Sábado, 8:30 de la mañana y uno que se pregunta qué carajos hace despierto a esa hora, si terminó de trabajar el viernes a las 23 sin fuerzas para arrastrarse hasta la casa y calentar algo de comer. Uno se revuelve en las sábanas pero no hay caso, y encima siente el frío de la mañana que se filtra por la ventana y piensa en ese burlete que nunca se acuerda de comprar…
No hay nada que hacer: Arriba y a preparar una buena jarra de café.
El cansancio de la semana no se despejó, pero de alguna forma el cuerpo se resiste a seguir durmiendo. Tampoco da para afrontar la vida y mucho menos para echar a andar la cabeza.
Solución: Netflix o Pelispedia.
Explorando las opciones y descartando las más interesantes (¡no vamos a quemar una peli en serio en este estado de semi-conciencia!) empezamos a prestar atención a las de tiros o de superhéroes; tal vez alguna de terror random… ¿No hay nada de zombies?
De repente se alza el tío Bruce de entre las sombras… ¡Si señor! Era justo lo que estábamos buscando.
Si bien los años dorados de “John McClane” se desdibujan en la memoria, lo cierto es que los héroes de los 80 son incombustibles, así como esa potencia que los alejaba de esta corrección política tan fatigosa en la que estamos encharcados ahora. Me viene a la memoria una conversación con Horacio Vázquez-Rial en la que el escritor afirmaba (no recuerdo si citaba o era pensamiento propio): “Los yankees no tuvieron un Mussolini porque siempre tuvieron algún Clint Eastwood a mano”, haciendo referencia al poder catártico de la cultura pop. No se si en cuanto a lo de Mussolini estoy muy de acuerdo, pero sin lugar a dudas hay algo en el extremismo de la corrección que termina castrando la épica del más elemental de los relatos, el del ritual iniciático (y ni hagamos mención a la imposibilidad de un pensamiento crítico).
First Kill (El último disparo) de 2017, es justamente eso, un noir rural livianísimo que enmascara el clásico ritual inciático en el que un pibe medio “bobina” logra pelar un poco de actitud.
La peli está dirigida por Steven C. Miller, (cuyo prontuario incluye alguna de terror y otras dos de las pelis chiquitas de Bruce Willis: Marauders -2016- y Extraction -2015-, se ve que ahí hay amor).
La producción no sólo incluye al ex Moonlighting, sino que lo engrandece con el coprotagonismo de Hayden “Anakin” Christensen. El ex discípulo rebelde de Obi Wan encarna aquí a otro personaje de género fantástico: un exitoso corredor de bolsa de Wall Street, honesto y buena gente, que se hizo «de abajo» y, casado con una enfermera, anda preocupado porque su hijo es víctima constante de bullying en el colegio.
Bonachón, como todo corredor de Wall Street, Anakin decide visitar el pueblo de su infancia, uno de esos pueblitos medio “white trash” que acumula USA entre sus montañas, para enseñar a su hijo a cazar ciervos, pensando que eso lo va a convertir en hombre.
Al llegar al pueblo en una lujosa 4×4 importada, Anakin se cruza con el sheriff Howell (Bruce Willis), que lo recuerda de pibe y le advierte que se ande con cuidado porque acaban de robar el banco del pueblo.
Como es evidente en una historia sin giros, Anakin va a cazar al bosque con su hijo, ven lo que no tienen que ver y quedan rehenes de un «crimen perfecto» que tuvo sus fallas y en el que, como en casi todos los crímenes, parte de la policía del pueblo está implicada.
Una peli pequeña pero funcional, de la que no se espera nada más de lo que entrega.
Simpático el personaje interpretado por Gethin Anthony, que es el “cabeza de turco” del atraco, que se retoba y es el que termina entablando la relación con el pibe y enseñándole a encarar las “adversidades”.
No será mucho pero el tío Bruce todavía puede alegrar una mañana de sábado adormilada.