“Hay que volver a la masa azul noche estrellada / donde éramos luz”
Si la patria, el hogar, es poseerse, hay entonces un retorno posible.
Podemos leer de este modo Las linternas flotantes de Mercedes Roffé, libro-poema reeditado por Modesto Rimba (Buenos Aires, 2017), viaje de enorme potencia simbólica que se inicia desnudando las condiciones de un mundo herido / en todos sus costados. En este movimiento, el yo poético, descentrado, se implica en la crudeza de la escena —reside allí, en vilo— “con los ojos abiertos, bien abiertos”.
Roffé parte de una toma de conciencia (un instante, como un rayo) que no se agota en sí misma sino que circula, vibrante, hacia lo vivo; y en el despliegue de intensidades se afirma una identidad suspendida, cimbreante en este largo poema que respira con un ritmo numinoso.
El poema es el ritmo de lo otro en mí
más allá de mí, siempre, más allá.
La poesía de Mercedes Roffé no describe: interroga incluso las marcas de lo identitario que aparecen al inicio del texto como trazos, cifras o letras que lejos de fijar un sentido, permiten un cimbreo que conduce a la disolución de cualquier intención aglutinante. De este modo, el yo, nómade, reside en esa suspensión que apunta a una verdad que, como toda verdad, imposible, sólo puede decirse a medias.
¿Será aquel hiato en el fluir del tiempo
el único hogar y patria verdadera?
Hogar y patria:
Llamo así al poseerse,
al mirarse y verse reflejado
en un agua
confiable y serena.
Cuerpo de luz
Cuerpo de bien
Hiperbólico pétalo bogando
entre una y otra ribera.
Cada poema se continúa en el siguiente, le responde al anterior, fuga y reanuda a partir de un significante que insiste —“eco en el eco”—, en un movimiento sinuoso y firme, perseverante. En ese vaivén, que también es torrente, se recrea un escenario donde el éxodo, la ausencia y la memoria salen del entumecimiento para abrirse paso hacia un espacio acuoso, lumínico, y flotar, como las linternas que dan título al libro.
La cadencia, el sonido, las aliteraciones, los cortes de verso que dejan abiertos los sentidos y hacen de este poemario música, plegaria, logran una atmósfera que no invoca más que a un sujeto universal que en su arrebato verbal naufraga con soltura fuera de sí, con una sensibilidad apabullante.
Vaya a saber qué festín de sentidos
de vacíos
de impronunciable
certitud
celebran
allá tan hondo
en la anchurosa etérea a-
dormilada valseosa
nauseada
blanca esfera del mar
La referencia al vacío cobra sentido: será esa hiancia, aquello impronunciable, lo que no obstante pulsa y empuja el proceso escritural.
Las fronteras se difuminan, el espacio y el tiempo que se abren son los propios de un ritmo poético que resiste allí, en las modulaciones de la luz, en lo que se oculta y se revela. En ese canto que es el poema se abre un hiato contundente y fecundo.
fotografía: Natalia Leiderman