Una nota en el placard.
Juicio a las 10.
Un suceso casual que da vuelta la vida del personaje. Una lucha contra la rutina, una oportunidad para encontrar el azar en lo repetitivo. Nada de lo que pasa en la vida del personaje es rutinario, menos cuando su imaginación reestructura su realidad sin ningún límite de posibilidad, con una veta que tiende hacia el desastre. Y de fondo, restos de finales de los ochenta, Filcar, Pumper Nic, Rastrojeros.
Una historia acerca de un personaje al que cualquier objeto le sirve para “poner nuevamente en marcha la máquina de imaginar”
Tu novela abre la andadura de un nuevo sello editorial, Dábale arroz, hecho que no sería novedoso de no ser que el sello es un emprendimiento propio. ¿Cómo nace Dábale arroz y cómo fue la experiencia de ocupar todos los otros roles en la cadena de producción del libro?
Empecé Dábale Arroz hace unos seis años junto con Natalia Méndez, con la idea de hacer pequeños libros artesanales. Produjimos un frasco con microcuentos míos, un par de desplegables con textos de Natalia, algunas cosas más. En estos meses retomamos impulso y estamos publicando una cantidad de nuevos fanzines, nuestros y de otros autores.
El año pasado me convencí de que tenía que sumergirme en la edición de libros “industriales”. A eso apuntaban varios factores:
– El deterioro económico de la industria editorial tradicional, que cierra puertas, pone en crisis el modelo preexistente, empuja a pensar nuevos modos de publicar.
– El florecimiento de las editoriales independientes (que hasta cierto punto se correlaciona con lo anterior) y de nuevos circuitos de difusión (ferias, por ejemplo).
– Mi necesidad de publicar los textos “para adultos” que vengo produciendo, lejos de la producción “para chicos” de años atrás.
– El haber recuperado derechos de algunos libros míos, publicados para chicos o jóvenes, que quiero rescatar en ediciones sin rótulo de edad.
El rol de editor, la parte de producción, la relación con una imprenta, todo me encanta. Tengo experiencia de muchos años atrás en la publicación de revistas. Los libros se parecen, pero son más lindos todavía de producir. En otras palabras: esto fue para mí como un reencuentro, pero mejorado.
(Quiero aclarar que, mientras el lado artesanal de Dábale Arroz sigue en sociedad con Natalia Méndez, el lado industrial es un emprendimiento solo mío).
¿Cómo te llevás con el rol de editor? ¿Cómo seleccionaste las otras obras?
Tengo práctica en trabajar con textos ajenos por los talleres de escritura que doy desde 2012. Me gusta hacerlo, me meto a fondo, soy obsesivo.
Marina Berri y Cris Zurutuza, las autoras de los otros libros con que arrancamos, vienen a mis talleres desde hace varios años. Las dos son escritoras de primer nivel pero todavía no tenían libros publicados; un tesoro al que tuve la suerte de acceder. Marina, en particular, terminó varias novelas más, y algunos libros de cuentos (dos veces premiados por la Fundación El Libro). Cris está trabajando en otra novela y también en un libro de cuentos. Si fuera por mí, publicaría todo lo que escribieron, escriben y escribirán.
¿Cómo entendés que debe funcionar una editorial en estos días?
Esta pregunta es inmensa. Tendría que escribir un libro (luego de mucha investigación) para contestar. Como una aproximación, y hablando solo de editoriales chicas e independientes, anoto algunas cuestiones que me importan:
– Cuidar al detalle los textos.
– Hacer libros hermosos, objetos que dé gusto tener en la mano.
– Respetar y pagar los derechos de los autores. Llevar las cuentas de manera completamente transparente (incluso, y especialmente, cuando no hay ganancias).
– Estar dispuesto a participar en ferias (como la esencial Feria de Editores), y a hacer venta directa.
– Relacionarse con editoriales semejantes, promoverlas, difundir los libros que a uno le gustan.
– Establecer contacto directo con los lectores (reales y potenciales), tanto online como en eventos cara a cara.
– Asumir que lo pequeño vale. Tomar conciencia de que, digamos, 300 ejemplares son una gota en el mar, y ser feliz con eso.
– Producir todo lo posible, no dejarse estar, tener continuidad.
¿Qué podemos esperar de “Dábale arroz” a futuro?
Tengo en marcha un par de libros de otros autores que hasta ahora nunca publicaron. Además, uno o dos de autores “consagrados” (de quienes todavía no puedo decir los nombres). Más libros de Cris Zurutuza y Marina Berri. Y varios libros míos, algunos inéditos (que escribí en estos últimos años), algunos en reedición. Estoy decidido a autoeditarme en la medida de lo posible.
Por el lado artesanal, una cantidad importante de fanzines y algunos libros ilustrados de gente destacada en el medio.
Arranquemos con la obra, ¿cómo surge Juicio a las Diez?
En 1988 pasaron dos cosas: me separé y me cansé de escribir ciencia ficción. Para lo segundo tuvo mucho que ver Mario Levrero, gran amigo que en ese entonces vivía en Buenos Aires y me llenaba la cabeza con que tenía que dejarme de joder con escribir esas cosas que él llamaba comerciales. Vivir solo en un departamento extraño colaboró para ponerme a escribir sobre mí mismo.
Hay un dato al que uno llega cuando termina el libro: finalizado en 1988. Hubo un premio en el medio, pero la novela recién fue publicada ahora. ¿Cuál es la historia detrás de esta historia?
Cuando terminé la novela se la di a leer a unos pocos amigos y la guardé. Ni pensé en publicarla. Era la novela ideal para seguir escondida: demasiado íntima, demasiado personal. Así estuvo hasta el año 2016, cuando tuve el impulso de mandarla al concurso de novela del Fondo Nacional de las Artes. No participo en concursos, pero ese me tentó, especialmente porque no había que imprimir el libro: solo subir un pdf. Y la única novela que tenía lista para subir era esa, así que ahí fue.
Me sorprendió recibir el segundo premio. No esperaba nada. Y la sorpresa me impulsó a querer publicarla. Hice un intento en una editorial más o menos grande, y la rechazaron. No soy de recorrer editoriales, me cuesta un montón y en realidad nunca lo hice. Así que me convencí de que tenía que publicarla yo mismo. Fue el germen del lado industrial de Dábale Arroz: ahí empecé a pensar que necesitaba mi propia editorial.
En el personaje principal encontré una suerte de flaneur dual, especialmente en la primera mitad; un hombre que recorre las calles, y esas mismas calles reconstruidas por su cabeza. ¿Qué nos podés decir al respecto?
Toda mi vida leí y escribí ciencia ficción y fantasía. Es decir, anduve por las calles pensando universos alternativos. Lo que escribí refleja literalmente esa dualidad. Quería escribir sobre mí mismo, y esa cabeza que vuela reinterpretando todo es también parte de mí.
Una vez finalizado el libro, lo sentí como una cruzada contra la rutina y su tedio, y al mismo tiempo como una oda a la imaginación. ¿Cómo lo percibiste vos al momento de escribirlo?
Cruzada contra la rutina, sí. Oda a la imaginación, no sé. Lo escribí como un proceso de autoexamen, buscando salidas a una vida que percibía como de encierro. La imaginación se liberaba a su manera, pero yo necesitaba otras formas de liberación, más reales. Tal vez quería incluso controlar la imaginación, ponerle límites, someterla a un vuelo bajo; cosa en la que no tuve mayor éxito, claramente.
Hay un coqueteo con el policial, ciertas menciones a autores y detectives, y un clima que cruza la narración. ¿Cómo te llevas con el género y con el cruce de los mismos?
No me llevo tan bien con el policial. Quiero decir, me gusta pero no soy gran lector. Sin embargo, cuando escribí Juicio a las diez venía de leer unas treinta novelas de Maigret, de Georges Simenon, sin parar, como en una maratón. Que Maigret se me hiciera personaje propio ocurrió naturalmente, apareció casi solo.
El personaje coquetea con la idea de escribir una novela, de continuar con su proyecto de textos de “Escenas interiores”, y una vez que tiene la posibilidad de sentarse a realizar esa tarea aparece una mención a la evasión del acto de la escritura. ¿Cómo te llevás con este “fenómeno? ¿Cómo es tu proceso de escritura?
En una síntesis extrema, exagerada: “escribir es fácil, lo difícil es ponerse”. El narrador de la novela dice que le dan ganas de escribir cuando se está alejando de su casa y de la computadora, y esas ganas se van (o se convierten en angustia) cuando se acerca. Ese soy yo. Pero cuando me pongo a escribir, lo disfruto inmensamente.
Para escribir necesito ponerme metas, formas, horarios, procedimientos. Si no, no lo consigo.
“Las novelas son pacientes, pueden esperar”. Esta frase me quedó rebotando. Me gustaría que ampliaras la idea, si coincidís o no.
La verdad es que no coincido con mi propio narrador. En el contexto de Juicio a las diez hay otras prioridades, y ahí sí que una novela puede esperar. Pero cuando estoy escribiendo una novela siento el tironeo permanente por avanzar, por llegar al final, por no dejarla a mitad de camino. Las (pocas) novelas inconclusas que tengo me pesan como fracasos, y siempre estoy pensando en que debo terminarlas; esperan sí, pero no con paciencia.
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