Ya No Quedan Junglas a Donde Regresar –ganadora de demasiados premios como para enumerarlos– es una historia de gente que necesita ser escuchada, de voces que para el resto o no importan o no terminan de sintonizarse y son ruido de fondo. Así tenemos al gentleman, un viejo para el que la ciudad se ha vuelto un asilo, y espera los jueves para ver a Olga, una puta a la que paga solo para charlar. Ese rato en el que ambos se permiten y pueden ser otros.

Pero Olga aparece muerta, y a nadie le importa, porque Olga es gemido, pero nunca voz. Salvo para el gentleman, que querrá que la escuchen, que lo escuchen, esos cuatro abogados relaciones con la brutal muerte que terminó con la vida de lo único que le quedaba. Y alguien que ya casi no tenía motivos para levantarse, encuentra uno: devolver los golpes.

Habrá también tiempo para inspectores, también para el humor y los diálogos de ida y vuelta, pero sobre todo para las andanzas del Gentleman y ese último resquicio de vida, donde todo tarda en cicatrizar, tanto que, quizás, ya nunca lo hace.

Hablemos del origen de Ya No quedan Junglas Adonde Regresar. De dónde surgió y cuál fue el momento en que dijiste: acá hay una novela.

Es difícil saber cuándo nace una novela, cuál es su origen. El proceso mental en el que, de repente, surge la idea que te pone la carne de gallina porque te das cuenta de que ahí está. Yo llevaba muchos años dándole vueltas a personajes, escenas. Todo un caos mental que me divertía pulir y mejorar pero sin ningún nexo de unión. Por allí ya danzaban Yborra y también Herodes, aún sin bautizar y siendo solo bocetos, garabatos en dos dimensiones con los que jugaba en mi imaginación. Yo trabajo en la Gran Vía de Madrid. Y todas las mañanas salía del metro por la Calle Montera, donde tradicionalmente trabajan las prostitutas. Una mañana me fijé en que a las 8 o 8:30, que era cuando yo tenía que entrar a trabajar, la clientela de estas mujeres estaba compuesta en su gran mayoría por hombres de la tercera edad. Algo que me llamó poderosamente la atención. Unas semanas más tarde me acerqué a una de las prostitutas y le pregunté por este hecho. Y me contó que la mayoría de estos hombres ancianos no pagaban por mantener relaciones con ellas, pagaban por hablar, porque alguien les escuchara, porque una mujer les prestase atención. Me pareció una historia tan triste, el que hombres de la tercera edad tuvieran que pagar porque alguien les escuchara, unido al drama de estar mujeres, explotadas sexualmente en pleno centro de Madrid, delante de los ojos de miles y miles de personas que pasan diariamente por esta calle sin hacer nada, indiferentes. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que ahí había una historia y que solo yo podía contarla.

Antes de meternos en la novela, y en tono con la pregunta anterior, me gustaría preguntarte cuál es la escena que más te gusta o con la que quedaste más conforme.

Yo soy un escritor que tiene que tener todo el libro en la cabeza antes de ponerme a escribir, supongo que me viene de mi faceta como periodista. Quizás por eso la escena que más me gusta es la de el vecino de Herodes y la lavadora. Porque es uno de esos pequeños milagros que suceden cuando te pones a escribir, algo que no estaba planeado de pronto surge, como si los personajes te lo pidieran, como si la trama ya estuviera escrita y tú solo la estuvieras desvelando. Por eso me gusta tanto, porque es muy buena y porque aún no me creo que se me ocurriera a mí.

En Estados Unidos, que aman las etiquetas casi tanto como el capitalismo, existe lo que se llama Geezer Noir. Algo así como noir de viejos que todavía rompen caras. Pensemos en Gran Torino en el cine, o en el cómic Sunset, por ejemplo. Podríamos decir que ahí es donde se inscribe el gentleman, tu protagonista. Hablemos de este personaje que, creo, es el que da identidad a la novela.

Mi idea era romper con los personajes estereotipados del genero negro, detectives, policías, periodistas. Creo que hay muchas historias negras por contar sin utilizar ninguno de estos personajes, al menos como personajes centrales. Uno de los temas primordiales de mi novela es la soledad. Y un hombre de la tercera edad me permitía transmitir unos matices, unas vivencias, una profundidad que no me daban otros personajes. Estoy de acuerdo en que mucha parte del éxito de Ya no quedan junglas… se lo debo al Gentleman.

La venganza es uno de los grandes temas del arte, ¿dónde crees que radica su encanto?

La justicia es ciega, y por eso se le escapan muchos agravios, ofensas, humillaciones. La venganza es el sueño de todos los menesterosos. Esa forma de justicia directa que nos convierte en juez y en ejecutor. Por eso nos gusta tanto en la ficción, porque en la realidad no nos atrevemos a llevarla a cabo.

Los diálogos ocupan un papel importante en la novela. Recuerdo haber leído que uno de tus autores favoritos era George V. Higgins que, vamos, algo sabía de eso. ¿Fue una búsqueda? ¿Quiénes fueron tus influencias en este apartado?

Si no hubiera descubierto a Higgins no estaríamos haciendo esta entrevista. Leer Los amigos de Eddie Coyle me descubrió el estilo con el que me identifico, mi forma de escribir. Fue el libro que me hizo nacer como escritor. Higgins fue una revelación, me mostró el camino. Uno que no sabía que existía.

Prólogo de Julián Ibáñez y un guiño a él adentro del libro. Un autor que no muchos argentinos tienen el gusto de haberlo leído. Preséntanos al señor Julián Ibáñez, por favor.

Julián Ibáñez es el sumo sacerdote de una secta con muchos seguidores entre los cuales, evidentemente, me cuento. Admiradores suyos son, por ejemplo, Lorenzo Silva, Carlos Zanón, Andreu Martín, Claudio Cerdán, Paco Gómez Escribano, Ángel de la Calle y podría seguir pero no quiero aburrir, eso es algo que nunca puede hacer un escritor. Julián Ibáñez posee un estilo propio, es Hard Boiled puro y duro. Abrir uno de sus libros es como coger un tren, el ritmo te lleva y te arrastra y tú no puedes resistirte. Es uno de los grandes. Si hubiera nacido en Estados Unidos nadie habría oído hablar de Jim Thompson.

Julián Ibáñez

Julián Ibáñez

Antes de Ya no Quedan Junglas… escribiste dos novelas más que decidiste guardar a perpetuidad. Me gustaría saber qué aprendiste de ellas, qué fallaba en ellas que en Ya No Quedan junglas… pudiste concretar.

Aprendí a respetar al lector. A descubrir un estilo con el que me sintiera identificado, sin corsés ni ataduras. A encontrar mi propia voz. Eso es lo que fallaba en mis primeras novelas que encontré en Ya no quedan junglas…, encontré mi estilo. Era la primera novela de la que estaba plenamente convencido.

¿Qué libros hicieron desafiarte o replantearte la manera de escribir?

Bueno, ya hemos hablado de Los amigos de Eddie Coyle, pero también están Jazz Blanco, de James Ellroy; Extraños en un tren, de Patricia Highsmith; Prótesis, de Andreu Martín; El largo adiós, de Raymond Chandler; Chau Papá, de Juan Damonte, el Red-Riding Quartet, de David Peace, Todo Bellón, de Julián Ibáñez; A la cara, de Christa Faust…
Y más. Don Winslow, Koryta, John Connolly, Bruen…

En los últimos años, en España han proliferado los festivales de género, se ha editado más, la irrupción de los nórdicos, ahora de la novela negra oriental. Desde tu rol de escritor, y también como editor, me gustaría preguntarte: ¿cómo ves el presente del género, en general? Y a su vez, ¿cómo lo percibís en España? ¿A qué voces deberíamos estar atentos?

El género tiene buena salud, aunque a pesar de la proliferación de festivales y esta sensación de que lo negro está de moda, las ventas siguen siendo las mismas y las librerías siguen cerrando. Pero en España sí es un género que ha alcanzado un estatus, por mucho que algunos aún se lo nieguen, dentro de la literatura. El género negro ya no es solo literatura popular (con todo lo positivo y negativo que conlleva este término). Creo que ya se ha aceptado que una novela negra puede ser alta literatura.
Autores que no hay que perderles la pista: Susana Hernández, David Llorente, Pablo García Naranjo, Salva Alemany, Susana Rodríguez, Pere Cervantes, Pacos Bescós, Laura Gomara…

Irrumpiste en la escena del género negro con una fuerza pocas vistas. Premios, nominaciones, cumplidos, etc. Ahora, ¿cómo afecta esto a lo que viene? ¿En qué estás trabajando?

Pues me afectó bastante. De hecho, tuve que dejar de escribir mi siguiente novela porque sentía que la estaba escribiendo para agradar a todos esos premios, nominaciones y elogios, Olvidándome de disfrutar. De que la novela fuese mía. Pero me he desembarazado de toda esa presión y ahora estoy escribiendo dos novelas casi en paralelo. Una está prácticamente acabada y la otra creo que la finalizaré el próximo verano.

 

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

Artículos Relacionados