En este, su primer libro de poemas, Alan Talevi recompone un hecho a través de sus efectos. Con versos empapados de ternura, la voz afronta las manifestaciones del dolor buscando los instantes en que la frágil música cotidiana permita una dilución de la tragedia. Y no se trata de cualquier acontecimiento inevitable, sino de uno muy especial para la especie, ya que la lengua no conoce término de parentesco que pueda contenerlo: la pérdida de aquello que fue gestado.

Así, Histéresis no solo caracteriza ese período de tiempo —compuesto por un episodio y el haz de sus consecuencias— como lo vivido que rechaza, en virtud de su pasado, el impacto de una fuerza externa, sino que también ofrece la experiencia a la fragua del poema y lo suelta a la deriva de otra temporalidad: la fulguración de la imagen. Por ello, la demora de las sensaciones y los sentimientos, más que apego al desconsuelo, se descubre —en la sonoridad— como permanencia desprendida de su pesadez: «Dos médicos / y una enfermera / trabajan sobre el cuerpo / vencido de tu madre. / Un aparato te amplifica / el ritmo cardíaco // la manifestación de un tiempo interrumpido // te escuché, hija / tus latidos alejándose / uno del otro / como el fundido final de una buena canción».

El retraso de lo acaecido va más allá de la simple contención del sufrimiento que avanza, también regresa la voz hacia la propia infancia, recuperando un imaginario candoroso y poblado de personajes, como si retrotraerse a un cuerpo niño fuese el modo de alcanzar el resplandor de la criatura que ocupa la segunda persona y poder tocar las puntitas de sus dedos en esa oscuridad desgarradora: «Pierdo el micro. / En la última estación hay un hombre / con remera de Dragon Ball / y la raya del culo al aire. / Dos mujeres andinas, ojos / de perro orgulloso, / una dice / se acaba de ir / la otra a coro recién recién. / Son reinas sentadas / en bancos de aluminio // enseguida llega otro / ellas hacen adiós y siguen / reinando graves / hasta el último asiento / cruzo el pasillo y miro / al otro lado del vidrio sucio. / Luces esporádicas / revelan vetas y grumos de barro seco. // Pero esta noche los árboles / caminan sobre el mundo / sus hojas bailan, cantan: // saiayin».

En lo que hace a la pareja sobreviviente, existe un claro asumir de la destrucción que el suceso ha ocasionado, aunque todo su proceso se desenvuelva en la turbiedad del silencio. Página a página se rasga el hilo que la presencia del futuro había fortalecido, como un «dios a cuyo alrededor / la manzana va y viene / de la flor al gusano». El derrumbe se produce en el fondo del paisaje, fuera de foco y sin grandes golpes: «una mujer pausada / su tiempo es como piedras / sueltas que dejan / cruzar el río». Esa intermitencia denuncia la entropía y a la vez permite el traspaso hacia el vacío de lo que sigue siendo sin haber sido jamás.

Sin embargo, el poema trae consigo la posibilidad del diálogo infinito, la conversación en la que danzan las imágenes con nosotros, allá, en un punto en el que la línea temporal y la espacial flotan al cruzarse: «susurraba cabecou / a la panza de tu madre / es decir: cabrita, / un animal que asciende en ángulos imposibles / criatura sacrificial». El hecho se recompone a partir de sus efectos. Y esta restauración, antes que un retorno, produce un desplazamiento. Con ella alcanzamos la pulsación de la médula de lo ocurrido, que no habríamos podido jamás palpar si el poema no nos remontaba en medio de la tormenta.

Sobre El Autor

Leandro Llull (1983). Publicó los libros Disonancia del jardín (EMR, 2009), Horas menores (Huesos de jibia, 2013), A los pibes crudos (VOX, 2015), Maratón (Ediciones 27 Pulqui, 2016), El gamo (Ediciones 27 Pulqui, 2019) y La vida sin centro (Salta el pez ediciones, 2022), y el trabajo La lengua en soledad, dentro de la obra colectiva Prueba de soledad en el paisaje (Mansalva, 2011). Recibió el premio de la Municipalidad de Rosario en 2009 y el premio del FNA en 2013, y las becas de Estación Pringles en 2010 y del FNA en 2011. Colabora en las revistas literarias Otra Parte y Op.cit y se encuentra a cargo del taller de la Biblioteca C. C. Vigil.

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