Maestro indiscutido del manga, Jiro Taniguchi, fallecido en febrero de 2017, fue durante su toda su vida un excepcional cultor de la BD europea. Tanto es así que durante varias décadas soñó con realizar un álbum que se adaptara a sus normas y a su lenguaje particular. Para el final de su vida, Taniguchi había logrado varias incursiones en este formato de novela gráfica, pero en esta oportunidad vamos a comentar el primero de sus álbumes trabajados con este estilo: La montaña mágica, editada en español por ediciones Ponent Mon.
La montaña mágica, Maho no Yama, su título en idioma original, nada tiene que ver con la imperecedera obra de Thomas Mann sino que se trata de una fantasía en la que Taniguchi retoma el escenario de su infancia, de pueblo natal, Tottori, de estructura tradicional y alejado de la hipermodernidad de las grandes urbes y vuelca en él la imaginería de la religión primitiva de Japón.
“La ciudad en la que me crié era originariamente un poblado asentado en las inmediaciones de un castillo”, —son las primeras líneas del álbum y en el horizonte de la ciudad se ve la metada montaña— “Aquella montaña era visible desde cualquier punto del casco urbano. En su cima se erigía la torre del castillo hasta que fue demolida en el año 11 de la era Meiji (1878). Sus ruinas en las faldas del monte eran nuestro escenario de juego”.
Kenichi, de 10 años, y Sakiko, su hermana menor, son puestos al cuidado de sus abuelos cuando su madre debe viajar a la gran ciudad para tratarse de una grave enfermedad. Cuatro años antes ambos niños perdieron a su padre en un accidente durante un viaje de trabajo.
La melancolía y la incertidumbre anegan el alma de Kenichi que ya ve desdibujarse en su memoria los recuerdos de una familia plena.
Durante las tardes juega con sus amigos en las ruinas del castillo y fantasean sobre los túneles secretos que se extienden como viseras por el interior de la montaña plagados, en el imaginario infantil, de distintos seres ultraterrenos. A veces recogen cangrejos del riachuelo o cazan mariposas, pero cuando necesita un poco de soledad Kenichi visita el Museo de Ciencias naturales del pueblo, un edificio occidental organizado de manera ecléctica, reuniendo materiales sin una lógica aparente.
No tardan en llegar las noticias de que la enfermedad de su madre era peor de lo que se esperaba y debe ser sometida a una nueva operación. Es en este momento en que, refugiado en la soledad del Museo, Kenichi conoce a una salamandra gigante que reposa en un gran acuario. El animal se comunica con él, se presenta como guardiana de la montaña y trata de convencerlo para ser puesta en libertad de manera inminente. Es necesario que la salamandra retorne a las entrañas de la montaña, al manantial mágico y perenne contenido en su interior, para evitar su derrumbe. A cambio, el ser ofrece el cumplimiento de un deseo, cualquiera sea.
Queda entonces por verse si Kenichi y su hermana serán capaces de sustraer el espécimen del Museo, transportarlo de manera segura al corazón de una montaña que permanece cerrada por derribo y, aún más, si se trata de un recurso de la psique infantil tratando de encarar lo inabordable de la finitud de la vida y si realmente la salamandra gigante es un kami protector que pueda conceder el milagro de la vida a la madre de ambos niños.
—La melancolía me parece un remedio para equilibrar el espíritu—, afirma Taniguchi en una entrevista que cierra el volúmen. De alguna manera, cercana al tipo de fantasía elaborada por Miyazaki-san para los estudios Ghibli, La montaña mágica habita en la nostalgia de una infancia perdida pero también se erige en defensa de una cosmovisión natural perdida y olvidada que, tal vez, sea necesario recuperar para poder sobrevivir como parte integral de un ecosistema que ya maltratamos demasiado.
Título: Lamontaña mágica
Autor: Jiro Taniguchi
Traducción: Víctor Illera Kanaya/Elia Maqueda López
Adaptación gráfica: Kaoru Sekizumi
Color: Walter y Yuka
Coordinación: Frédéric Boilet
Editorial: Ponent Mon
70 páginas color