Castro. De nuevo.
Y de nuevo, solo.
O con un chico.
Castro. De nuevo.
Regresa. Esta vez no al ring.
Al país que abandonó pensando no volver.
Sin saber si admite una derrota —final— o una equivocación anterior.
Regresa a Barrio Chino. A ese pedazo de infancia. El territorio donde todo es posible.
Mejor dicho, el territorio donde es más fácil mentirse. O ignorar.
Castro vuelve ahí, a ver si en una de esas encuentra un pedazo de suerte.
Encuentra a Márquez, otro hijo del Barrio Chino, Córdoba.
“Márquez había cometido algunos delitos, contrabando, tráfico, falsificación, luengo entró a la policía. Fue como una revelación, solía decir, hacía lo mismo pero con sueldo y uniforme”.
Castro está de vuelta.
De todo.
Lidiando con la impotencia de saber que el cuerpo, lo único con lo que pudo contar siempre, empieza a dejarlo a pata.
Castro un tipo imantado a la lona. Un tipo que sabe que ya no puedo dejar pasar ninguna oportunidad.
Ni siquiera aunque esa venga de Márquez.
Porque de fondo es 2001. Default. Riesgo país.
Bombas de tiempo.
Argentina. Y Castro.
La vergüenza de haber sido,
Y el dolor de ya no ser.
Hay un secuestro. Un pibe. Un corralito en el que ellos solos se metieron. Un montón de gente cansada. Hay abandonos, también. Pero no todos pueden irse en helicópteros. Ni todos pueden volver a casa.
En el ring no te dejan ni el banquito, pero al menos tenés las cuerdas o la lona para amortiguar la caída. Afuera, la caída es libre. Y definitiva.
Título: Barrio Chino
Autor: Fernando Stefanich
Ediciones Recovecos
80 páginas