Ilustración de portada: detalle de
Si hay algo de lo que Hemingway nunca se privó, fue de ser siempre noticia, aún en los peores momentos y en las situaciones más difíciles. Hoy el mundo lucha contra un virus que parece arrasar con todo y, hasta aquellos que sólo pensaban que se trataba de una gripe pasajera, comenzaron a ver que la muerte se cargaba a cientos de personas sin diferencia de clase, condición social o status económico. La tormenta seguro pasará, habrá un cambio de época, tal vez seremos mejores o distintos; el tiempo hará lo suyo y todos recordaremos que una peste se cruzó en nuestra vida.
Pero volvamos a Hemingway. El muchacho de 27 años se llevaba el mundo por delante. Estaba casado con Hadley Richardson, una bella pelirroja de familia aristocrática, quien acababa de recibir una herencia razonable. Ya gozaba de la generosidad de varios escritores y del juicio de valor de James Joyce. “Es un buen escritor, Hemingway. Escribe tal como es. Nos gusta. Es un campesino grande y poderoso, tan fuerte como un búfalo. Un deportista. Y listo para vivir la vida sobre la que escribe. Nunca la hubiera escrito si su cuerpo no le hubiera permitido vivirla. Pero los gigantes de esta clase son verdaderamente modestos; hay mucho más detrás de la forma de Hemingway de lo que la gente cree”, afirmaba el autor del Ulises.
Por esa suerte de ser un elegido, el acaudalado Gerald Murphy y su esposa, Sara, lo apadrinan y todo parece ser una fiesta. Ya están de su lado Francis Scott Fitzgerald, su alocada esposa Zelda, Sherwood Anderson y John Dos Passos.
Hemingway se siente un triunfador y como tal decide tomarse el tiempo necesario para escribir. Claro que su vida no era la romántica vivencia de los días parisinos: había en el medio un niño de 3 años, John Hadley Nicanor, apodado cariñosamente Bumby, y una esposa que lo complacía. Sin embargo, Ernest, estimulado por los artistas de esa cofradía que se reunían en la librería Shakespeare & Company, se dedicó a escribir y a corregir su libro “Fiesta” (The Sun Also Rises), a gastar lo que restaba de la fortuna de Hadley, y a enamorarse de Pauline Pfeiffer, una risueña periodista de la revista Vogue. Hadley se negaba a creer que su esposo la engañaba, a tal punto que para no ceder al escándalo se hizo confidente de Pauline y de su hermana.
Los primeros días de mayo de 1926, Ernest le plantea a Hadley la necesidad de “estar solo para poder escribir”. Se va a Madrid a ver las corridas de toros, y Hadley y Bumby se marchan a Antibes, en la Costa Azul, donde son huéspedes de Gerald Murphy y Sara. Antes de partir, la madre advierte que su hijo tiene unas líneas de fiebre y una tos a la que no le da importancia. Al llegar a destino, la situación empeora. Los Murphy –padres de tres hijos–, le aconsejan que un médico los visite, y allí se desencadena la tormenta: Bumby padece coqueluche y debe ser sometido a aislamiento. Sara no quiere que sus pequeños estén cerca de Bumby y le pide a su marido que hable con los Fitzgerald para que Hadley y su hijo permanezcan en la casa que habían alquilado, durante el tiempo que dure la cuarentena.
Gerald se comunica con Ernest y le dice que sería necesario que dejara todo y viajara a Antibes. Hemingway así lo hace, pero al llegar a destino se encuentra que en la cabaña ya están instaladas la niñera de Bumby, Pauline y su hermana.
Aquí comienza otra historia: la cuarenta por un lado y la infidelidad por el otro. Desde hacía rato Pauline y Ernest se tenían ganas, Hadley lo sospechaba, y esto de juntarse era todo un desafío. Los tres compartirían todo, hasta el tiempo que transcurriría en la piscina, mientras la niñera se sometía al cuidado de Bumby. El aislamiento dejó en claro que “Ernest y Fife se tienen mucho cariño”, le diría Jinny, la hermana de Pauline, a Hadley. Todo indicaba que había algo más que cariño.
En ese período, Ernest no pudo escribir una línea y sólo trataba de ordenar los borradores que dejaba sobre la mesa. Bumby fue mejorando, el médico levantó la cuarentena y todo volvió a la normalidad. Los Murphy, ya más tranquilos, programaron una cena en su casa “Villa América”, donde por primera vez los tres saldrían del encierro.
La tos ferina de Bumby quedaría atrás. El niño y la niñera permanecerían un tiempo más en la cabaña, pero el trío amoroso se mudaría a un hotel para continuar con la aventura. Aquellos días estarían llenos de reproches. Hadley lo castigaría a Ernest por la falta de compromiso en la cuarentena y la poca solidaridad de sus amigos. Ernest le recriminaría haber traído a Pauline y a su hermana a la cabaña, y no saber cómo decirle que se marcharan. Toda una historia poco creíble cuando la suerte estaba echada.
De vuelta a París, Hadley le pidió el divorcio a Ernest, que se concretó en enero de 1927. Para entonces, ya había salido en Estados Unidos “The Sun Also Rises”, dedicado a Hadley y a Bumby.