Pasé tres años en cafúa. Nunca me anduvo el ser honesto. Recién salí y encontré un mundo cambiado. Mucha gorra, por la papuza. Ahora lo llaman paco. Es merca berreta que hacen con la merda que queda de la buena. Con esa, sos boleta seguro. Quema la sesera y se la venden a los purretes. Remontan el tablón como moscas, pobres pibes. Me pone loco esta guachada. Tengo bronca de verdad.
Manopla, un escruchante retirado, supo que estaba en la rúa y mishio. ¡Si habremos reventado burros juntos! Me garpó un feca y lo conversamos
Está perdido. Cuando dijo “diler” lo mandé a las partes de su mamá.
–Yo no cago pibes.
–Eh, che, no te la tomés así. Que, ¿ahora sos bueno? ¿O te removieron los fideos en la cufa, y te gustó tanto que querés patinar de tribilín? Sabés que es en el Rosedal ¿no? Te puedo recomendar a un ciruja que te hace las lolas y las cachas, como Wanda Nara, ¿Querés?
Largó una risa de hiena. Para no tener un entrevero, se la perdoné. Me tomé el bondi, y pa’ mis adentros pensé “hasta nunca”. Pero me apuraba el ragú y lo busqué al fioca de la Rosita.
¡Rosita!, al fin y al cabo, yo fui su primer amor. Yo sabía que el macró ya no quería que la piba hiciera la yeca. Estaba marcada por los rati, y la engayolaban vuelta a vuelta, así que manoteé esa soga. Lo cité en un cybercafé, y le hablé del celu, del watsap, de tinder.
-Hoy es pulenta el patín-le dije- si manejás comunicación, marketin, sexo seguro, y lo más a giorno, el celu cuatroge.
–Que ella te entregue toda la moshca, minga. Hashta hoy la guita she la tengo que shacar a losh tortashos- dijo el punto -Y mirá que la ligó, eh, pero no hay casho, shiempre la turra she eshcamotea un vuelto.
Hablaba entre dientes. Masticaba un palillo y le salía un ceceo al pronunciar la ese. Me llenó la jeta de saliva y lo miré medio atravesado. Se avivó, y lo escupió por la ventana.
-Es una turra. No me junés así, ya lo fleté al escarba.
Sin ceceo y sin garúa, siguió.
-Ella es mi berretín. Cuando aprieta el tornillo, la hago laburar en el trocen a la matinée, pa’ que no me le agarre una gripe. Hasta le compré un aire pa’l verano. Me encariñé. ¿Vendértela? Ni loco.
Lo apuré.
–Mirá, yo también tuve mi metejón con ella, pero negocios son negocios. Veamos cuantos otarios llaman por día. Yo pongo el celu mellizo y vos controlás las conversas, cuantos gilunes visitan la página y cuantos levanta y si va bien, te la compro a la Rosa.
-No está en venta – me contestó – pero me contó que la desvirgaste y la trataste de bute. Te ofrezco un trato. Te voy a ayudar, porque te lo merecés…
Se quedó en el ’45, pensé. Pero no, me conchabó al toque para que diseñe un sitio de encuentros en internet. Si, claro, de él. El album y las chicas las maneja una gerenta.
Es la Rosita, ¡‘jodeputa!