Los cuentos que componen Un mundo exacto hablan de ese momento en que la mirada cambia, la percepción de aquello que era familiar se vuelve extraña. Lo que te acompaña. Sean los otros. O vos mismo.
Las múltiples formas del fin del mundo. Naves extraterrestres que recuerdan a nubes negras. Algo olvidado –o que no se puede olvidar– en un rincón del placar.
La rutina que se desarma en una situación de extrañamiento. Algo que deja de suceder. O muta. O aparece. Un ruido que se identifica. Toma forma.
Y ya no te deja ser el mismo.
Gracias por la lectura tan minuciosa y por invitarme a Evaristo.
El orden en que aparecen los cuentos tiene un papel especial en este libro. ¿Cómo trabajaste este recorrido de lectura?
Me alegro de que empecemos por acá. Durante todo el proceso de escribir este libro, mi foco principal fue diseñar ese itinerario, un sistema de relatos cruzados. La imagen era un hipercubo narrativo: historias dentro de historias, historias por fuera (por encima) de historias. Pero a la vez, no quería que eso se sintiera ni siquiera mínimamente forzado, trabado ni pretencioso: quería que tuviera una razón de ser de lo más natural, incluso que fuera un poco invisible. Ajustar los cuentos para que pudieran funcionar de esa determinada manera dentro de algún orden que había que determinar, me llevó más de un año de trabajo, y tiene que ver, al menos en mi cabeza, con la historia de alguien que escribe una serie de cuentos a medida que atraviesa una época de crisis y cambios en su vida, y la idea era que hubiese toda clase de rastros, ecos, refracciones, entre esos ejes. Por eso, por ejemplo, para mí era muy importante que el libro empezara con “Nido” y terminara con “Tender”.
Cuando escribís ficción, tal vez una de las consecuencias más naturales y cotidianas es que hilachas sueltas de tu vida real queden captadas en esa escritura, que lo que escribís tenga que ver en algún punto –y con mayor o menor elaboración, deliberación o inconsciencia–con lo que estás viviendo o con lo que viviste más o menos recientemente, como si la escritura compartiera un mismo lenguaje con los sueños. A ese modo de elaborar, me refiero. Quería contar ese relato, encontrar un modo de hacerlo, porque me pareció un relato difícil de componer y a la vez uno sumamente real.
Siento que si respondo mucho más que esto, ya empezaría a explicar mis propia idea de lo que es el libro, a cancelar la riqueza y la sugestión de otras lecturas, pero sí me parece que Un mundo exacto trata de correr por estas dos realidades o niveles de ficción distintos pero que resuenan entre sí, espero que con alguna naturalidad y con algún toque de distorsión.
En base a la pregunta anterior, me gustaría preguntar y profundizar en lo que podría llamarse “la saga de Viki”.
Ah, Viki Ella vuelve y vuelve en los relatos. También otros personajes, pero ella parece ser la que más prende.
Cada vez que leo el nombre de un personaje, me funciona como si fuera su cara: un golpe de vista que ofrece el reconocimiento inmediato de alguien. Quizás Guido queda un poco desdibujado en este sentido, porque varios de los cuentos en primera persona no necesitan que lo nombre y entonces su “cara” no aparece tanto. Pero yo hablaría de la saga de Guido, en la que aparecen Viki y Lorena, y que ese es uno de los ejes fundamentales de la composición de Un mundo exacto. En líneas muy generales, para Guido hay un fin de una época con una mujer y un principio de época con otra mujer muy distinta, y una acumulación de cuentos alrededor de ese tiempo que resuenan con su realidad.
Algo más sobre esta “saga”. No siempre son exactamente los mismos personajes, en el sentido de su vida, su biografía exacta, pero sí (espero) en el papel que juegan en cada relato. Son algo así como roles recurrentes. Me gusta mucho la noción de los multiversos, múltiples líneas de tiempo paralelas, que difieren en un grado de la de al lado (en un mundo, un jarrón está en un lugar, en el otro en otro; en uno Hitler nunca nació, o la era Victoriana logró viajar a la Luna, o esta vez sí encontraste a la persona de tus sueños), y así. Si viajás en el tiempo, esos viajes siempre te corren algún grado de tu línea original: cuanto más te alejás, más cambiada es la línea de tiempo a la que llegás. Y un vez que te moviste, por mínimo que sea el movimiento, ya es imposible volver a la original: siempre hay un mínimo grado de variación. Cuento a cuento, quise que a los personajes les pasara un poco eso, que no fueran siempre exactamente los mismos, pero que a la vez fueran reconocibles. De lo que hablaría es de “versiones” de Guido, Viki, Lorena, etc., cuento a cuento.
En uno de los cuentos se habla de que “en el momento no era consciente de la felicidad”. Sumado a ciertas situaciones particulares que atraviesan las diversas relaciones que componen el libro, vale la pena preguntar entonces, ¿la felicidad es algo perceptible desde la distancia o la pérdida?
No sé si me preguntás a mí o al libro, jaja, pero en ese cuento que mencionás, “La casa del lago”, a Rodrigo le pasa exactamente eso: necesita haber perdido casi todo para entender que la felicidad era simplemente ese momento en una casa que alquilaron junto a un lago, que esa felicidad ya no puede encontrar la manera de volver. Solo lo ve cuando ya está demasiado lejos y la última oportunidad ya se le pasó.
Pero me hacés ver que todo el libro está cargado de pérdidas y de distancias, y la felicidad está en juego por eso mismo. No sé si será una actitud mía o un modo en el que estos cuentos fueron encontrando lo que narran. Narrar algo, para mí, implica de algún modo que ese algo ya pasó, una emoción o una época de alguna clase de pasado: me sugiere una reflexión o un vistazo posterior a una experiencia, que es el presente puro. Eso que narran, de entrada ya está siempre perdido, lejos, o no habría narración. Digo “narrada” como opuesto a algo que se vive, a una experiencia en el puro presente: no hay necesidad de narrar lo que estamos viviendo ahora mismo, es más intenso vivirlo, y en mi opinión tiene mucho más sentido. La narración hace que, después, esa intensidad no se desvanezca del todo del universo, que no sea del todo efímera, casi diría que tenga un sentido, al menos un sentido de permanencia. Si es narrada, es porque necesita serlo, porque así capturamos un aroma, un hilo de esa experiencia para revivirla, o para entrar en una ilusión que es casi como volver a vivirla. Como si narrarla fuera crear un universo dentro de una bola de cristal que incluye esa experiencia, algo concreto a lo que sí se puede volver o que al menos se puede volver a mirar. Como grabar un recuerdo. Pero creo que esto ya no se aplica solamente a la felicidad.
Es interesante la manera en que trabajás las amenazas hacia los personajes, desde unos bichos acorazados con púas, naves extraterrestres o una camiseta de una ex. ¿Cómo conviven estas amenazas fantásticas con las cotidianas?
No hay amenazas fantásticas, ese es el punto. Cualquier fantasía es cotidiana, incluso la fantasía de una amenaza. No necesitamos ir a un diván para saberlo. La cabeza nos habla a su modo, pero lo que nos dice es real. Los cuentos que escribe Guido de algún modo son reales, y si algo lo rodea en esa época son amenazas. Incluso a los demás: en “Lo que vas dejando atrás”, Lorena, una mujer muy fuerte, se planta frente a dos amenazas distintas. La amenaza es laboral en “Tender”, pero en realidad es personal, se juega todo ahí, y en “Temporada” la amenaza es íntima. Toda amenaza es íntima, parecería. Y no sé si habría cuento sin alguna clase de amenaza flotando por ahí.
Hay un cuento que finalmente no entró en este libro, “Aniquilación», parte del siguiente libro (Corazón y fin del mundo). Vuelve a una versión de la historia de Guido y Lorena, en el que él recién está saliendo de una depresión y está simplemente paralizado con la amenaza de ser feliz con esta mujer nueva que recién conoce. Hace un rato hablábamos de la felicidad, y la felicidad a veces puede ser otra gran amenaza real, la más íntima.
Por otro lado, se plantea en diversos momentos la amenaza del desarrollo profesional frente a la idea de establecer una relación afectiva, que me parece un reflejo acertado de estos tiempos. ¿Podemos ampliar la idea?
A Guido no le estaría saliendo del todo, claro, salvo cuando su obsesión de control invade toda su realidad (“Tender”). Son fuerzas que se juegan de manera muy distinta cuando no tiene control sobre el amor ni sobre la narración (“Lo que vas dejando atrás”, “Temporada”). Pero son equilibrios precarios, esforzados, no sé por cuánto tiempo se puede sostener eso. Amor, escribir. La clave sería que su trabajo fuera una parte natural y cotidiana de su vida, no una excepcionalidad. Quiere amor y escritura, y está programado para quererlas, pero esa programación es siniestra: está calculada para que genere una insatisfacción permanente, una competencia entre ambas que siempre amenaza su felicidad. Pero creo que, en la manera que puede inventarse, logra amar bastante y logra escribir bastante. En eso, en lo de “bastante”, es muy humano
Nuestro mundo nos obsesiona a muchos con el dogma de la realización personal: la búsqueda de la felicidad (en vez de vivirla la buscamos, es decir es algo que nunca vamos a tener ahora si creemos que hay que “llegar” a ella) que pasa por encontrar amor y vocación y algunas cosas más que nos prescriben desde la infancia. Todo esto es un manual aprendido del buen ciudadano, un método de control, pero el tema es demasiado vasto y denso para este espacio. Solo puedo decir: hay que seguir leyendo a David Foster Wallace.
Guillermo Martínez dice, acertadamente, que en tus libros conviven el relato norteamericano moderno y la tradición del cuento fantástico argentino. ¿Fue algo buscado, un producto de tus lecturas?
Tengo exactamente la misma cantidad de libros en inglés que en castellano en mi biblioteca. Estudié literatura inglesa, que incluye las sajonas en general, y por mi cuenta las de Latinoamérica, sobre todo argentina. Soy editor en una editorial que se enfoca sobre todo en narrativa contemporánea local y nuestra primera traducción fue una novela norteamericana de hace mucho que propuse. Tengo un impulso fuerte de dejar afuera Europa, por ejemplo, casi del todo, como si Europa fuera Atlantis y el planeta entero fuese el continente americano y muy en la punta o por fuera de la atmósfera pero a la vista (como una luna) estuviera Japón: ese es un buen mapa resumido de mi idea de la literatura últimamente, de la literatura que me llama hoy. Esos mapas son como constelaciones que van cambiando con el tiempo, claro. Cada año tiene un nuevo signo del zodíaco.
Relacionado con la pregunta anterior, ¿quiénes son tus referencias a la hora de escribir?
Depende del día, o del lustro. Vamos a los clásicos, cada uno tiene los suyos. Siempre vuelvo a Corazón de tinieblas, de Conrad, y al impulso exhuberante que corre por detrás de Moby Dick. Después, se trata más bien de inventar oposiciones. Siempre vienen de a pares para mí, como las arañas.
Una en particular es la oposición estilística y temática entre Hemingway y Faulkner –que en mi cabeza resume bastante bien los extremos de la escritura que me interesa, aunque perfectamente podrían ser Borges y Cortázar.
Ya mencioné a David Foster Wallace, a algo que leo en él en tironeo con Roberto Bolaño.
Una vez me enamoré de Haruki Murakami, de sus cuentos y de una novela, pero eso ya se me pasó.
Y por épocas me encanta Poe y por épocas ya no puedo leerlo, pero en lo que me interesa, Poe solo tironea contra Poe.
Todo esto es muy incompleto y me salteé casi todo, pero abrevio. Así como a mucha gente le gusta las series, a mí me interesan los videojuegos, y tomo mucho de algunos juegos de autor, como los de Davey Wreden, que juego como si estuviera leyéndolos. Hoy estoy por enésima vez con The Stanley Parable y en cuanto terminemos voy a seguir.
Uno de los relatos está protagonizado por un escritor que tiene una rutina armada y que sostiene con firmeza: 2000 palabras diarias. Me gustaría conocer tus hábitos de escritura.
Escribo por las mañanas, como Guido. Hasta ahí llega. Pero no me gusta lavar ropa ni tengo un lavarropas, ni soy ordenado ni nunca entendí cómo contar palabras diarias exactamente, por eso me interesó escribir sobre eso. Por ejemplo, si una mañana corrijo, ¿cómo cuento? Etcétera.
No creo que haga falta escribir más de tres horas por día, pero tienen que ser las mejores tres horas del día; la mejor energía del día es limitada y solo hay que escribir con eso, todo lo demás resta. El resto del día habría que leer o dedicarse a otras ocupaciones que despejen la cabeza para volver fresco y deseante al día siguiente.
Para mí escribir es sobre todo mantener una relación natural, cotidiana, con la escritura. Que sea parte de mi día a día. Como una convivencia. Eso de que cuando convivís por mucho tiempo, el ritmo de tus pulsaciones y el de las de tu pareja se van acercando, bueno, lo mismo pero con la escritura.
Suelo pasar arriba de un año escribiendo cada cuento, así que los escribo de a varios a la vez. Disfruto muchísimo del proceso de ir llevando los primeros borradores de un cuento hacia cierta dirección, ajustando, reversionando, hasta que empieza a funcionar de cierto modo inesperado: eso, para mí, es realmente escribir. Cuando adentro de algo que estabas escribiendo, descubrís lo que en verdad estabas escribiendo y no te dabas cuenta. Así que en para mí escribir no es tanto redactar un primer borrador de un relato sino, en una gran medida, empezar a elaborar un relato desde esa versión como punto de partida.