El arco y la flecha tienen algo, sí. Por un lado, una resonancia zen, que el filósofo alemán Eugen Herrigel acercó a Occidente en su breve libro “Zen en el arte del tiro con arco”. El arquero zen consigue una bienvenida despersonalización, una apertura: es la flecha y el blanco. La mente tensa, agitada, no consigue acertar. Hay, también, en el arco y la flecha, una cualidad esencial que los vuelve perfectos para encarnar la lucha del oprimido. La tradición del héroe arquero es larga. Robin Hood y sus versiones modernas del comic, Green Arrow y Hawkeye. Más cerca en el tiempo, Nam-joo en The host y Katniss Everdeen en “Los juegos del hambre”. Como arquetipo heroico, el arquero se enfrenta, con su arma simple, a la desproporción, al enemigo desmesurado. Recuenta la historia de David y Goliat, pero Goliat es ominoso, se va de escala. El arquero aparece, así, como un héroe social, igualador, que busca restaurar un balance perdido, casi podría decirse anticapitalista. Redistribuye la riqueza o enfrenta las consecuencias del desastre ambiental. Lo hace paso a paso, flecha a flecha. Su arma no es automática ni mata masivamente. Cada disparo implica una decisión, meditada o instintiva.
Hawkeye, de Matt Fraction y David Aja, fue una serie de veintidós episodios publicada entre 2012 y 2015, y reunidos luego en ediciones en rústica, tapa dura, e incluso como ómnibus. Sí, tiene unos años ya, pero la reseña vale porque está llamado a convertirse en un clásico. Es, me animo a decir, lo que el Daredevil o el Batman de Frank Miller fueron en los 80. Aparece en casi todas las listas de mejores comics de una década particularmente fértil, diversa y creativa para el noveno arte (de esas que se dan cada treinta o cuarenta años).
¿Por qué?
Porque lo tiene todo.
La serie arranca con dos líneas narrativas convergentes. En una de ellas, Clint Barton, recién salido de una larga temporada en el hospital, intenta (por las buenas y por las malas) comprarle a la mafia rusa el edificio de Brooklyn en el que vive, para evitar que desalojen a sus vecinos (la trama general va por ahí: un hombre con arco y flecha enfrentando a la mafia del negociado inmobiliario en Nueva York; el conflicto es reavivado por una femme fatale en apuros como las suelen buscar la ayuda del detective del policial negro). En la segunda línea argumental del primer número, Barton está en un hospital veterinario intentando salvar la vida de un perro malherido. El perro, originalmente, se llama Arrow (sí, tanto humor condensado ahí), pero será rebautizado Lucky y se convertirá en un personaje permanente y entrañable de la serie.
Cada uno de los veintidós episodios es una clase magistral de narrativa. Fraction abunda en la no linealidad, tanto hacia adentro como hacia afuera de cada capítulo. El resultado es un rompecabezas cuyas piezas van cayendo de a poco, a veces en el corto plazo, otras en el largo. El lector se transforma, de ese modo, en una especie de detective que reconstruye la escena.
Los personajes, principales y secundarios, son sólidos y equilibrados. Hay dos protagonistas, porque en el universo Marvel existen dos Hawkeyes: el histórico, Barton, y su relevo generacional, Kate Bishop, y en esta serie ambos comparten cartelera de manera balanceada, con un arco argumental entero, de varios episodios, en los que Barton desaparece por completo y le cede la estelaridad a Bishop. Hace tiempo Marvel viene reemplazando por largas temporadas a sus personajes icónicos por versiones femeninas (pasó, por ejemplo, con Thor y Wolverine) y esta saga no es la excepción a esa lógica: aquí, casi invariablemente, ellas tendrán un rol protector y serán las que rescaten a Barton de situaciones desesperadas en planos diversos (el asedio de matones y asesinos a sueldo, su debacle emocional). Barton funciona como un anti-héroe, o un héroe roto: conserva su firme sentido de justicia y su impulsividad característicos, pero se verá desbordado una y otra vez por las circunstancias y ese desborde tendrá su impacto en su ¿infalible? puntería. Así es: el héroe que siempre da en el blanco aquí, cada tanto, falla. Erra con el arco y erra en lo humano. Atraviesa períodos depresivos. Destroza amistades y vínculos amorosos. Fraction recupera la larga tradición de Marvel de presentar personajes moralmente falibles con problemas mundanos.
La serie conjuga un tono en general humorístico con momentos dramáticos. Su punto alto, sin embargo, es, sin dudas, el punto de vista, con un notable esfuerzo en lo investigativo y lo imaginativo.
El extraordinario poeta peruano Mario Montalbetti suele decir que la novela, como género, ha muerto, porque se ha vuelto predominantemente visual, se ha subsumido de algún modo al lenguaje cinematográfico desaprovechando las potencialidades exclusivas de la escritura. En sus ensayos en verso “El sentido del poema” y “La ceguera del poema”, afirma que un poema vale la pena cuando habla de lo que solamente se puede decir, de lo que no se puede ver en ningún sentido. No creo que la novela haya muerto, pero sí que un lenguaje, un modo expresivo, está vivo en tanto dice algo que no se puede decir de otra forma. Hay ciertos momentos del Hawkeye de Fraction y Aja que valen la pena porque dicen algo que no podría narrarse en prosa (al menos no de esa forma) ni podría filmarse (al menos no de esa forma). Es decir, consiguen algo que nada más en viñetas se puede conseguir, un mensaje emergente y propio de ese modo expresivo que es la historieta.
Pondré los dos ejemplos más claros de esto que trato de decir. El capítulo 11 presenta algunos momentos de la historia desde la perspectiva del perro Lucky. El perro solo recupera palabras aisladas de los diálogos a los que asiste (las que reconoce por escuchar de manera recurrente, ciertos nombres propios, por ejemplo); las demás, son sinsentido, garabatos en los globos de diálogo. Su olfato le permite reconstruir escenas a las que no asistió. Cada persona que percibe evoca en él una especie de mapa relacional construido, mayormente, sobre imágenes olfativas y auditivas (qué comió o tomó una persona y en qué medida; qué fuma; qué lápiz labial usa). Puede recuperar el pasado inmediato; puede conocer lo que pasa, en simultáneo, en todo un edificio; sus mapas relacionales admiten incógnitas y negaciones. Fraction y Aja logran así la hazaña de una convincente hipótesis de una percepción no humana.
En otro capítulo, Clift es apuñalado en los oídos por el asesino Clown y, como consecuencia, queda sordo (el personaje tiene antecedentes históricos de pérdida auditiva, y Fraction recupera ese elemento enterrado). Se nos presenta, entonces, la perspectiva de alguien que no escucha: los globos de diálogo aparecen vacíos cuando Clift da la espalda a sus interlocutores, y llenos de palabras no del todo correctas pero aproximadas cuando lee los labios, quedando en el lector la posibilidad de adivinar el sentido correcto. Cada tanto, el personaje elige hablar con lenguaje de señas. La situación, que al principio lo avergüenza, lo ayuda eventualmente a encontrar una voz y comunicar lo que siente.
El apartado visual, en esta serie, no es un apartado, porque la integración con el guion es completa y necesaria y es lo que consigue llevar esta historia a sus límites expresivos. Aja (titular con reemplazos demasiado ocasionales) deslumbra en las portadas, estilizadas y más bien opacas en sentido, y consigue cierto efecto paradojal en los interiores: recurre a un estilo minimalista influenciado sin duda por David Mazzucchelli (con páginas enteras homenajeando a Batman Año Uno), pero al mismo tiempo logra cargar de información cada viñeta. Hollingsworth, en los colores, despliega paletas sobrias que subrayan adecuadamente el tono anímico de cada pasaje.
Sintetizando, Hawkeye de Fraction y Aja es una de esas series imperdibles que reformulan un personaje longevo y, por sobre todo, empujan las fronteras de una forma expresiva.