Con los hermanos Russo como productores y luego de dirigir infinidad de capítulos de TV en series como Luther, Boardwalk Empire, Dexter, Game of Thrones o Penny Dreadfull, el irlandés Brian Kirk salta a la pantalla grande con un policial negro pequeño, correcto, ágil, bien filmado, con algunas buenas escenas de vértigo y, lo más importante, con un duelo final de argumentaciones que instala una discusión necesaria, siempre postergada o mal encarada, pero de la que depende buena parte del andamiaje social. Tal vez uno de los muchos debates que debiéramos tener como una vez superada esta pandemia y que seguramente seguiremos postergando o simplificando para demostrar, otra vez más, que partiendo de la nada hemos alcanzado a nivel planetario las más altas cotas de estupidez y esterilidad mental. Pero dejando de lado el optimismo, hablemos de la película.
21 Bridges, en Latinoamérica Nueva York sin salida -sin comentarios-, tiene como protagonista a Chadwick Boseman (el Black Panther de las pelis de Marvel) que encarna aquí a Andre Davis, un detective de Nueva York interpelado en las primeras escenas por Asuntos Internos acerca de su tendencia a disparar a matar a los “maleantes” (ocho en nueve años de servicio).
—La justicia tiene su coste— plantea Davis.
—La justicia no la determina usted— retruca uno de Asuntos Internos
—Pero soy quien ejecuta lo que se determina…
—¿Quién lo dice?
—Mi placa… Mi juramento…
—¿Su ADN?…
Andre Davis viene de una estirpe de policías, su padre, también enlistado en la fuerza, murió asesinado cuando él era un niño, al enfrentarse a tres sujetos. Logró reducir a dos pero el tercero terminó con su vida. Hoy, 19 años después de ese trágico evento es nuestro protagonista quien porta su placa con orgullo y cuida de su madre con Alzheimer.
Contrariamente a lo que pareciera a partir de estas primeras escenas, Andre Davis no va a ser uno de los clásicos tipos duros que tanto abundaron en los 80´s y 90´s sino que se va a constituir a lo largo del film como un héroe ético.
La trama:
Dos marginales, uno de ellos con experiencia de combate, ingresan por la entrada trasera a un restaurante cerrado en busca de un alijo de 30 kilos de cocaína. El lugar supuestamente funciona como pequeño aguantadero. Se encuentran con el dueño del lugar y con un cargamento de 300 kilos de pura. Una “cama” entre narcos. Pronto el lugar está rodeado por la cana y, en su fuga, el dúo “limpia” a más de media docena.
Obviamente va a ser Andre “gatillo fácil” Davis el detective a cargo de cazar a estos de asesinos de policías. En la escena del crimen se cruza con el Capitán McKenna (J.K. Simmons) quien dirige el precinto 85, a donde pertenecían los caídos.
—Estuviste con los de Asuntos Internos hoy—, le señala McKenna, —Me encantaría que volvieras allí mañana—.
—Eso si me dan motivo— replica Davis.
—¿Motivo? Ahí tenés tu puto motivo— grita señalando los cuerpos de sus muchachos.
Davis convence a la alcaldía para cerrar Manhattan hasta el amanecer para cortar la posibilidad de fuga. Se bloquean entonces los 21 puentes de acceso a la isla (de ahí el título de la película) y se cierran los cuatro túneles y los tres ríos.
Comienza la cacería humana, pero pronto queda tan claro para el protagonista como para el espectador que existe una conspiración que vincula a parte de la policía con un imperio criminal…
Sin mayores vueltas de tuerca, 21 Bridges se banca su hora y media sin aburrir.
Spoiler
La presencia de un actor como J.K. Simmons queda justificada en la confrontación final de McKenna con Davis, cuando trata de justificar la participación de su precinto en el narcotráfico:
—No se trata de Cadillac, ni Rolex, ni toda esa basura material. No para mí, ni para mis muchachos. Se trata de tener una vida. En mi primer mes a cargo del precinto 85 fui a dos funerales de mis policías. El primero estrello su auto contra el pilar de un puente, su nivel de alcohol era de punto 25. El otro también bebió hasta matarse: cirrosis. Tres de mis policías perdieron sus casas. Otro el apartamento que alquilaba; el maldito dueño le subió la renta al doble… La tasa de divorcios en el 85 era del 70%… Se trata de que mi gente siga casada, de que puedan criar a sus hijos, sin tener que pasar cuatro horas al día en el tránsito, entrando y saliendo de una ciudad donde no les alcanza para vivir. Una ciudad que les demuestra que los odia, pero una ciudad que protegen con sus vidas cada puto día. De eso se trata esto…
Sin intentar justificar lo injustificable, el personaje de McKenna abre el debate, o debería abrirlo, porque lo injustificable es efecto de una causa.
¿Cuánto vale un policía? ¿Un docente? ¿Un médico? ¿Un político?
Estas preguntas están siempre presentes, en toda sociedad y en todo momento. Y generalmente son preguntas mal formuladas, mal pensadas y mal contestadas.
Las clases acomodadas generalmente se consideran más allá de toda una serie de realidades y, como en el sistema capitalista quien acumula capital acumula derechos, generalmente tienen razón. Por lo que toda estructura social les parece un gasto. Sus idiotas útiles, las capas medias, tan abocadas al suicidio, suelen repetir sus pareceres sin meditar que la vida les va en ello. Un ejemplo en ese presente pandémico son los aplausos de las 21hs, dirigidos al personal sanitario que los mismos aplaudidores pasaron el último lustro devaluando pero que ahora celebra su martirio.
El personaje interpretado por J.K. Simmons desliza, desde una pequeña película de género negro, la coordenada faltante a la hora de abordar el tema de la corrupción. Sin esa coordenada todo debate es inane, propaganda berreta para zombies.