Lars Von Trier volvió a un protagonista hombre, algo que no veníamos viendo desde la saga Europa. En esta oportunidad, la vida de un psicópata en diálogo con una voz que examina, cuestiona, revisa. Al igual que en Nynphomaniac, el sujeto que vemos se comporta fuera del canon de normalidad, pero no recibe castigo y eso pareciera ser, no sólo fruto de la fortuna, sino una suerte de justicia poética que colabora a justificar sucesos aberrantes para el sujeto social promedio.
En La casa que construyó Jack, nuestro protagonista además de asesinar porque puede, lleva consigo otras patologías como el TOC y todo lo que éste trae aparejado; él será instrumento para la construcción de varias tesis que proponga el film. Una película tensa que acumula ansiedad. Otra vez miramos a un adulto y recordamos como espectadores su etapa de niño, convirtiendo así en lógico el devenir de la acción. Curas que pueden ser peores que la enfermedad y el hermoso logro de gozar junto al protagonista del suspenso en el aire -algo que suele lograr Lars, que empaticemos con los más sórdidos-.
En un contexto actual donde lo explícito está de moda, donde la violencia es el favorito del audiovisual, los argumentos en los personajes y las mentiras que encubren los hechos más sangrientos tienden a ser ridículas, insostenibles, absurdas. Por lo tanto, la sociedad está acostumbrándose a aceptar la mentira insolvente y hacer la vista gorda ante lo evidentemente escabroso y oscuro. A su vez, en nuestro protagonista veremos a un artista, un hombre que busca amainar sus angustias manifestándose de un modo genuino, que lo represente en su esencia sofisticada o narcisista, un comediante distinguido o un completo demente, un coleccionista, un sensible.
Nuevamente VonTrier pone en diálogo elementos de su creación con imaginarios colectivos y diferentes intertextos, mucho estímulo e imágenes del danés con los clásicos de occidente. La película, como objeto de arte, rescatará la belleza en la aberración y tendrá pases de comedia para naturalizar la vida de Jack. Mientras en la naturaleza se caza por apetito de supervivencia o reproductivo, el hombre mata por placer y demostración de superioridad. Von Trier plantea una tesis sobre el arte: se arruina si llevamos a ella la moral de la “vida”.
La película no pareciera conducir a un final glorioso, pero igual que en Melancholia llegaremos a un refugio, un lugar seguro al menos en nuestras mentes y después sí, catábasis: la Divina Comedia.