Fantasmas.

Maidana, ex conscripto que termina en la ESMA.

Los trabajos del horror y del silencio, de las palabras arrancadas como dientes.

¿Cómo se escapa de eso?

¿Cómo se olvida eso?

Maidana puede sacarse el uniforme, pero no la sangre que lo salpica.

El Canario nos presenta la lucha de un hombre por hacer de las heridas de la Dictadura una cicatriz, y a su vez, de otro tipo de daños, de aquel que deja las cosas que se pierden y no se pueden recuperar.

Los personajes de la novela buscan la alternativa del olvido frente al peso del recuerdo y, a veces, con una suerte de masoquismo, hundirse en esas cosas que faltan, a ver si el hundimiento sucede de una vez y para siempre, porque saben que el olvido es una carta que nunca les van a repartir.

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Hablemos del origen del Canario. ¿De dónde surge esta novela?

Surgió de un ejercicio de experimentación: me propuse retomar un argumento veinte años más tarde, tanto en el tiempo ficcional como en la realidad. Probar cómo funcionaba a partir de una estética nueva ya que, irremediable y felizmente los modos de narrar cambian con uno. O quizás uno aprenda otras modalidades. Así volví a la historia que había abandonado en un final abierto, y traté de construir primero una secuencia que armonizara con la previa, luego expandir y ampliar la historia desde una serie de fragmentos temporales.

Si bien funciona de forma autónoma, El Canario es una suerte de continuación La Pasión en Colores. ¿Tuviste alguna precaución o regla a la hora de escribirla?

Sí. La premisa fue respetar puntualmente el argumento de “La pasión…”. Nada de aquello está alterado. Pero la novela nueva debía leerse con absoluta prescindencia del antecedente. Me tomé todas las libertades en cuanto a las diferentes rupturas temporales de la historia, porque en “El canario” aparece un coprotagonista muy fuerte que, a su vez, carga con un pasado tortuoso.

La supervivencia es uno de los temas de la novela, incluso desde el título, donde vemos que la única manera de sobrevivir y acceder a una “redención” tiene más que ver con la relación que forjamos con otro que con uno mismo. Ayudar para ayudarse. Me gustaría profundizar esta idea.

Bueno, eso por suerte es posterior a la escritura. Seguramente tiene que ver con formas de mirar la vida y las relaciones humanas, de advertir el modo complementario que surge a través de esos vínculos, pese a la diversidad de miradas. Porque el tema no es la “bondad humana”, que parece un título tardío de Kurosawa, sino tal vez la supervivencia aún en condiciones extremas de la sensibilidad. La veo como una novela medio existencialista, con una especie de anacronismo camusiano que es lo que más me gusta en el tono. Claro que no me lo planteé de entrada, como tampoco lo que mencionás de la redención: durante el proceso de construcción del libro, al menos en mí, no existen esas pautas; apenas se pueden ensamblar ideas medio vagas desde el marco histórico, la verosimilitud de las voces, la coherencia, cuando uno tiene en claro la cabeza de cada personaje. Eso sí me resulta imprescindible: tengo que tener muy claro qué piensan y cómo reaccionan en consecuencia, aún en el dislate. Siento que, si no estoy en la cabeza del protagonista, si no entro en su lógica, no puedo decidir ni resolver nada que funcione literariamente.

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Me interesa abordar la concepción del personaje de Maidana, de su participación en la Escuela de Mecánica de la Armada y de cómo trata de huir de lo que presenció. ¿Cómo trabajaste esta suerte del otro lado de lo monstruoso?

Siempre leí todo lo que me cayera a la mano sobre el tema, desde crónicas, informes judiciales, narraciones realistas o ficcionales, testimonios de víctimas, y sobre todo ensayos. Todo lo bueno y todo lo malo que me interesó sobre el tema. Era algo muy complejo de abordar en un argumento sin salirse del objetivo, porque mi propósito no era el testimonio, ni el derrotero del sobreviviente, ni la crónica histórico-política. Inevitablemente, todo eso asoma a ramalazos, porque no estoy hablando de botánica ni del pleistoceno. Pero me ayudó el concepto de microhistoria, desplazar el eje del relato a lo marginal, a los detalles subalternos que tienen otro tipo de elocuencia y no por eso eluden la referencia al tema central que sigue siendo el secuestro, la tortura, la reducción a esclavitud, la indiscriminada disposición de cuerpos y vidas ajenas.

Si bien es inevitable hablar de la dictadura, me parece interesante ver las otras heridas que tratan de curar los personajes. Los amores perdidos, principalmente. Me gustaría ahondar en esto. Y, en el caso del protagonista, en este doble juego de olvido y recuerdo, ¿busca recordar a Gretchen en Lisi o busca olvidarla?

Los detalles de la vida afectiva de los personajes creo que ayudan a balancear la carga, a humanizarlos en medio de situaciones de extrema gravedad, tanto en Maidana como en Parra, aunque de diferente manera. Cada uno viene de experiencias muy distintas y sin embargo, la empatía inicial entre ambos parece provenir de la soledad, de cierto oscuro orden de cuentas personales y antiguas que los ha arrojado a ese presente. En cuanto a Parra, me da la impresión de que quiere ambas cosas: recordar primero para poder guardar a esa mujer, o a ese recuerdo, en un sitio que no le impida seguir viviendo.

Al volver sobre un mismo hecho, los personajes se encuentran con diferentes aproximaciones al mismo suceso. ¿Cómo opera la memoria sobre la construcción de los recuerdos?

Así como lo mencionás me suena (otra vez) a Kurosawa, en realidad a Akutagawa, el autor de Rashomon.  Las miradas diversas sobre un mismo hecho, son como las posibles lecturas de la historia. Más acá en el tiempo Humberto Constantini hizo algo parecido con ese recurso en “Háblenme de Funes”, que después malversó la película de De la Torre.  Es un clásico, un tema universal, y un desafío interesante para un escritor. Es más, me parece de esos temas recurrentes que soportan muchos abordajes, porque la memoria, en definitiva, es un dispositivo insondable aún para el psicoanálisis. En esto asoma de nuevo la cuestión del fragmentarismo, del modo amañado en que recortamos, guardamos y descartamos. No tengo ninguna teoría al respecto, sólo las intuiciones que considero plausibles para cada personaje.

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¿Podríamos decir que la verdadera enfermedad de Maidana es la culpa y la cura es una redención que no encuentra? ¿Cómo creés que conviven estos dos conceptos presentes en la novela?

Es probable que sea la culpa, pero no solo la culpa. Creo que también opera sobre sus síntomas la imposibilidad de haber construido una vida, tal vez a raíz de aquella situación. En otro contexto, hay un dato de la realidad tremendo en el caso de los combatientes de Malvinas: que haya más suicidios que muertos en combate, habla de un mismo tema: de la imposibilidad de seguir vivo después de esa experiencia. Cualquier posible redención tiene que enfrentarse a lo más tortuoso del recuerdo, y a las imposibilidades que plantea el olvido. Maidana procura evitar el sueño, que lo encuentra con las defensas bajas y lo somete; trata de esquivar en la vigilia todo aquello que sabe que va a retornar para herirlo. Y la medicina, como para tantas cosas, tampoco tiene cura para esas heridas.

Después de diez novelas, quisiera preguntarte qué entendés que representa el oficio del escritor.

Un oficio supone una habilidad, cierta destreza en este caso con el uso de la palabra. Como un carpintero, o un albañil. Pero el profesionalismo implica trabajar por encargo y por dinero. ahí aparece otra cuestión que distorsiona el oficio, porque un escritor que consigue cierta repercusión puede llegar a escribir, no digo a pedido, pero sí para satisfacer “lo que se espera de él”. Y esa es una trampa muy aviesa, incluso para consigo mismo. Si uno pierde esa pequeña libertad para mantener algún privilegio en los beneficios, alguna prebenda, como escritor está listo. Creo que hay que ser cuidadoso con esos límites. En ese tipo de profesionalismo suele refugiarse una perversión. Tal vez uno deba conservar el concepto de artesanía, porque la genialidad escasea y no precisa explicarse. De todos modos, cada uno construye como puede, con lo que dispone y desde donde se encuentra. La única certeza que queda son las obras; la peripecia personal es apenas detalle coyuntural.

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En un momento de la novela, el narrador dice: “El genio está hecho de otra madera. Es la ruptura del orden”. ¿Qué es, para vos, la genialidad?

Un poco lo respondía antes, y coincido con el texto: el genio, la genialidad, es una fractura en el sistema, algo que rompe el paisaje de lo previsible. Por eso seguimos leyendo el Quijote de Cervantes, mientras el de Avellaneda es anecdótico. Hay tipos que, quizá sin saberlo o sin proponérselo, escribieron para la eternidad. El problema radica en descartar todo el resto, porque en la vida cotidiana, es necesario hasta lo insignificante, no solo lo extraordinario. Y eso lo ve cada lector que edifica una especie de santuario personal, donde pone lo que se le ocurre sin mediaciones, sin pedir opinión a nadie, así fuere algo cursi, desprestigiado, banal, y tal vez lo instala al lado de un clásico.

Y también está el tiempo, que modifica muchas valoraciones, que cambia la mirada sobre determinada literatura para bien o para mal. Es una suerte de proceso lento: un día tomás la decisión de no volver a leer tal libro, o tal autor, porque tu tiempo es finito, y tu biblioteca enorme. O porque no tenés más ganas de enfrentarte a cierta estética que sabés cómo funciona. Yo defiendo esa libertad íntima.

El tiempo es otro de los protagonistas de la novela. El tiempo como daño, como aquello que se pierde para siempre, y el tiempo como maestro, la experiencia como sabiduría acumulada. Me gustaría que profundizaras en esta dualidad.

Eso viene de la mano de la conciencia de lo irremediable. El paso del tiempo es algo central en toda la experiencia humana, más acá y más allá de cualquier disciplina artística. La primera oración de la novela alude al tema, esa cuestión de pararse en el medio de la vida, mirar hacia atrás y dudar hacia adelante. Lo que mencionás del daño, la pérdida irreparable, y a la vez el magisterio del tiempo más allá de cualquier dudosa sabiduría. Pienso que son temas difíciles de abordar en otras etapas de la vida, que hay un momento en que esa reflexión llega inevitablemente. Pero existió una juventud, que no fue maravillosa, que advirtió prematuramente lo que significaba el ocaso ante un mundo inconmovible, refractario. Tal vez de esa conciencia hayan partido todos los grandes movimientos del siglo XX. Desde fines de los ’50 para acá. Por eso quise deliberadamente que algunos hitos de aquellos tiempos figuraran en “El canario”, desde Vietnam hasta la dictadura argentina, pasando por el flower power, el club de los ’27, El Bolsón. Puesto así quizá suene caótico y pretencioso, pero pretendí apenas colgar ciertas fotografías sintomáticas sin aspirar a narrar una generación. Son flashes de una historia que asoman en el recuerdo de los que vivimos un mundo casi extinguido, pero no olvidado. Casi extinguido digo, pero necesario para comprender en dónde estamos parados hoy. Tal vez eso sintetice la mirada sobre el tiempo.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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