parte de una generación desprendida de ciertos valores y costumbres donde la infidelidad no es motivo de censura y este Claude sintetiza el modelo del triunfador omnisciente que sólo busca poder y dinero; en el medio John, la vieja escuela y el feto aún sin nombre quien ya ve que su destino es pantanoso.
“Mi padre lleva la ropa con la que murió. Tiene la cara exangüe, los labios, ya en descomposición, son de un color negro verdoso, los ojos diminutos y penetrantes. Se queda al pie de la escalera, más alto de como lo recordamos. Ha venido la morgue a vernos y sabe exactamente lo que quiere. Estoy temblando porque mi madre tiembla.”
Titulo:Cáscara de nuez
Autor: Ian McEwan
Traducción: Jaime Zulaika
Editorial Anagrama
220 páginas