Mediados de los setenta. Argentina.

Irene. La vejez y sus achaques casi como única compañía, con la excepción de su amigo y confidente Álvaro Azcurra, dueño de la prestigiosa Ediciones Leopardi, para la cual Irene se encarga de traducir grandes obras. Entrega una última traducción antes de embarcar a Venecia, su tierra, para poner un océano de distancia entre la debacle y sus fantasmas y ella. Mientras embala sus cosas, se ve obligada a confrontar con partes de ellas que no sabe dónde guardan ni cómo comprenderlas.

En la despedida de sus pertenencias se cruzará con Rafael Leone, un joven demasiado seguro de sí mismo, que podría tener el mundo si lo quisiera, pero aspira a poco más que al vuelto de un sueño. Irene ya no verá con los ojos, si no con esperanza, porque piensa que ayudar a otros es la mejor manera de ayudarse a uno mismo.

Entre máscaras y pequeños resquicios, personajes que se debaten en la comodidad de la jaula y la responsabilidad de las oportunidades dadas y el miedo de tomarlas, porque es mejor decir “nunca tuve la chance” que “yo mismo la arruiné”. En esa línea, Di Marco va tejiendo el paso del tiempo y las elecciones de sus personajes, que en el final tendrán que enfrentarse a lo que hicieron con su vida, ya sin máscaras ni disfraces, en una Venecia que asoma su cúpula como la punta del iceberg de todo aquello que quisieron dejar atrás y contra lo que terminan chocando.

fotografías de Jazmín Teijeiro

Arranquemos por el principio. ¿Cuál fue el origen de Tríptico del desamparo?

Hay una pregunta que me hago seguido: ¿cuál fue el preciso instante en el que determinada cuestión comenzó a funcionar mal? Con esta novela lo que quise es trasladar esa pregunta al mundo editorial. Así que imaginé a Ediciones Leopardi, una editorial argentina de prestigio, y la acompañé desde sus años de gloria a mediados del siglo XX hasta su derrumbe varias décadas más tarde.

Me interesa hablar de Rafael Leone, este personaje carismático que es capaz de todo, pero se conforma con vivir en una pensión con una vida hecha de sobras, y que termina por enfrentarse con la responsabilidad de las oportunidades dadas, y da la impresión de que hubiera preferido evitarlas, para no tener.

Rafael es mi pequeño homenaje —un homenaje cargado de venganza, reclamo, y también comprensión— a esos tipos a los que la ambición les destrozó la vida, pero que en medio de la debacle fueron capaces de comprender su error, parar la pelota, e intentar comenzar de nuevo. Es raro lo que les pasa a los lectores con Rafael. Algunos lo consideran un monstruo, mientras otros lo adoran al punto de justificarle todos sus errores. Me gusta esa dualidad, porque no busqué bajar línea, sino mostrar a un tipo tan brillante y adorable como equivocado.

“-Qué es lo que te da miedo. -Saber quién soy”. La identidad o el tema de asumirse como tal es una marca que se hace carne. Esas vueltas o las posibilidades de cambio que la juventud permite respecto a la sabiduría y experiencia que da llegar a anciano, con su escasa -casi nula- ya posibilidad de cambio. Me interesa ahondar en esa tensión que, creo, define a la obra.

Supongo que eso tiene que ver con el miedo a no poder estar a la altura de lo que el mundo espera de nosotros. Yo sé de eso, todos sabemos de eso. Oír el despertador, tener que levantase y verse ante la obligación de salir a la calle para hacerse un hueco en el mundo puede ser aterrador. Mirarse al espejo y no reconocerse puede ser aterrador, casi tanto como mirarse al espejo y reconocerse. Y ese espanto intuyo que se profundiza cuando se llega a la vejez, cuando ya se ve el carretel y no queda tiempo para dar marcha atrás. Tenés razón cuando decís que este punto define la obra, Nicolás. Tal vez las 320 páginas del libro tienen por fin meterse en el alma de un tipo aterrado que, tras hacer casi todo mal durante más de sesenta años, en algún momento intenta reivindicarse, aún sabiendo que ya es tarde.

La novela fue publicada y premiada en 2012 en Colombia. ¿Cómo viviste el camino que recorrió el libro desde ese momento hasta ser editada finalmente en Argentina a través de Odelia Editora?

Tríptico tuvo la suerte de cruzarse con buenos lectores dispuestos a pelear por ella. Hubo más de un jurado y más de un editor que, sin tener la menor idea de quién era yo, defendieron la novela con mucha garra para que sea premiada y publicada tanto en Colombia como en España. Yo creía que su camino estaba hecho, pero aún le quedaba trecho por recorrer. Un par de amigos —de esos a los que sé que debo prestarles atención— me empezaron a hinchar con que debía salir de la comodidad de publicar afuera y empezar a dar a conocer lo mío en Argentina. Yo soy medio vago para ofrecer lo que escribo, pero por alguna extraña razón consiguieron convencerme. Y cuando me pregunté en dónde quería publicar pensé en Odelia. Me interesa su catálogo, sus ediciones, la visibilidad que tienen sus libros en las librerías por las que suelo dar vueltas… Así que les ofrecí la novela y por suerte las editoras de Odelia decidieron jugarse por ella.

El éxito es un tema que rebota allá acá en la novela. ¿Qué es, para vos, ser exitoso en el ambiente literario?

Poder vivir de lo que me gusta sin que nadie me hinche demasiado los quinotos. No mucho más que eso. Yo me siento exitoso cuando tengo la tarde libre para escribir en el barcito que está a la vuelta de casa.

En la novela hay una nostalgia a los tiempos de oro de las editoriales, por llamarlo de un modo, a su fin –en especial-. A grandes rasgos, ¿en qué considerás que se diferencian las editoriales de ese tiempo con las de la actualidad? ¿Cómo ves el mercado editorial contemporáneo?

Me da nostalgia no haber podido disfrutar de esos años en los que buena parte de los libros que se leían en Latinoamérica no provenían de Barcelona sino de Buenos Aires. Pero tampoco quiero sobrevalorar un tiempo que no viví, imagino que toda época tiene sus claroscuros. El mercado editorial contemporáneo por momentos me parece un gueto de doscientos tipos que se leen, publican, y elogian entre ellos. Por suerte también hay gente que labura mucho y bien. Porque no solo hay escritores valiosos por fuera de ese gueto, también hay muchos lectores con ganas de leer a los mejores escritores y no a los mejores amigos del editor.

Formaste parte del taller de Marcelo Di Marco y a la vez das talleres literarios, un espacio que genera varios debates y que parece proliferar más que nunca. ¿Cuál es tu opinión acerca de ellos?

No puedo darte una opinión porque la verdad es que nunca asistí a un taller literario. Pero sí tengo una saludable costumbre: cada vez que termino de escribir y corregir una novela la leo de punta a punta y en voz alta primero junto a Romina Olivetti, y después junto a Marcelo di Marco. Escribir es un trabajo solitario, uno a veces se siente tanteando durante años las paredes de un pasillo oscuro. Así que me siento muy suertudo de contar con dos lectores y maestros como Romina y Marcelo cuya visión siempre enriquece lo que escribo. Lo que yo doy no es un taller literario propiamente dicho sino un seguimiento y/o revisión de obra. Los escritores me acercan sus cuentos y novelas para que yo les dé una mano con la corrección, o con algún pasaje que los tenga trabados. Es un trabajo que disfruto, se aprende mucho revisando textos ajenos.

Para cerrar quisiera saber qué autores influyeron o fueron de inspiración a la hora de escribir Tríptico del desamparo.

El primer nombre que se me ocurre es Thomas Mann. Al principio de esta entrevista me preguntaste cuál fue el origen de Tríptico del desamparo. Bien, ahora te voy a dar la respuesta verdadera: Tríptico tiene su origen en mi odio a Thomas Mann. ¿Cómo pudo ese maldito desgraciado ser capaz de escribir Muerte en Venecia? ¡Ese libro debí haberlo escrito yo! En fin, el día que comprendí que la novela que yo siempre quise escribir ya había sido escrita… me dediqué a escribir Tríptico. Resultó un gran modo de resignarse.

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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