Algunos sostienen que los géneros literarios, por definición, están condenados a desaparecer. Responden a una época y a factores determinados. Sin embargo, una manera que los géneros encuentran para sobrevivir es mutar. Hacen híbridos con otros, encuentran una variante del lenguaje desde el cual reformular una voz, o abrazar nuevas temáticas. Algunos sub-géneros toman la posta y pasan al frente. Puede decirse entonces que, dentro del género negro, el Domestic Noir -que revivió con Pérdida de Gyllian Flyn- es el que está acaparando varias de las tramas de este momento y que, a su vez, es el más vendido en la actualidad.

Ahora bien, ¿qué es el Domestic Noir?

Podríamos plantearlo como un corrimiento del thriller psicológico, donde la tensión hace foco dentro del hogar. Una persona común y corriente se ve metida en un crimen. O descubre que aquello en lo que siempre creyó de una manera no es tan así. La mayoría de las veces, es el vínculo con sus personas de confianza. ¿Qué hacer cuando el enemigo es aquel que se supone que debe protegerte? Y generalmente -pienso en otros títulos de Salamandra como Observada de Renée Knight o La mujer de un solo hombre de A.S.A. Harrison- están protagonizadas por una mujer.

Esa podría ser una posibilidad de lectura de Sin Dejar Rastro de Haylen Beck.

Audra Kinney se encuentra escapando de su –futuro ex– marido hacia California, acompañada de sus hijos Sean y Louise, cuando es detenida por un sheriff en un pueblucho de Arizona. Lo que en principio parece una simple infracción de tránsito, deviene en posesión de droga y termina con Audra en el asiento trasero de un patrullero, mientras que sus hijos quedan en manos de la ayudante del sheriff. Como si con eso no alcanzara, en el momento en que la reja de la celda se cierra detrás suyo y ella pregunta por sus hijos, el sheriff se limita a responder que no había nadie en el auto.

Ahí se enfrentarán la palabra del sheriff contra la de Audra, y digamos que la palabra de Audra está un tanto devaluada –no tanto como el peso–; un pasado de abuso de sustancias, botellas y pastillas, no la hacen quedar como la mejor madre del mundo, menos cuando acaba de “secuestrar y escapar” con los hijos de un buen padre que pertenece a la élite neoyorkina. El linchamiento mediático que recibe no es ni de cerca una preocupación para Audra cuando en su cabeza lo único que hay titilando, cual neón de hotel de cine noir, es la frase:

¿Dónde están mis hijos?

En el cast de secundarios tenemos a Danny Lee, una suerte de detective chino y miembro de las triadas, que observa en la tele lo que le sucede a Audra. Deja vu. Cinco años atrás su hija había sido secuestra en circunstancias similares. Nunca apareció. Su mujer no pudo con el dolor y se suicidó. Danny lleva la culpa de no haberla podido ayudar. Y quiere redimirse.

Y, para cerrar, agreguemos al combo un foro de la Deep Web donde se dan citan un grupo de individuos con intereses en esos chicos a los que catalogan como “mercadería de procedencia local”. Linda gente. Porque otros de los temas que aborda el Domestic Noir son estos miedos modernos, con internet y sus abismos y ramificaciones bien arriba en la lista.

Ahora, bien, ¿de qué huía Audra?

De una rutina de maltratos a manos de Patrick, quien la domina, al mismo tiempo que él se encuentra bajo el deseo de su madre. Un matrimonio donde aquello en lo que ella creía es puesto en duda; “creí que me amaba”. Pero ya hace rato que esa pregunta fue respondida en moretones y resacas inducidas a manos de Patrick. Es cuando Audra percibe que su historial jugará en contra de la custodia de sus hijos que ella decide de dejar de ser la víctima y tomar las riendas de su vida, de salir de esa anestesia en la que se metió y fue metida.

Se nota la capacidad de Haylen Beck –seudónimo con el que se “oculta” el irlandés Stuart Neville– de meter de lleno al lector en la novela y llevarlo repartiendo giros allá y acá, de crear tensión –especialmente en la segunda mitad– y de dotar de todas las injusticias posibles a Audra para que el deseo de venganza del lector sea cada vez mayor.

La contra es que a veces los clichés de los que parte no terminan de despegar –el maltratador rico casada con la joven artista, el policía sádico, por citar algunos–  y termina brindando una novela que, si bien no deja de cumplir, no pegue un salto de calidad. La clásica novela para la playa, dirían los diarios.

Si Galveston era una historia de “poblada de huérfanos”, Sin Dejar Rastros nos entrega una historia de personas reformadas que aún llevan la marca de sus errores como una cruz que deben sacarse de encima antes de que los sepulte a ellos mismos.

Título: Sin dejar rastro
Autor: Haylen Beck
Editorial: Salamandra Black
Traductor: Patricia Antón de Vez
352 páginas

Sobre El Autor

(Buenos Aires, 1986) Trabaja en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Dogo (2016, Del Nuevo Extremo), su primera novela, fue finalista del concurso Extremo Negro. En 2017, Editorial Revólver publicó Cruz, finalista del premio Dashiell Hammett a mejor novela negra que otorga la Semana Negra de Gijón. Sus últimos trabajos son El Cielo Que Nos Queda (2019) y Ámbar (2021)

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