“… y, al entrar,  apabulló su vista la visión horrenda de los restos esparcidos por la casa que, a la vez que le produjeron arcadas, ofendieron su olfato. Completaba el macabro cuadro Sandokan, el pitbull, con las fauces ensangrentadas y moviendo la cola, señal de felicidad, lamiendo las partes descuartizadas del pobre Turki, su gato angora.

Recordó, como un relámpago enceguecedor, que al salir no había encerrado al perro en el canil.

Su estómago no lo soportó, y las arcadas se materializaron en el vómito de la cena, que golpeó contra el parquet, manchándole la puntera de los zapatos. Sintió un vahído, vio que todo se tornaba esfumado y se desvaneció, cayendo sobre el menjunje de sobras que su estómago había expulsado.

Recobró el sentido, y sintió el aliento del perro en la cara, a la vez que una repugnante y sanguinolenta saliva se escurría de sus fauces, cayéndole en la boca y en los ojos…”

 

En ese punto paré la lectura y decidí llamar a Aríztegui, el editor de “El gallo púrpura”, la revista mensual de literatura surrealista en la que yo corrijo los textos, alistándolos para pasarlos a impresión.

Él era el responsable de darme esa basura para corregir.

Levanté el interno y, mientras esperaba que atendiera, pensé que semejante engendro podría lograr varias ediciones. Para el vasco todo es la tirada, “¡ganar es tan fácil!” dice, «¿Quieren bosta? Que lean bosta, con olor y todo».

A mí nunca pudo engañarme, no busca literatura. Vender es su único credo.

Existen mercenarios que creen que escandalizar vende. Escritores que, creando historias innecesariamente desagradables y cerrando escenas turbulentas con finales felices o abiertos, estremecen al lector que podrá evadirse, durante la breve lectura de esa porquería, de su llana y aburrida vida cotidiana experimentando asco o, sencillamente, regodeándose en sus bajos instintos.

Al fin y al cabo, eso le piden los socios del negocio editorial y, como dicen los yanquis, hay que pagar la hipoteca y hacen menos daño que las guerras.

Aríztegui no levantaba el interno.

Siempre entra y sale enérgicamente de cualquier oficina sin avisar, prometiendo que la siguiente vez pedirá permiso. Nunca viene a la mía, me ordena ir a la suya. Pero de pronto estaba allí, en el vano de la puerta.

-Hola, ¿Por qué me llamaste?

-Hola. Mirá, vasco, esta vez largo todo. Tengo las tripas revueltas con esta mierda que me mandaste del pitbull que se mastica al gato. ¡Me da asco! ¿Surrealismo? Es un grand guignol repugnante. ¡Por favor!, ¡todo tiene un límite!

-Te pagamos para que hagas las correcciones. Las críticas se las dejamos a los medios, y la venta dará el veredicto final. ¿Después de tantos años me venís con remilgos? Dejate de joder y terminalo para esta tarde, que tiene que ir a imprenta. ¡Ah! Acordate, a partir de la próxima semana entran los relatos inspirados en los asesinatos rituales de Boko Haram en Nigeria . Te aseguro que este cuento es de carmelitas, comparado con las tropelías de esos criminales y los sueños que provocaron. ¡Preparate!

Aríztegui sacó un atado de cigarrillos, retiró uno para él y me convidó. Lo acepté. Se dio media vuelta y se fue.

Me dejó pensando. Surrealismo, realidad, fantasía. Demasiado para un tipo como yo, un proletario de las letras. El Quijote ya está corregido, y a mi me toca lo de hoy.

Encendí el cigarrillo y ordené un café doble con mucho, pero mucho, azúcar.

Sobre El Autor

Roberto Tito Tchechenistky nació en la ciudad de Buenos Aires y cursó su formación universitaria en la Facultad de Ciencias Económicas de la Univ. de Buenos Aires, graduándose como Licenciado en Administración. Se desempeñó en la misma Institución como Profesor Ayudante de la Cátedra de Lógica y Metodología de las Ciencias. Después de integrar distintos Estudios Profesionales de relevancia, se independizó para dedicarse a la consultoría y asesoramiento en organización y equipamiento industrial en la industria de la confección de indumentaria y textiles para el hogar. Comenzó a desarrollar su actividad literaria en el año 1999, dedicándose al relato corto y a la poesía, y también al estudio del lunfardo rioplatense, léxico que ha utilizado para redactar algunas de sus producciones.

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