Detenerse en el título de la obra, sin tener un conocimiento previo acerca de su contenido, invita a imaginar hipótesis que parten de la idea de ese tejido resistente y flexible; de esa barrera protectora; de la piel como el límite que separa dos universos, el interior aislado y el exterior al margen. Aunque, también, cobra fuerza la figura del órgano sensorial, gran receptor, que funciona como sistema de comunicación. Imaginamos tacto y contacto, piel con piel. La relacionamos con los estados emocionales. Pensamos en sus secretos; en su profundidad; en el reconocimiento de la piel. Y, así, más allá de la palabra ensayo, tal vez, por una cuestión de identidad, la de Liliana Lukin, nos inclinamos a pensar la piel como metáfora. Finalmente advertimos que, en parte, las conjeturas van tomando cuerpo. Entramos en la historia fraternal de Liliana y Osvaldo, este hombre que, a los cincuenta años de edad muestra ciertos síntomas de deterioro. En un principio es mal diagnosticado. Y, a renglón seguido, se ordena la indebida internación psiquiátrica.
Ya, después de un par de años de errores, la ciencia certifica que se trataba de Alzheimer.
Vacío, abismo, derrumbe. Irreversibilidad.
“He soñado cuatro veces, que recuerde, con mi hermano. El relato de esos sueños está escrito:
es siempre un relato insoportable. Pero insoportable es tanto lo vivido…”
Una angustia que asciende en virtud de las crecientes limitaciones. Un proceso que la autora nos transmite mediante dos registros; son dos capas de lectura -de tensión e intenciones-. Una de ellas, con sus pliegues dotados de esa fuerza con la que nos sacuden los poemas, articula la idea de una impotencia que, aun siendo ajena, nos invade como propia.
Y, es así que nos hacemos cargo del llamado de atención.
“trastornos del momento, dicen,
y es el momento trastornado quién
nos da ley, estatuto, órdenes para él:
podemos actuar, quedarnos
en universos completos de estímulos sin referente,
escuchando sistemas que lo califican,
o salir de la escena,
y no hacer nada,
hay
un caos en torno a nosotros: buscamos
pistas, lugar, horarios, como si fuéramos
a posar nuestra preocupación allí,
en puntos ciegos de conocimiento,
núcleos duros donde esperamos
nos revelen Eso,
que preferiríamos no
escuchar”
La internación en un geriátrico nuevo, habría acelerado resultados del mal.
“de qué manera trabaja el miedo”.
Duele el deseo, de escapar, que Osvaldo expresa con pánico. El deseo de huir de ese infierno que trasciende los muros de aquel lugar equivocado; que va todavía más allá de esa serie de maltratos: “llevame”…“me están asesinando”. “me voy a morir”…“no aguanto más”…“por qué me pasa Esto?”…“estoy podrido”…“no entendés”…“no sé quién soy”…“no sé dónde estoy”…“me voy, me voy, basta, me voy”… “tengo que encontrarme a mí mismo”…“este no soy yo”…
Un calvario. Una disputa entre la memoria y el olvido. Vía dolorosa cuyas estaciones sólo prometen una sucesión de padecimientos.
Asistimos al encuentro sostenido entre ella y él. Encuentros entre hermanos. Al principio diálogos amorosos y, con el tiempo, silencio; otro tipo de comunicación. “el tiempo forma parte del amor”.
“yo estaba ahí, presenciando un Dolor
con la forma de mi hermano,
mi presencia no decía nada sobre eso,
tampoco mi ausencia hubiera hablado:
era un acontecimiento mudo
como él, que nada sabía
de lo que rodeaba su cuerpo y
quizá nada supiera ya sobre su cuerpo
mismo, su tránsito detenido
en una cama con agujas
al exterior, cánulas y suspiros,
todo él un cuerpo lacio y bello,
preparando su ser un extranjero
en este mundo de carne, agua y aire”
Todo ese tiempo compartido, todo ese silencio en comunión, todo ese bagaje de emociones, y aquel desprendimiento, sería la parte final de un legado que queda como tatuaje de figura y texto, grabado entre brumas, con tantas agujas en la piel, como quien escribe en la última página: llévame contigo.
Título: Ensayo sobre la piel 2011-2016.
Autora: Liliana Lukin
Editorial: Ediciones Activo Puente
136 págs.