fotografía de portada: Denise Koziura Trofa
Marie se acercó al grupo de hombres que discutían sobre política, regia como siempre, cargada de una cuota de valentía y coraje. Oyó las palabras de Adrián, su marido, antes de intervenir. No hay nada que hacer, la historia, como decía Borges, es un espiral. Aquello le pareció fatalista y se hizo un hueco entre los sujetos para hacer oír su voz. No por eso vamos a dejar hacer ¿o si? Para eso están las manifestaciones. Adrián la miró con gesto desaprobatorio, como ofuscado, y consiguió censurarla. Que capacidad la suya de insultarla sin emitir un sonido. De repente se sintió chiquita, hundió el pecho y se excusó con deberes culinarios ficticios. De eso se encargaba el personal. Su mamá ya estaba en la cocina, copa en mano, huyendo ella también de la testosterona. Tu papá era igual, la sorprendió porque no había hecho comentario, ni la había percibido en la sala. El consuelo implicó también una caricia en el rostro que la angustió más, se alejó apretando los dientes con el mejor gesto que le salió. Sin querer preocupar. Amaba a su madre y no dudaba de su afecto, pero sabía lo infeliz que había sido al lado de su padre. A quién poco había conocido, y menos le habría gustado conocer. En su camino a su cuarto espió a su marido, admitió que no lo quería ni un poco, comprendió que el sentimiento era mutuo. Pero, en sus treinta y muchos, él encerraba la única, la última, posibilidad de tener una familia. Entiéndase por familia un bebé. De repente sintió el yugo de su destino justo detrás del collar Swarovski. Repetiría los errores y dolores de su madre, estaba claro. Quizás Adrián tenía razón sobre eso que decía Borges.
Entonces tuvo una epifanía, vació el pastillero de anticonceptivos en el inodoro y buscó la lencería más sexy. Esa que le había elegido él. Desde ese día, sería en extremo complaciente -casi autómata- y le haría el amor como nunca antes: con deseo. Un deseo cruzado.
Una vez logrado su objetivo, a saber fueron tres meses de arduo trabajo, tomó sus cosas y sin mediar palabra se fue para criar a una hija rebosante de amor propio. Al final, juzgó, la historia es un espiral y no un círculo.
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