El Inglés de Martín Bentancor narra un velorio en un pueblo alejado que se estira a lo largo de la noche. Al lado del cajón, cuatro hombres. En un principio unidos más por el azar que por un vínculo, pero para cuando amanezca estarán hermanados por compartir -y conocer- la historia, mítica, de un personaje que marcó la historia de ese lugar.
En esa delgada línea que separa realidad de mito, el viejo Samurio, suerte de juglar oriental, irá narrando la vida del Inglés, donde los relatos se irán superponiendo unos con otros, ocultando y trayendo al frente partes de su vida.
Quiero arrancar preguntándote por el origen de “El Inglés”.
El libro surgió a partir de un párrafo de la novela anterior, ‘Muerte y vida del Sargento Poeta’, en el que se mencionaban los Campos del Inglés, una región de terreno montaraz de la Tercera Sección, sobre el Río Santa Lucía. Al final de la historia, en una suerte de glosario, se cuenta muy acotada la historia de William Collingwood, el Inglés. En la novela siguiente, pues, me propuse desarrollar al personaje pero contado por la voz de otros.
Me interesa preguntarte por el registro, esa cadencia que a veces, con sus pausas y el modo en que administra la información, remite a un payador, y donde, además, los diálogos se encuentran dentro del párrafo sin recurrir a líneas de diálogos, generando una estructura particular.
Puede haber algo, sí, del sustrato payadoril, del canto improvisado en base a hechos conocidos o recuerdos que se sacan a la luz. El que cuenta la historia –el viejo Samurio, en este caso– actúa en función del caudal de sus recuerdos y también de la atención que le dispensa el auditorio. Sin esa atención, que es variada porque se estira a lo largo de toda una noche y algunos oyentes dormitan de a ratos, o salen a orinar, no habría historia, porque no habría destinatario. Ese puede ser un vínculo con la labor del que canta improvisando. El diálogo fusionado en la narración tiene que ver con la importancia de la conversación para que avance el relato y porque, además, no me gusta escribir diálogos en líneas; dentro del artificio literario en sí, eso me parece un artificio extra, innecesario.
Podríamos decir que la historia es atemporal, gente reunida alrededor de un ataúd en este caso pero que bien podría ser una fogata. En ese tipo de relatos orales la ficción suele ganar peso y agregados con cada “pasada”, donde ese esqueleto originario se haya cada vez más sepultado. Me gustaría indagar en este apartado.
En ‘El Inglés’ hay mucho de la tradición oral de los viejos contadores de historias que escuché en mi infancia. Mis abuelos, para empezar, pero también otros viejos del pago que se regodeaban contando un puñado de historias atravesadas por la truculencia, la exageración y cierta picaresca moldeada en los asuntos más sórdidos. Sucedió que de niño escuché la misma historia (una pelea entre dos paisanos a cuchillo y garrote, que se extendió durante varias horas) con diversas resoluciones, al punto de que ese esqueleto originario del que vos hablás, se diluyó por completo, pudiendo incluso no haber existido nunca.
En la novela aparece un elemento característico de nuestros tiempos: el celular. El maestro se haya tentado de perderse en el celular en cierto momento, alejándose de la historia del Inglés. A pesar de limitarse a los mensajes -también entendiendo que es una novela de del 2015-, sin profundizar en las aplicaciones y el WhatsApp, por ejemplo, me parece interesante ver esta dualidad de registros y una multiplicidad de conversaciones que pueden darse en el mismo momento, y donde el individuo muchas veces se encuentra en un cierto “no lugar” al estar un rato en sitio -físico- y un rato en otro -virtual-. Me gustaría conocer tu opinión.
La presencia del celular en la novela, que el personaje del maestro utiliza para comunicarse con una mujer, obedece también a algunas razones prácticas, como la de datar, en cierta forma, al relato y la de introducir en el ambiente sórdido y primitivo del entorno, un elemento de la modernidad. Pero, además, el celular es un objeto que distrae, aísla y hasta controla los movimientos del dueño. ¿Cuántas veces hemos estado contándole algo de vital importancia a un interlocutor y vemos como nos interrumpe de golpe para atender alguna gansada que le cae en el celular? En ese sentido, me interesó incorporar el mecanismo en la novela como un elemento distorsionante, dicho esto sin ánimo de emprender ninguna cruzada anti tecnológica. Me resulta interesante tu apunte sobre el vínculo o la posibilidad del “no lugar” al que traslada el celular, que me parece una versión menor y empobrecida del mismo mecanismo que despliega un libro.
El maestro está a punto de retirarse a su hogar, no conoce más que levemente al difunto y mucho menos a los otros que han decidido estirar el velorio durante la noche. Sin embargo, en el momento que se menciona el mito del Inglés decide, pese a su cansancio, quedarse. Me gustaría profundizar en este poder que tienen las historias y preguntarte en dónde creés que radica esa fuerza.
El maestro es un hombre letrado. En la comunidad rural en la que se desempeña, es una persona con cierta cultura, escéptico, que sin embargo cae cautivado ante la referencia al Inglés. Creo ver ahí el despunte de esa pulsión primigenia, que todos tenemos, ante la perspectiva de escuchar una historia bien contada. Por eso, a medida que avanza la noche y también el relato, el maestro no solo va conociendo más de ese personaje que murió más de ochenta años atrás sino del propio sujeto que cuenta la historia.
¿Cómo creés que se percibe el campo desde la mirada de la globalización y el siglo XXI?
Sobre el punto puedo hablar de mi experiencia personal. Nací en el campo y he vivido casi toda mi vida en un vínculo directo con el espacio rural. Sin embargo, desde el momento que decidí ambientar algunas de mis ficciones en ese paisaje, nunca me interesó el costado regionalista ni costumbrista, ni el rescate de la tradición ni la defensa cerrada del terruño. Como creador, el campo, acotándolo a la zona de la Tercera Sección, donde se ubican ‘El Inglés’ y otras novelas y cuentos, me funciona como un reino que gobierno a mi antojo, con todas las veleidades de un déspota caprichoso. En mis novelas, el color local, cuando aparece, no es símbolo de pertenencia sino mero ornamento para la acción. Dicho esto, la literatura uruguaya tiene una serie de autores que han escrito sobre y desde el campo, pero la cuestión, sinceramente, no me interesa en lo más mínimo.
Participaste de varios concursos y resultaste ganador de algunos. Me interesa preguntarte por el rol que le adjudicás a estos eventos. Y además, ¿cómo cambiaron tu carrera?
Los concursos literarios son como una suerte de ejercicio deportivo en el que un jurado premia las destrezas del atleta más avanzando. Claro que por cada concurso ganado, hay un montón de intentos fallidos. La práctica es sana: oxigena el estilo y, cuando se gana, masajea el ego. Más allá de eso, los dineros que se obtienen son ridículos. Lo que sí otorgan los concursos es una mayor difusión a nivel de prensa: los suplementos culturales te llaman, aparece alguna reseña, los programas culturales de televisión se interesan.
8) ¿Cómo ves el panorama de la literatura Uruguaya? ¿Qué autores podés recomendarnos?
Como nunca me he acercado a la literatura desde una perspectiva nacional, que la acote a los límites de una frontera, no me siento preparado ni interesado en hablar de una literatura uruguaya. No leo a autores uruguayos por su nacionalidad y no estoy al tanto de todo lo que se produce en el mercado editorial local. Leo sí los textos de algunos amigos, pero más que nada manuscritos. Al momento de recomendar a un autor que nació en este páramo desolado del sur pero que, definitivamente, ha trascendido regionalismos, corrientes y hasta la propia lengua en la que escribió, menciono a uno de los grandes, Juan Carlos Onetti.
¿Quiénes fueron tus referentes e influencias a la hora de escribir esta novela?
En ‘El Inglés’, infame e ingenuo de mí, pretendía elucubrar una historia con la densidad de William Faulkner, pero en los rescoldos de la trama y en el aliento de la escritura, se fue colando, de a poco, Luis Landriscina.