La gran pregunta no la hago yo, sino Carver: ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? Imposible saberlo, porque si hay algo cierto sobre el amor es que resulta imposible de definir. Será por eso que las historias de amor emocionan, pero no convencen. Los poetas mediocres caen en los lugares más comunes al hablar del tema; los más avezados, en el lugar común de no caer en el lugar común. Encarar el amor puede ser más o menos difícil en la vida cotidiana, pero en el arte es, después de siglos de literatura amorosa, una tarea compleja.
Pocos conceptos han sido tan banalizados en occidente como el amor. Al mismo tiempo, pocas cosas nos movilizan tanto: lo buscamos, lo perdemos, lo encontramos, lo pensamos, lo sublimamos, lo despreciamos. Nos emociona la pasión de la parejita joven y nos conmueve la persistencia de la vieja. Sus distintas manifestaciones forman parte de un constructo cultural, pero su esencia refleja la gran paradoja del ser humano: amor siempre nos falta, pero lo que nos ha sobrado siempre es el odio.
Ya los griegos ponderaban el amor como un principio de unión, de vinculación entre partes distintas por intermedio de un lazo difícil de explicar, porque al final es eso: el punto de encuentro entre personas que no deberían encontrarse, o que no tienen nada para encontrarse, o que no pueden encontrarse.
Es precisamente en este punto donde se planta el escritor e ilustrador taiwanés Jimmy Liao para pergeñar tres libros donde encara el tema con ingenio y belleza. Algo de magia hay en su propia historia de vida: luego de superar una leucemia a los cuarenta años, dejó de lado su carrera de diseño y publicidad para comenzar a escribir sus propios libros ilustrados. Tal vez mi postura sea naif, pero todavía me conmueven las personas que intentan plasmar su visión del mundo no porque la crean novedosa, sino por seguir una voz interior.
La noche estrellada es la obra de estética más depurada que ha dado Liao hasta el momento. Cuenta la historia de una niña creativa y sensible que debe enfrentar el vacío que deja la muerte de su abuelo. En medio del proceso, conoce a un niño, también solitario. Juntos, se adentrarán el en descubrimiento del mundo hasta realizar un viaje que los sumergirá en un universo donde Liao conjuga de manera increíble la fantasía con la técnica impresionista. Así, un bosque, una casa, el viaje en la caja de una camioneta que transporta sandías, el descanso sobre una piedra en el medio del río, la noche estrellada: todo se transforma en un punto de encuentro donde la vida palpita en una nueva búsqueda de sentido. Acá el amor no es romántico: es a necesidad de estar juntos, de llenar el hueco del vacío, de oponerse a la soledad en el reflejo del otro.
Desencuentros es un libro realizado con la técnica más clásica de la ilustración: tinta y acuarela. Cuenta la historia de un hombre y una mujer que coexisten en extrema cercanía, pero se desconocen. Así, la primera parte del libro transcurre en la soledad de estos personajes que, sabemos, están destinados a encontrarse. Con sutileza, sin apresuramientos, Liao nos muestra como el amor también puede ser una casualidad afortunada: un día, los caminos se enfrentan y entonces, no hay suerte, porque todo estuvo determinado desde un principio; por supuesto, en esta historia sobrevendrá la separación, también fortuita, sin que medie el conflicto, como si el azar fuese el responsable inocente de unir y desunir dos destinos. De final ingenioso, Desencuentros es un libro de profunda belleza narrativa, donde todo el arte de Liao está puesto al servicio de un pequeño relato que conmueve por su simpleza, por su despojamiento, por su profunda humanidad.
Paisaje de amor es uno de esos libros de origen particular, porque está basado en una serie de estampas que Liao realizó para los títulos finales del film The floating landscape del director Miu-Suet Lai. Tal vez sea su libro más convencional pero al mismo tiempo, el más emotivo. Cuenta la historia de una muchacha que ha perdido temporalmente la vista en el mismo accidente en el que su pareja ha muerto. Mientras que dure su recuperación, el ángel de su novio la acompañará. Cursi y remanada, la historia se sostiene por la solidez plástica de Liao, que logra hacer arte del lugar común, conmover en el retrato de personajes insignificantes como la vida misma.
La magia de Liao no está tanto en la técnica o en la novedad como en una increíble capacidad para jugar con los diseños de página. Más allá de los textos, sus historias son profundamente visuales y aunque pocas veces se aparta de la técnica clásica, sus ilustraciones impactan porque sabe manejar algo tan simple como las distancias. Y es en ese sencillísimo recurso, en la separación que hay entre sus parejas, en ese universo que los aleja o los comprime, donde radica el arte de Liao y su profunda comprensión del amor.
Amar, dice Liao, es simplemente estar cerca. O mejor: es saber estar. La distancia en Desencuentros, la cercanía cuando se debería estar lejos en Paisaje de amor, la proximidad en el dolor de La noche estrellada. Para Liao, no se trata de amar sin medida, sino de la medida del amor. Parece un torpe juego de palabras, y tal vez lo sea, pero entraña una realidad profunda: aún en la ausencia, se ama desde la presencia.
Amar, a fin de cuentas, no es más que animarse a estar cerca de un punto de encuentro tan inexplicable como necesario.