Me encontré con Tito en el bar La Perla, le di mi opinión de un cuento suyo. Hablábamos de hacer una traducción inédita de Mishima cuando comenzó a contarme historias y mientras algunas replegaban sus corredores con otras, me mencionó su único viaje al extranjero vinculado al parecer, a una logia. Comenzó a describirme algo que en su momento recordaba haber leído en un diario de Kandy. Se trataba de un caso que le provocó algo de asombro. Un tribunal local desestimaba cargos de homicidio a un joven monje por declarar para con el acusado, ausencia de persona. El veredicto se basaba en su progreso espiritual alcanzado como monje. Las fuentes se basaban en altas esferas religiosas, todo confirmado por la cabeza del templo al que el monje pertenecía. Tito continuó agregando que, durante su estadía en Sri Lanka, no pudo visitar una atracción espiritual, la huella del ido-venido. Esta se encontraba a gran altura, “la humedad aumenta mucho ahí, Agustín”.
La tarde no ameritaba demasiado. Tito continuó: Bueno, parece que el monje tomó el arma para salvar la condena de alguien, uno de una minoría religiosa. Recordé que, cuándo el Papa Francisco fue a Sri Lanka le enseñaron especialmente las reliquias de Moggallana, uno de los apóstoles del Uno. Era morocho, como los tamil o los de Kandy. Moggallana encontró una muerte terrible y el bien ido explicó: “Muchas vidas atrás, mató a sus padres. Su muerte violenta fue el resultado de esto”. En que plano existencial transmigraría el asesino real, a quién el joven monje encubrió? Será ahora un insecto, esperando ser pisado repentinamente por alguien? Tito me contó: como el vacío, en la mirada del joven monje, no había nada. Ningún soporte.
El mozo de La Perla nos miraba de reojo. Tito sacó un antiguo texto. “Tiene una dedicatoria, más, aún no se que dice”. Mire con cuidado bajo de la mesa, la vaquita seguía moviéndose, corrí el pie. Evité pisarla.

Sobre El Autor

Ex docente FFyL UBA; Traductor en Japón desde 2007.

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