Un escenario simbólico, una isla, un aislamiento. Una distancia que finalmente se acorta.
Lo fatídico. La realidad inevitable, la degradación que propone toda ruptura del lazo social.
Y el acercamiento, esa comunión entre hombres que, de alguna manera, representan la pérdida que resulta de acumular tanta sangre sobrante a expensas de un sistema, que se advierte, en caída libre.
Una mirada anclada en el entorno y, el oído puesto en cada confesión, en cada miedo.
Ninguno inmaculado, todos sucios, todos manchados y, “en un mismo lodo todos manoseados”.
Una historia de abandonos, de miserias que son punto de partida, y de llegada, en esa parte oscura aunque mal escondida, no obstante los secretos. Seguramente, una parte necesaria.
Una historia contada entre dosis de sarcasmo, eso que Bernatek domina con sobrada solvencia. Irónico y cruel, nos ofrece imágenes cinematográficas y frases en las que se adivinan entonaciones vocálicas. Una narrativa punzante, un humor pesimista que, en ocasiones, gravita aún más que el perfil indecente de estos personajes arrinconados entre los males de una impiadosa sociedad de clases, en la que la distorsión es un rasgo de época y la reivindicación una deuda pendiente.
Ahora, algunos podrán ver en Jardín primitivo determinado acento discepoliano. Otros podrán visualizar una novela de “película”. Y, al final, cada uno verá dónde se para y con qué se queda.
Me gustaría iniciar esta entrevista escuchándote hablar del título elegido y de la idea de montar el escenario principal en una isla, ¿puede ser?
Jardín primitivo, me remite a dos cosas: a una imagen edénica, irremediablemente perdida, que siempre asocio con una acuarela del jesuita Florian Paucke, que en siglo XVIII pintó a los mocovíes retozando en el río, comiendo de lo que había en la naturaleza, ya que eran cazadores-recolectores y nómades, en una escena sensual, casi orgiástica, de una pureza tan ingenua como el trazo del autor. Y también Jardín… alude a la frase de Luca Prodan en el tema Mejor no hablar de ciertas cosas: “un tornado arrasó a tu ciudad, y a tu jardín primtivo”. Ambas imágenes tienen que ver con el texto, con lo perdido, con lo arrasado, y con el modo de recordarlo.
Y la isla, más allá de la obsesión personal que siempre me produjo sobrevolar la zona, y advertir un laberinto cambiante, un islario que en realidad modelan las crecientes y las bajantes del río, y que por su misma naturaleza mutante no es posible consignar en los mapas, más allá del espacio real, no deja de remitir a toda la literatura insular que uno ha leído, esos textos clásicos donde lo peculiar de la geografía ha construido un discurso específico, desde los griegos para acá.
Habría un nexo entre La noche litoral (2015) y Jardín primitivo. En oportunidad de comentar la primera de estas novelas, definiste al protagonista, Ovidio Balán, como un “intermediario de clase…”; te propongo ahora volver sobre ello y ampliar la idea acerca de la “ideología de la salvación”, a la luz de esta nueva entrega.
Ovidio sigue siendo protagonista en esta saga. Sigue conservando su condición cuasi marginal, pero también sus vínculos: se ha formado en esa rara componenda santafesina de los hijos de inmigrantes y los restos del patriciado. Compartió la educación y en cierta forma la cultura, pero no la pertenencia. No acepta el mandato del sacrificio y el esfuerzo que se le impuso al extranjero sin tierra ni linaje con la misma Ley de residencia; pero tampoco pretende iniciar una revolución, desencantado e incrédulo como es ¿Qué le queda para sobrevivir? Hay un término muy santafesino a la hora de comer pescado: “caranchear”. Ovidio caranchea en los márgenes, en los desechos que la sociedad considera innobles, turbios, poco elegantes. Allí se mueve con su descreimiento, con su cinismo, su mutilada fe en los hombres.
La mujer, como tal, aparece un tanto deslucida, cosificada. La Rita, la Bicho, la Flaca, la Gringa… Hablemos del machismo y de la misoginia en los tiempos que corren. ¿Cómo ves el machismo en los distintos niveles, y qué podés decir del lugar que ocupa la mujer en cada estrato social?
No pretendí realizar una proclama ni, por oposición, una denuncia , pero el lugar de la mujer en la novela, no me parece muy diferente al de la realidad, considerando los conceptos y prejuicios que este tipo de personajes suele enarbolar. Sería inverosímil aguardar que estos tipos, con una amplitud de criterio de la cual carecen, cuestionaran ese sitio, ese lugar social al que remiten a la mujer en su discurso. Además, no son criaturas: son tipos ya grandes, con conceptos bastante esquemáticos, sin el menor énfasis por revisar su moral primitiva. No sería plausible aguardar de ellos algún atisbo de progresismo, ni siquiera como un modo de corrección política, sumado esto a cierto conservadurismo típico de ciertas sociedades provincianas tradicionales.
La impunidad es otro de los tantos temas -en el discurso y en la práctica-. Aquí, aparece la idea de impunidad montada sobre la justicia aplicada por mano propia. Te pido una reflexión acerca de ello.
En una ciudad históricamente leguleya como Santa Fe, que mantiene una cuestión vincular entre los actores de la justicia como herramienta de uso corriente, donde el peso de ciertos nombres modifica sustancialmente las decisiones, no resulta extraña esta relativización en la aplicación de conceptos como imparcialidad o equidad; no sorprende a nadie. Diría más: la excepción a este tipo de actitudes es lo que llama la atención. Hay ciertos renglones oscuros del entramado legal o judicial que naturalmente se expresan de esta manera, por el peso específico de quienes negocian.
La idea de perdón y olvido alrededor de una parrilla -indulto y amnistía entre aparentes “desconocidos”, tal vez culposos, que ensayan un acercamiento. Secretos y confesiones. ¿Podemos hablar de ello y, en todo caso, de la eventual articulación de una catarsis colectiva?
Yo entiendo una suerte de relación contractual tácita, una especie de pacto de machos viejos que podrán vulnerar muchas normas, pero respetan ciertas cortesías. Una especie de omertá mafiosa, pero no entre capos, sino entre cuentapropistas, entre pequeños vivillos que no pueden contar ciertos episodios que los comprometerían.
La figura del parricidio se presenta previa lectura de una dinámica familiar complicada, que incluye una relación paterno filial clausurada años atrás, en un marco de absoluta violencia.
El tirano y el rencor que genera. Decinos algo de esta calamidad que involucra, también, a “la gringa”.
Sí; hay algo de drama rural a lo Sciascia en ese pasaje que mencionás, algo de neorrealismo italiano que, considerando el desarrollo de la inmigración en las primeras colonias agrícolas santafesinas, no resultaría extraño a sus costumbres antiguas: personajes muy primarios, sometidos a la humillación, a las privaciones, que exacerban los episodios violentos. Hay mucho de eso en la escena primaria de la inmigración desde su origen, desde el abandono de la tierra natal hasta la llegada a la brutalidad de la nada horizontal de la llanura, a la pampa bárbara.
El “bien supremo” de una supervivencia a cualquier precio y por sobre todas las cosas.¿Una “opción válida” que nos interpela?
Ovidio no busca algo así; su aparente simpleza excluye el sacrificio. Pretende una supervivencia cómoda: no correr la coneja, que no le falte, pero no quiere ser un magnate. Es capaz de resignar muchas cosas porque tampoco espera tener que salir a defender esos supuestos “bienes”; rechaza el esfuerzo que supone conservar esos beneficios. Otros personajes del conjunto tal vez no piensan del mismo modo, y no hablo de rasgos éticos sino más bien de cierto pragmatismo, de un modo práctico de ir resolviendo problemas y carencias.
Un asunto que viene de la época de la dictadura: aquellos tiempos de militancia. Esa chica que se chuparon junto a su novio -aún desaparecido-; ¿qué podés decirnos del durante y del después?
El caso de Silvia Suppo, tal como se alude en la novela, es una muestra palmaria de la brutalidad y el sadismo de la represión, características llamativas para lo que resultaba la vida política y social en la ciudad y la provincia. Son actitudes que hacen emerger una perversión institucional desproporcionada, irracional. Y el hecho se agrava en sus consecuencias, si consideramos el asesinato de Suppo ocurrido en 2003, cuando ya llevábamos 20 años de democracia, lo que demuestra la perduración de determinada estructura represiva que pareciera mantenerse oculta pero al acecho en los entresijos del poder. Lo más conmovedor para mí es ver el video de la declaración de Suppo ante la justicia -que se conserva en youtube-, en el cual denuncia a sus torturadores y al juez que se hacía presente en los campos clandestinos de detención, la entereza de Suppo en esa instancia, la serenidad y la valentía que irradia. No se lo perdonaron y montaron, como de costumbre, un falso hecho policial.
Contanos algo acerca del Brigadier -el Negro López- en relación con la “indiada” de San Jerónimo y su mezcla con el gauchaje.
El Brigadier es una presencia atípica en la historia argentina, porque como caudillo federal no ostenta fortuna, ni familia noble, ni posesiones. López es un bastardo (lleva el apellido de su madre), un sargento cuartelero tan famoso por su brutalidad como por su valentía, que demostrando una muñeca política muy aceitada, permanece 20 años en el poder. Gran defensor de Santa Fe, derrota varias veces a los ejércitos porteños, lo cual lo instala en el panteón provincial. Y también enfrenta sucesivamente a los indios del norte provincial, con quienes se muestra impiadoso. Su política aborigen no incluye negociar, como lo hace Rosas. Años más tarde, los conservadores van a usar a grupos de indios sobrevivientes como “patota política”, un mal remedo de malón al servicio del establishment provincial.
Pese a sus fervores guerreros, López es un gran institucionalista -sanciona la primera Constitución del país: el Estatuto provincial de 1819- y un sagaz negociador en los sucesivos pactos que obtiene. No oculta su ambición de poder, que ejerce de modo despótico, al punto de enfrentar a antiguos aliados, como Pancho Ramírez, casi un héroe romántico de cantar de gesta por oposición al López salvaje, que sin embargo alberga y protege a su antiguo enemigo: Juan Bautista Bustos. El mito metamorfoseado de realidad, cuenta que López embalsamó la cabeza de Pancho Ramírez, y la mantuvo en una jaula en su escritorio, para amedrentar con esa presencia a sus interlocutores. Pero en la práctica, López resulta un custodio eficiente de los intereses económicos del patriciado y de la iglesia, que le entregan el manejo político y militar de la provincia a cambio de su protección confiable, la que no va a alterar la estructura tradicional del poder.|
La familia, las relaciones conyugales, los hijos; la promesa de felicidad y las decepciones. La infidelidad y la esencia del ser humano. ¿Es posible pesar y medir esta temática, compleja, desde los distintos tiempos de la literatura y desde obras paridas en diferentes sociedades?
Uno como autor no se propone abarcar temáticas tan vastas, pero cuando afloran atisbos de esas cuestiones vinculares en el relato, obligan a una toma de posiciones por parte de los protagonistas, porque son relaciones en las cuales emergen actitudes básicas, como las que detallás. No implican necesariamente elaborar una genealogía, pero si resulta funcional para el argumento, esas acciones, aún las mínimas, precisan las características de los personajes. Como la magdalena de Proust en “El camino de Swan”, un simple detalle cuasi nimio puede pintar la infancia de sensaciones. Hay un modo lateral, minimalista si se quiere, de sintetizar y enfocar temáticas trascendentales de la condición humana sin recurrir a la grandilocuencia discursiva, cosa que han enseñado los grandes maestros desde Chejov hasta Salinger, de Akutagawa a Rulfo, independientemente de sus lenguas, culturas y sociedades.
La historia del Quía -el hombre que en los años noventa se llevó del Banco Nación de Santa Fe una fortuna-. Obviamente, todo encajaría en la crónica de un caso real. La pregunta es ¿por qué esta referencia implícita? Y, ¿qué sentimientos despierta en la sociedad alguien que roba un banco, cumple la pena y luego vuelve a la normalidad?
La referencia a la realidad es sólo eso: referencia. Ni siquiera se trata del hecho real. Eso es potestad de la literatura, como cuando se escribe historia, más allá de la crónica o de los anales. Ya había empleado referencias de la realidad en “La noche litoral”, y me resultó oportuno en este caso volver a hacerlo, porque más allá del hecho identificable, reconocible, me importa lo que suscita su condición de posibilidad, algo que excede la simple ficción. Hechos como este, el robo al banco, sobrepasan lo ficcional, y sólo la noticia de difusión pública -su aparición en los diarios, en la TV- parece convalidarlos. Fue curioso, como experiencia antropológica si se quiere, ver las reacciones que desparramó el robo: desde las previsibles hasta las más disparatadas, muchas proyecciones clasistas que juzgaban la escena desde los más diversos ángulos, de la condena a la vindicación. Y el desenlace mismo de la historia, plagado de oscuridades, produjo tanto censuras como “defraudaciones”, que en definitiva de eso se trataba.
Arroyo, ese hombre sin escrúpulos, que trabaja en la Municipalidad manejando una cuota de poder en base a la información y documentación que conoce y que maneja, en su oportunidad y a su conveniencia, generando preocupación y miedo a su alrededor. Obviamente, aunque siempre reviste en una segunda línea, no es un cuatro de copas. ¿Qué papel representa en esta historia de distorsiones y mediocridades?
Debe haber muchos “Arroyo”. O al menos uno imagina que los hay, que existen tipos opacos, que no salen en los diarios, ni tienen un nombre público, pero son conocidos por los del palo. Estos tipos manejan una cuota de poder en esas entretelas intermedias del poder, donde no está lo más elocuente, lo más visibilizado, pero negocian cosas pesadas. Este Arroyo de la novela cumple una función emblemática: un tipo que trasciende la marginalidad, porque forma parte de una estructura gubernamental, pero se mueve hacia afuera como un nexo, un blanqueador de opacidades.
Te pregunto por el emblemático Falcon con patente de los servicios, por su implicancia y significado en la novela.
El Falcon ha sido usado hasta el hartazgo; justo es reconocerlo: el cine y la literatura lo emplearon demasiado. Pero lejos de obrar como un ícono del temor, yo quise ubicarlo en un lugar paródico. Este Falcon del Carne Boba, es una ruina, un cúmulo de hierro oxidado, ya casi no remite al miedo, aunque lo saluden los canas como si se tratara de un desfile militar de reservistas. Creo que se trata de una mirada aggiornada sobre lo que fuera un símbolo de época. El Volkswagen Escarabajo -el auto del pueblo- también fue un símbolo nazi; el tiempo se encargó de desplazarlo de su simbología originaria.
El rechazo de Ovi por el trabajo y el miedo de envejecer entrampado en esa rutina; ¿de dónde le viene este resquemor?
El rechazo al trabajo es parte de su experiencia: Ovi sabe (o supone) que trabajando nunca va a ser más que un dependiente, un esclavo; que trabajar equivale a la frase del portal de Auschwitz: Arbeit macht frei – “trabajar os hará libres”-. Y por otra parte, el paso del tiempo lo acecha en uno de sus centros vitales: la pérdida de su energía sexual, algo que progresivamente advierte como amenaza en los diálogos con sus compañeros mayores. A un tiempo, sin mencionarlo, Ovidio empieza a recordar aventuras eróticas con la nostalgia de la aventura pasada, de algo que ya no es tan frecuente y comienza a desdibujarse.
La mala fama del abogado. El médico en tela de juicio, en este caso, por el residuo genético. El juez que defendía torturadores y es intocable. El funcionario municipal que hace lo suyo… y así sigue la lista. Hablemos de ello, de una organización social que gira alrededor de una virtual ética de la responsabilidad que parecería encontrarse en franca retirada.
Convengamos que se trata de una mirada restringida, esquemática en muchos casos, la que despliegan estos personajes, aunque pueda considerarse lugares comunes aceptados por muchos. Pero el capricho de ese recorte de la realidad conforma sistemas elementales de pensamiento a partir de esos juicios sumarios, muchas veces erróneos, modelados por la repetición, el prejuicio, cierto supuesto saber popular. Son herramientas tácitas, primarias, con que mucha gente configura su precaria comprensión del mundo. Cuando esto se generaliza sin analizar en profundidad, sin fundamentaciones, la perogrullada se vuelve discurso aceptado, y hasta se le da categoría de verdad. Los medios de difusión son un claro ejemplo de este tipo de moralina.
La sexualidad: presente aunque sólo en cabeza del único del grupo que le rinde culto; es prioridad en el que va al frente más allá del mal, de las caídas. Decinos algo sobre este tema.
Ovidio tiene esa peculiaridad de dialogar con su pene, en realidad, de mantener conversaciones imaginarias en las cuales “el amigo” le reclama asistencia. Ovidio juega con esa fantasía, algo pueril que demanda la urgencia de su deseo. Sus relaciones son casi deportivas, o si se quiere lúdicas: pareciera que la performance tiene poco de erótico, más allá de las situaciones -muchas veces intempestivas- en que se dan los encuentros. Y cuando llama el deseo, Ovidio no es prejuicioso: como un náufrago, se prende de lo que flote. Eso creo que lo humaniza, al menos lo desplaza de su rol de ventajero y lo lleve hacia cierta caridad cristiana.
El Negro Cotignola en Ámsterdam. La vida que eligió a pesar de todo.¿Cómo gravita en cada joven la falta de oportunidades?
La historia del Negro Cotignola tiene también restos de verdad, con otro nombre y circunstancias parecidas. Hace rato que aguardaba la oportunidad de incluirla en una novela, y en “Jardín…” me pareció apropiado hacerlo, porque el Negro viene de un lugar parecido al de Ovidio, de una clase social similar. A diferencia de Ovidio, que vive abulonado a Santa Fe y ya siente palpitaciones cuando cruza el Salado, el Negro se atrevió a pegar un salto mayúsculo: apostó fuerte todo lo que le quedaba, se la jugó a fondo. Bueno, son opciones. Lo que me importaba señalar era el efecto que el conocimiento de esa historia producía en Ovidio, una especie de ratificación del propio rumbo.
¿Qué nuevos proyectos tenés en mente?
Estoy escribiendo la tercera y última parte de esta trilogía de Santa Fe. Hay nuevos personajes y Ovidio ya no actúa como protagonista central, aunque es una referencia importante para el funcionamiento de la trama. Santa Fe es el escenario excluyente. Va a llevar tiempo, pero está en marcha. Veremos como se termina este asunto.