¿Qué somos? ¿Cuáles son las características que nos hacen ser lo que somos? ¿Cuáles son las caraterísticas que nos diferencian de otras especies? ¿De dónde venimos?
Estas son las preguntas que, de forma velada y no tanto, intenta responder (o al menos plantear) el guionista canadiense Jeff Lemire en la excelente Descender.
El argumento es sencillo, o no tanto. Tiempo futuro, en un determinado instante se presentan ante los planetas principales de la especie humana (o, mejor dicho, toda especie basada en el carbono) una serie de robots gigantes (gigantes = más grandes aún que los planetas), antropomórficos, y desatan, en cada lugar, una masacre. Unos años después de ese evento, en los planetas los robots son perseguidos, marginados y en algunos casos ejecutados, y en un lejano asteroide minero se despierta Tim-21, un robot con forma de niño, que desconoce lo que ocurre y lo que ocurrió. Tim-21 fue programado como robot de compañía, y en su software está inscripto que debe adaptarse a su dueño. Sin embargo, algunos elementos que se desprenden cuando él despierta, hacen sospechar que posee lazos con los robots gigantescos que desencadenaron la masacre para luego desaparecer.
Con esos elementos, Lemire construye una space opera que cumple las reglas del género (grupo de protagonistas, que se unen y se desunen para cumplir distintos derroteros planetarios y/o galácticos, para unirse cerca del desenlace y presenciar/protagonizar la batalla final), pero que se permite ir más allá de lo habitual. Atrevido, si se quiere, Lemire utiliza la forma infantil de Tim-21 para, tal como hacía el tándem Spielberg-Kubrick en Inteligencia artificial, forzar al lector/espectador a una mirada más tierna sobre el personaje.
Tim-21 quiere reencontrarse con “su hermano” -el chico humano con el que compartía el tiempo antes de la debacle-, porque, dice, lo quiere y lo extraña. Cuando alguien le dice que esos sentimientos son falsos, solo fruto de la programación que lo edificó, Tim-21 responde que en ese caso es exactamente igual a los seres humanos, en donde los sentimientos también son un constructo prefijado en la infancia.
En el medio, la diferencia de clases. Los humanos que temen y menosprecian a los robots. Los robots que temen a los humanos y, algunos, deciden organizar la revolución. Las diferencias (ideológicas, políticas) entre las especies basadas en el carbono, la imposibilidad de alcanzar una solución uniforme. La parte del grupo opresor que se siente culpable por lo que ocurre y decide identificarse e integrarse con los perseguidos.
A lo largo de 32 números (que Image Comics ha publicado en dos hermosos tomos de tapa dura), Lemire disfruta del dibujante Dustin Nguyen en estado de gracia (su estilo, basado en bocetos en blanco y negro en los que se superponen acuarelas, impone derogar cualquier diferencia entre el concepto de dibujante y el de pintor), y da una de sus mejores obras en los últimos años. Es cierto que el canadiense peca de ser demasiado prolífico. También lo es, vale destacar, que nunca abandona los temas que le interesan, ya sea contando algo de superhéroes o, como en este caso, una space opera: los sentimientos, el origen de lo que albergamos, los temores que nos paralizan o nos empujan a cometer estupideces.
Lemire traza un carco que se permite incluso plantear la pregunta acerca de si las especies “vivientes” crearon a los robots o si, por el contrario, fue al revés y somos el fruto de un software malicioso. Interrogantes que se multiplicarán en la siguiente serie del dúo, continuación directa de esta, Ascender.
Imperdible.
Guión: Jeff Lemire
Dibujo: Dustin Nguyen
Editorial: Image Comics
Números: 32