A principios de los 70s, el ya mítico guionista y dibujante Jack Kirby (había co-creado, entre muchos otros, al Capitán América, los Cuatro Fantásticos, los X-men, Thor, Hulk y los Vengadores) se alejó de Marvel para pasar una temporada de cinco años en la principal competidora de la Casa de las Ideas: DC comics. Las causas fueron varias. Por un lado, no le estaban dando todo el reconocimiento esperado, incumpliendo promesas económicas y negándole, en los créditos, sus contribuciones al story plot. Por otra parte, la relación de Kirby y Stan Lee se había desgastado (hay rumores de traiciones y celos profesionales; Kirby llegó, incluso, a crear una caricatura satírica de Stan Lee: el representante artístico Funky Flashman). En DC, a través de distintas series, El Rey incorporaría al universo superheroico de la editorial un panteón mitológico que, sin llegar a conseguir éxito comercial, perduraría y sería revisitado por muchos de los grandes nombres del cómic mainstream norteamericano: Byrne, Levitz, Giffen, Starlin, Morrison y, ahora, Tom King. Estamos hablando de los Nuevos Dioses, también conocidos como el Cuarto Mundo. La historia, en breve, nos presenta dos mundos gemelos en guerra permanente: el idílico Nuevo Génesis, conducido por el luminoso Highfather, y el infernal Apokolips, dominado por el dios oscuro Darkseid, un planeta y ecumenópolis miserable, atravesado por fosas de fuego. El propósito de Darkseid es conseguir la ecuación de la anti-vida, una fórmula que le permitirá doblegar la voluntad de cualquier ser viviente. El punto de quiebre argumental se da cuando, a modo de tregua, Highfather y Darkseid intercambian, como rehenes, a sus hijos: el hijo favorito de Darkseid, Orión, será criado en Nuevo Génesis, mientras que Scott Free, hijo de Highfather, que se convertirá luego en Mr. Miracle, será educado espartanamente en Apokolips. Se trata de un elemento fundamental de la trama, entre otras cosas porque la profecía dice que Darkseid sufrirá su derrota final a manos de uno de sus hijos (¿pero, será su hijo adoptivo o su hijo biológico?). Se advierte el potencial dramático: los mitos del Cuarto Mundo tienen claras resonancias literarias y religiosas: Edipo, Hamlet, la mitología griega y la judeo-cristiana, todo convive allí.
El filósofo e historiador de las religiones Mircea Eliade decía que la novela puede ser considerada como la prolongación moderna de lo mitológico y que, en muchos aspectos, toma su lugar. Y eso es, en cierto sentido, lo que hacen King y Gerads en esta serie de doce números, reunida ya como novela gráfica: retoman los elementos arquetípicos del Cuarto Mundo (por momentos, incluso, los subrayan) pero exploran, en paralelo, cuestiones psicológicas y filosóficas, como los vínculos familiares y la duda existencial. En la versión de King, Darkseid se ha adueñado, finalmente, de la ecuación anti-vida, El dios oscuro, corpóreo y etéreo a la vez, dispone ahora no solo de sus temibles rayos omega, sino que puede implantar, en sus víctimas, episodios depresivos.
Decir mucho más del argumento sería abusar de los spoilers: sabemos (lo hemos visto en otras obras de King, como los Omega Men o The Visión) que al guionista le encanta sacudir el status quo. Desde la primera página, habrá quiebre tras quiebre, reformulación y expansión constante de personajes clásicos. La montaña rusa es tal, que personaje y lector se preguntarán, una y otra vez, si lo que sucede en las viñetas está ocurriendo verdaderamente (o, dicho de otro modo, si forma parte de la continuidad del Universo DC).
Entonces, como la historia arranca in media res y no es posible comentar el punto de partida sin revelar, ya, demasiado, hablemos de los aspectos técnicos. King, sin renunciar a algunos recursos que le son ya clásicos, despliega toda su caja de herramientas: hay humor negro e ironía, zonas íntimas y sentimentales poco comunes en el género superheroico, pasajes en las que -de manera tácita o explícita- el autor acude a la filosofía de Aristóteles o al Discurso del Método, ocasionales disrupciones de la cuarta pared y referencias intertextuales y gráficas a la gesta mesiánica.
En el apartado gráfico, Gerads, socio habitual de King, se encarga de la tarea completa: dibuja, entinta y colorea y balancea a la perfección el guion, con un uso inteligente de la sinécdoque visual, el punto de vista y el simbolismo, además de referencias históricas (por ejemplo, el uso de los Kirby dots). Lo único que tal vez pueda reprochársele es cierta confusión en algunas escenas de acción. Predominan ampliamente las páginas de nueve viñetas idénticas, similar a las que abundan en Watchmen y a las que ya usó la dupla King-Gerads en Omega Men. Esta decisión de puesta en página genera una sensación de encierro (el sentido de lectura es obligado, unívoco, y el desarrollo temporal, pausado; la división entre viñetas produce una sensación de grilla o reja que separa al lector de la acción, y a los personajes del lector). La idea de cárcel es aquí especialmente significativa, ya que Mr. Miracle es, al fin y al cabo, un comic sobre el mejor escapista del mundo, pero hay prisiones emocionales particularmente difíciles de vulnerar. Cada tanto, sin embargo, esos paneles rígidos y uniformes de 3×3 se distorsionan, coincidiendo con los picos emocionales del personaje. Cada tanto, también, irrumpirán paneles negros con la leyenda inefable: Darkseid es.
Dos advertencias. Para disfrutar el cómic es imprescindible estar, al menos, familiarizado con el Cuarto Mundo de Kirby. Para aprovecharlo a fondo, se sugiere (re)leer la obra original y algunas notas autobiográficas de El Rey: las páginas están plagadas de referencias (incluso, cada número de la serie abre y cierra con bloques narrativos del Mr. Miracle de los 70s). Segunda, Mr. Miracle puede gustar, especialmente, a los adeptos al cómic superheroico oscuro, algo deprimente, de la segunda mitad de los 80.
La serie arrasó en 2018 y 2019 en la entrega de los premios Eisner, cosechando reconocimientos a la mejor serie limitada, mejor escritor, mejor dibujante/entintador y mejor colorista.