a Nicolás Ferraro

Un día nos encontramos con Roberto, un judio masón que atendía un bar y nos contaba anecdotas sobre Xul, de vez en cuando escribía cuentos y entre los tres armabamos charlas picantes, debates amenos en los que Lukitas mezclaba ficción con realidad, de repente nos contaba sobre un amigo mío: Maxi, que laburaba en el cine Showcase de Norcenter. Maxi se robaba todas las billeteras encontradas en las salas y se gastaba el dinero en historietas, exclusivamente de Jack Kirby. Dentro de las salas, Maxi veía a la gente hacer sus necesidades físicas y sexuales y se veía obligado a recoger lo encontrado. Encontrar una pizza dentro de la sala era como encontrar un tesoro, algún cliente ricachón había degustado solo una porción y el resto quedaba para los ushers. Los ojos de Maxi eran como dos pantallas donde miles de fragmentos de un film incoherente se reproducían como el del final de Cinema Paradiso. Un dia Lukitas y yo fuimos con Maxi a una convención de disfrazados y nos encontramos con Angeles, vestida de un personaje de Saint Seiya. Meses después Lukitas me contó que la había matado el portero del edificio donde ella vivía, Mangeri. Esas charlas que compartimos con Angeles fueron muy breves, se traslucía una pureza muy grande dentro de ella. Ya en Yokohama Matias Chiappe me contó de un proyecto de novela titulado Las tolvas de albergodia, donde mezclaba el concepto de la conciencia alaya (la alacena que aloja las semillas del karma) con una tolva, es decir, un camión recolector de basura. Maxi tenía los ojos brillosos cuando me reveló que el cuerpo de Angeles aún estaba vivo cuando fue alojado en un camión recolector. Matias archivó el proyecto de esa novela por Tercer mundo, otra que terminó de escribir una tarde en el Hard Rock Cafe de la estación de Ueno, junto a mí.
A los quince años fuí diagnosticado con una drástica efermedad pulmonar, descubrí en un instante que suspendería estudios y pasaría doce meses encerrado en un hospital peleando por mi vida (adiós adolescencia). Comprendí que los pulmones son un delicado reino cristalino y una peste me iniciaba en sus más profundos secretos (Majjhima Nikaya,10). Ese reino estaba a punto de perecer dentro de mi. Un doctor amablemente comunica que tu comprensión de la realidad no es suficientemente consciente y que vas a morir pronto. Lo segundo; por más mínimo que fuere desconectarme del mundo, cóctel de drogas e inyecciones diurnas en acontecer cognitivo de enfermo terminal (la ruptura de la cognición ha sido advertida por múltiples tradiciones no duales de oriente como algo sacro). Al salir del hospital en solitaria jornada, un hombre vendía diarios, revistas. Entre algunas, encontré una llamada LAZER donde leía cartas publicadas por lectores, una de ellas pertenecía a Matias Chiappe. En mi vida de ocio conseguía por medio de precaria internet canciones y fotos de series niponas y como mi función principal era visitar el hospital durante el día, por las noches me dedicaba a investigar la cultura japonesa y a ver la filmografía completa de Oshima Nagisa (incluida su adaptación de Oe, La Presa). Madrugadas solitarias de lluvia me encontraban mirando por la ventana, escuchando la canción insignia de Macross que se titulaba Do you remember love? y otras de Arai Akino como Voices.
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Conocí a Lukitas en una fiesta para heroinómanos reincidentes en Beccar. El era maestro en el arte del bolsijeo y hacíamos el tratamiento contra la tuberculosis en el mismo hospital, solo que el lo había dejado a pocos meses, por el HIV. Estudiaba conmigo en el Taller de Literatura que daba Vives, aunque solo aparecía cada muerte de obispo y solía caer sin haber preparado nada, cosa que al profe lo ponía de la cabeza. Me sorprendía como Lukitas me contaba sobre la vida de Rimbaud, Sarmiento o Takamura Kotaro, el escultor. A pesar de su precaria situación de vida, demostraba unos intereses y conocimientos superiores a los de mucha gente excelsa de la universidad. Lukitas formaba parte de un grupo de cumbia que con la premisa de hacer música se dedicaba encubierto al bolsijeo, secuestro de bebés y robo técnico de cajeros mediante hacks que el mismo buscaba en internet, erudito, había preparado un programa de tres años en una especie de escuela de oficio dedicada a perfeccionar el robo donde trabajaba como titular de cátedra. Sabia bastante de embrollos de política, se había acostumbrado a pinchar algunas lineas como hobby y poco a poco sus conocimientos parecían extenderse. Dábamos vueltas por la noche sin mayor rumbo, a veces con Chiappe; recuerdo múltiples charlas sobre métodos de meditación no dual, divinización y sobre lo que es el remix de una canción. El decía que, en todo remix la canción original es un cadaver y que el remix, erguido sobre las ruinas de la canción original es una nueva vida. Le dije que si así fuere, sería como mariposas volando sobre un cadaver. Una noche nos dirigíamos a un boliche y después de mi vomito bajamos del bondi solo para orinar, pasamos por Camelot y salió Gerardo a corrernos. Lukitas entre tanto intentó quebrar un vidrio para sacar mercadería que deseaba venderle a Maxi. Fue por las calles de Las Heras que conocimos a Soledad, una chica que paraba cerca de la Biblioteca Nacional. Nos enteramos después que se habia suicidado en Italia, finalmente Caparrós escribió un libro sobre ella.
Lukitas me llamó el dia que bajaron al chileno, le habían descubierto el bicho y por miedo a la policía dejaría de visitar el hospital de las monjas, paranoiqueaba que la ley caería al hospital o a alguna de las fiestas que visitabamos sin saber demasiado de que se trataban o quien las hacía. Matias se iba a México a estudiar sobre Asia y al regreso de su despedida unos pibes fueron a comprar y encontraron a un viejo misterioso que nos miraba con cara de no me miren, Enrique Symns. Esa noche Mat se rajó y nos fuimos con Lukitas para otra fiesta, sería la última noche en que vería a Lucas. Al llegar casi a las tres de la mañana vimos que el ambiente espeso se condecoraba de gente elegante, pasadas las cuatro vi a un hombre resemblante a David Viñas (parecía ser un funcionario de la Biblioteca) hablando cariñosamente con un adolescente con síndrome de down, sentado sobre su regazo. Se besaban eróticamente en la oscuridad y hasta podía ver sus lenguas jugando desde el centro del recinto. Lucas reía. Esta semana lo recordé al ver en las noticias el caso del hombre que enseñaba nudos por internet, buscaba gente para armar un suicidio en conjunto (le encontraron nueve cuerpos desmembrados en heladeras de menor rango). Lucas ahora trabaja en inteligencia. Angeles tenía dieciséis años.
ph. Moriyama Daido

Sobre El Autor

Ex docente FFyL UBA; Traductor en Japón desde 2007.

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