Emergencia: la palabra remite a un imprevisto que requiere una solución inmediata.
Qué pasa cuando pensamos “villa emergencia”, lugar donde el significado se desmantela, porque el imprevisto ya es rutina y la solución tiene una vida tan corta, que el remedio o cura apenas puede diferenciarse del placebo.
Esa es la situación en la que se encuentra el Negro, uno de los personajes de Mala Leche, a quien le encargan investigar a un tano que regentea un garito y otras empresas de dudosa fachada. El que se lo ordena, claro, lo manda desde la comodidad del sillón de tres cuerpos y una tela que si le preguntaran al Negro no tendría ni idea cómo se llama, ni tampoco le importara. El Negro tiene una sola preocupación: llenar el buche. El resto, es fondo.
Con un registro que fluctúa entre el coloquial actual, marginal y el lunfardo, Alicia Plante nos cuenta la historia de estos títeres que son manejados a control remoto por estos tipos de berretines caros y morales precarias que los miran desde lejos, donde el barro ni la sangre llegan a manchar sus alfombras importadas.
¿Cuál fue la punta del ovillo desde la que empezaste a tirar para armar Mala leche?
Creo que fue Fellini que definió su forma de buscar una trama como disparar una flecha en la oscuridad y después fijarse en qué se clavó. Siempre se puede volver a empezar… Yo empecé describiendo una paliza sin saber a qué me llevaría. Ni a dónde. La villa apareció después. En el taller siempre recomiendo armar un guión antes de escribir, aunque después se lo cambie, tener un esqueleto donde ir prendiendo la carne, los músculos, donde atar los nervios y volcar la sangre… pero a veces no lo hago. Esa situación del pibe tan golpeado, su desorientación, me fue llenando de imágenes y ahí creció el alrededor, el baño colectivo de una villa, el peine ajeno, el inodoro sin tapa…, y cuando ves y sentís a un personaje es porque puede funcionar. A éste lo amé enseguida. Y que funcione o no ya no depende de mí.
Volvés a reincidir en el género negro, ¿qué te atrae del mismo, qué posibilidades le ves? Si tuvieras que definirlo ¿cómo lo harías?
Empiezo por la segunda parte, porque mi definición del género negro explica tanto que reincida en él como las posibilidades que le veo. A diferencia del género policial tradicional, por ejemplo el de A.Conan Doyle, Agatha Christie o P.D.James, el noir no da la espalda al entorno, al medio económico y sociopolítico dónde ocurren los hechos. Al contrario, de allí surge, sus temas están enraizados precisamente en el entorno, en sus características perversas y su capacidad de generar circunstancias en las que el crimen es un elemento natural. Por otra parte, el noir se propone como ficción, no es periodismo ni ciencia, una novela negra no es una crónica de la realidad, aunque su finalidad sea denunciar situaciones reales, para lo cual con frecuencia utiliza un lenguaje simbólico, metafórico o heroico, siempre al servicio de proponer cambios concretos y posibles. Creo que por eso tantos escritores que nunca cultivaron el género policial, incursionan y seguirán incursionando en el género negro, porque les permite la interpelación de los estamentos corruptos de la sociedad en la que se desenvuelven como personas.
El género negro nos enseña que el crimen perfecto no es aquel que no deja huellas, sino aquel que deja un chivo expiatorio. ¿Cómo sentís que opera esto en tu novela?
No sé si estoy de acuerdo con que el género negro deje alguna enseñanza. Tampoco creo que el crimen perfecto sea el que deja un chivo expiatorio. Es más, creo que un criminal que zafa porque no se sabe quién es, o porque no hay suficientes pruebas de su delito, no llega al libro como un asesino perfecto sino como alguien más hábil o con más suerte que el investigador. Que un crimen quede impune es el moño que cierra la pulseada criminal/investigador, pero en los entretelones de la novela negra, o de la policial para el caso, en ese territorio sutil que no se muestra al lector pero puebla la mente del escritor, el único crimen perfecto es el que no se comete, el que solamente se fantasea. Por otra parte, en todo texto, cualquiera, hay una ética desde la que se escribe. Una ética que no necesariamente es la “correcta”. El Ripley de Patricia Highsmith es un delicuente con el cual el lector se identifica involuntariamente porque es inteligente, simpático y hermoso, y porque la autora es una gran escritora que manipula al lector. Ella dijo que Ripley comete los delitos que ella nunca se atrevió a cometer, y sin usar el término se reconoce como una psicópata.
Por otra parte, en Mala leche y en las otras novelas negras que escribí, el crimen no es lo más importante, por eso mis “criminales” no siempre terminan en la cárcel.
La novela negra es narrada, casi siempre, desde el soldado raso, el último escalón, el desesperado. ¿A qué creés que se debe?
El Negro de Mala leche es un desesperado, digamos que llega a serlo por obra de la trama, y sí, es el eje del relato. También es verdad que esto ocurre con frecuencia. Nunca lo pensé, pero creo que el motivo ronda lo político, la tendencia del escritor a tomar partido por la justicia y contra el abuso. Creo que lo mismo que lo hace escribir novela negra lo inclina a colocarse detrás de una espalda maltratada. No imagino a muchos neoliberales escribiendo noir, sería una contradicción esencial.
Hablemos de la contracara de la pregunta anterior. ¿Por qué no se ha escrito aún la novela de esos hilos invisibles que mueven a los peones?
Diría que el motivo es la contracara de la respuesta anterior, o sea, que el autor de novela negra no se compromete con el punto de vista que se le opone, que lo contraría. Los que manejan esos “hilos invisibles” que mueven a los desesperados no tienen estatura de héroe. Cualquiera de mis colegas o yo misma podría escribir desde los entretelones del poder y la corrupción, pero sería una estrategia del oficio, un juego, una pequeña farsa para finalmente mostrar a poderosos y corruptos con el culo al aire.
Te pido una reflexión acerca del título de la novela y de sus figuraciones en la novela.
La elección del título se explica en el texto de la novela, específicamente en las páginas 204 y 205.
El registro mezcla expresiones marginales actuales, así como lunfardo de principios del siglo XX. ¿Cómo decidiste trabajarlo de esa manera?
Cualquiera que esté interesado en el asunto y medianamente atento, tiene una familiaridad espontánea con el lenguaje de la calle, con su permanente evolución. Menos sencillo es diferenciar entre el lunfa bacán, de clase media callejera y joven, y el habla de clase baja, el que está en permanente hervor en los nidos de contacto. Hay diferencias tajantes y otras que no tanto. El otro problema es, y fue al escribir, ir decidiendo cuándo es natural, esperable casi, en un personaje el uso del lunfardo, del vesre, y cuándo sería forzado. Están además las diferencias generacionales que revelan la edad de los hablantes, porque los mayores no registran, ni les interesan, los cambios a la velocidad que se producen. Leiva, un hombre de unos cincuenta años, sigue diciendo kía, cuando el Negro, desde hace tiempo, dice chabón. Y también están los códigos tumberos, tanto verbales como gestuales, que son cercanos al habla de las villas pero con características propias, derivados de las condiciones de vida carcelaria y destinados a cerrar un círculo de sentido que excluya a guardias y ajenos al grupo.
Mi decisión de trabajar con lenguajes marginales respondió a la aspiración de ser lo más fiel posible al perfil de los personajes, a su realidad.
En repetidas ocasiones se ha atacado a la novela negra por su predominio de personajes masculinos. En Mala leche el núcleo fuerte de la novela está compuesto por hombres. ¿Qué nos podés decir de la ausencia de mujeres –en roles centrales—en esta novela?
Que es verdad, en esta novela no hay mujeres en roles centrales. Sin embargo en otras que escribí, por ejemplo La sombra del otro, inmediatamente anterior a Mala leche, en El propio enigma, todavía inédita, y en la primera noir que escribí, Una mancha más, las mujeres están en el eje del relato, son el eje. Yo no creo en un feminismo intencional, premeditado, donde la presencia de la mujer es impuesta desde la ideología o la militancia. El riesgo de decisiones de ese tipo es que la realidad se vea forzada para servir principios que no deberían ser fines.
Los festivales de género negro supieron crecer y multiplicarse en Argentina, hasta casi desaparecer y ahora resistir contra las cuerdas, como pueden. Participaste del Córdoba Mata el año pasado. ¿Cómo ves el panorama de esos festivales? ¿Qué sentís que aportan y qué podrían mejorar?
Asocio los festivales de género negro, su menoscabada subsistencia en la Argentina, el fervor que despiertan y la pasión con que participamos los que fuimos invitados, con lo que ocurre en nuestro país con la democracia, igualmente puesta contra las cuerdas, casi desaparecida, resistiendo como puede. El panorama lo veo igualmente difícil, complejo, sujeto a fuerzas favorables que deben organizarse mejor y sostenido por la energía y la experiencia de los que lideran el proyecto. Estos festivales cohesionan a los que cultivamos el género, favorecen el intercambio, desnudan y a la vez aplacan las envidias y las rivalidades porque ponen caras, sudor y palabras sobre la mesa, porque también revelan las limitaciones personales, las dudas, el miedo al papelón tanto como el talento, dónde esté.
Siguiendo con la pregunta anterior ¿cómo ves el presente del género negro en Argentina?
Los argentinos estamos bastante deprimidos. Y los estados de ánimo inciden en lo que hacemos y dejamos de hacer, quizá más en las personas que nos movemos en la intemperie de combinar palabras, imágenes, sonidos, cosas que no están ahí, que no son, y que podrían nunca llegar a ser. Es posible que hoy se escriba menos, especialmente en los géneros de ficción, no así en lo que proviene de la capacidad de análisis y el compromiso político. Me parece. Pero considerando el altísimo nivel de corrupción y malestar que hoy nos afecta como sociedad y como individuos, no sería por falta de tema que el género negro puede languidecer. En todo caso, es un hecho conocido que la dramática situación económica de las editoriales achica sus posibilidades de producción. Por su parte, la incapacidad adquisitiva de los lectores también amenaza con cortar la cadena escritor/editor/lector/editor/escritor…
¿Quiénes son tus referentes e influencias?
Debo tenerlos, pero si he de ser sincera, no son conscientes. Mi contacto con la palabra escrita fue sido siempre caótico e incompleto y pasó por el placer de leer, no por el estudio de la literatura y sus nombres de bronce, la incorporación de teorías sobre escuelas y tendencias, o el análisis de estilos… que lamento no haber tenido por otra parte. Además, contribuyó a esto que por razones personales que no vienen al caso, haya empezado a escribir tardíamente.
¿Qué podemos esperar, literariamente, de Alicia Plante en el futuro?
Si dependiera del deseo…, más calidad, más belleza, mayor profundidad en la revelación de resortes ocultos en la personalidad de mis personajes. Soy psicóloga, y no como resultado sino como causa de esa elección, busco lo recóndito, lo inconsciente, lo negado. Y creo que esa búsqueda también me ata al género negro, porque el crimen, la violencia, la muerte, tensan al máximo la cuerda de las pasiones, algo que compromete a personajes, escritor y lector, todos actores cautivos en la novela apasionante de transitar la vida.