La felicidad editada

 

“No sigas a los antiguos. Buscá lo que ellos buscaron”

(Bashô)

 

1 – Hay un bonus track al final de Parezca y desaparezca (Años Luz, 2022), antología poética de Paulo Leminski bajo el cuidado y traducción de Alejandro Güerri: una sección de fotos. Son pocas, pero representativas. Allí vemos a Leminski jovencísimo y prodigio. Lo vemos escribiendo. Lo vemos con su compañera, la también poeta Alicia Ruiz S. Lo vemos posando con una guitarra. Lo vemos con una remera de los Beatles, acompañado por su amigo Caetano Veloso. Lo vemos dos o tres veces en cueros. Las fotos nos alejan de cualquier idea de un trabajo basado en el retraimiento o en el sacerdocio. Más bien, parecen señalar que la escena de trabajo es parte de un continuo vital. Que en ella hay entusiasmo, cuando no felicidad.

 

2 – Murió joven Leminski. 44 años. La brevedad es una de sus marcas. Muchos de los poemas que presenta esta antología son haikus o aluden a la forma japonesa: “dos hojas en la sandalia // el otoño / también quiere caminar” (“ideolágrimas”); “tarde de viento / hasta los árboles / quieren venir adentro” (“kawa cauim, desarreglos florales”; “se acabó la farra / hormigas mascan / restos de la cigarra”.). Como lo deja claro en su biografía sobre Bashô, Leminski sabía que para traducir adecuadamente un haiku es clave aprovecharse de todos los recursos de la poesía vanguardista: colores, tipos, grafías, manierismos. Porque solo sabemos aproximadamente lo que es un haiku, o sabemos que los tres versos que nos llegan traducidos (o traducimos, como era el caso de Leminski, que dominaba varias lenguas) en realidad forman parte de un sistema más complejo de escritura y de comunicación, del cual el grafema era solo una parte. ¿Y qué si la vanguardia es una patrulla de avanzada que fue fue fue, y nunca volvió, porque en el tránsito de ir ir ir, fue abducida por drones alienígenas, de esos que viajan en el espacio y en el tiempo? Algo así decía Héctor Libertella. Arponear ese dron, con todos los medios posibles, solo para darnos cuenta que ya estábamos en él, miniaturas.

 

3 – Entre todos los libros de Leminski antologados en Parezca y desaparezca, hay uno que muestra explícitamente una vocación de vanguardia, en el sentido de manifiesto o de intervención. Se trata de Distraídos venceremos, el último que editó en vida. Ya desde el título la metáfora militar entra en escena. Pero no solo allí: “Mandé la frase a soñar. / y ella se fue por un laberinto. / Hacer poesía, yo siento, solo eso. / Dar órdenes a un ejército, / para conquistar un imperio extinto”. Vencer distraídos puede ser una consigna de las vanguardias: vencer a los distraídos, vencer a fuerza de distracciones. Algo resultó, puesto que sabemos que el triunfo de las vanguardias es indisputable: los procedimientos que ellas propiciaron, auspiciaron o arponearon dominan la forma en que nos comunicamos. Es decir la forma en que vivimos. Por decir, la escritura ideográfica avanza, sin prisa pero sin pausa. Las palabras parecen sobrar. Hasta nuevo aviso, estamos en la sobremesa del lenguaje.

 

4 – Como Vargas Llosa, como Fogwill, como Don Draper, Leminski incurrió en el oficio de la publicidad. La publicidad puede ser “el gemelo maligno de la poesía”, como se ha dicho, pero este juicio certifica precisamente un tipo de asociación privilegiada. Los límites se escriben sobre arena. El slogan, la punch-line, el juego de palabras, a veces más edificante a veces menos, está siempre presente en la poesía de Leminski, como lo atestigua esta antología: “nadie nace sabiendo / hasta yo soy medio olvidadizo / pero de eso siempre me acuerdo”. La vie en close. Hay un poema, “límites al desnudo”, en el que Leminski solo antologa definiciones –copys en idioma publicitario- de grandes poetas y filósofos sobre la literatura: Pound, Novalis, Heidegger, Bob Dylan, entre otros. Se puede leer allí una reverencia; también, un recorrido irónico que esmerila aquellas definiciones, poniéndolas en serie, como en un piloto automático de la lengua. Algo parecido hizo Perlongher -el primero en mencionar a Lemniski por estos pagos- en su poema “Siglas”. Cabe destacar que Leminski se pone a él mismo como último elemento de la enumeración: la POESÍA es “la libertad de mi lenguaje”.

 

5 – Catatau, la genial novela modernista de Leminski, tiene como punto de partida un imaginario viaje de Descartes en una playa nordestina. El héroe de la filosofía moderna occidental aparece fumando una pipa con hierbas alucinógenas, en el trópico brasilero. Va, ve, pero no vence. El observador y lo observado se funden, se integran o se desintegran en el todo de una lengua voraz. (Otro gran pensador occidental, Levy-Strauss, hizo un viaje similar, pero en la realidad, lo cual confirma que lo novelesco solo sucede en la realidad). La ilegibilidad de la novela contrasta con la poesía de Leminski, que siempre queda en la punta de la lengua. “Poesía porosa”, sí, pero solo a costa de una prosa frondosa, que roza la ilegibilidad. Barrosa. De lo que no queda duda que el problema de la dependencia cultural estaba presente en el imaginario de Leminski: “quisiera poder pensar / como se hace en el viejo mundo / ellos me quieren espejo / como si no tuviese misterio / esta mi falta de asunto”; Mano de estatua / Templo. Columna. Arco de triunfo. / Mil doscientos cincuenta. / Cualquier piedra en Europa / es sospechosa de ser / más de lo que aparente. // Felices las piedras de mi tierra / que nunca fueron sino piedras / Piedras, la luna enfría / y el sol calienta”.

 

6 – Hincarle los dientes al cuello del yo. Al cueyo. Propuesta moderna si las hay. Señala Alejandro Guerri en el prólogo (“Proeminski”) que se podrían hacer varios libros diferentes sobre la obra del escritor de Curitiba. Se podría inventariar y etiquetar: haikus, poemas dedicados a Alicia Ruiz S., poemas visuales.  La idea de “heterónimo” ha rondado en los estudios críticos sobre su obra. Si existiera la posibilidad de pensar esta antología como esbozos de una biografía de Leminski, en los primeros libros aparece con más fuerza la obsesión por no quedar encasillado como un gran poeta de provincia: “por fin / matamos al pequeño poeta de provincia / que siempre fuimos / por detrás de tantas máscaras / que el tiempo trató como a flores”. Como lo relevan sus noticias biográficas, Leminski fue considerado desde temprano una suerte de Rimbaud de Curitiba por sus maestros concretistas: “buen día POETAS VIEJOS / me dejan en la boca el gusto de los versos/ más fuertes que no haré // Vendrá un día en que los sepa / tan bien que se los cite / como quien los ha un tanto hecho también”. La última esperanza mestiza para la poesía. La antología deja claro que una de las búsquedas de Leminsky es la de eludir un yo, y su poesía es esencialmente una poesía de transformaciones, de metamorfosis.

 

7 – Leminski sabía que el fenómeno del lenguaje más afín al mito y al sueño es la metáfora, la súbita intuición de semejanzas entre lo desemejante. La metáfora como forma mágica del principio de identidad. Pero en su proyecto es central transformar al yo en un dispositivo o en un procedimiento (“borrarme / diluirme / deformarme”). La poca presencia de metáforas, metáforas puras y duras, tal vez revele una convicción: ser lo más automático, lo más límpido, lo más superficial, es la mejor forma de eludir el yo. Apegarse al nombre, se ha dicho, es un problema: no hay que permanecer en la eternidad perezosa de los ídolos, sino cambiar, desaparecer, para cooperar con la transformación universal. Actuar sin nombre y no ser un puro nombre ocioso. Aparecer y desaparecer. Muchos artilugios verbales de Leminsky son juegos con su nombre, con la raíz de “Paulo”.

 

8 – Pero el yo va y viene. En los primeros libros antologados, la adolescencia -esa mancha temática cara a otro escritor polaco, Gombrowicz- aparece en la primera parte del libro: “cuando yo tenga setenta años / entonces / se va a acabar esta adolescencia”. En los últimos, póstumos –el ex-extraño (1996) y winterverno (2001)- hay algo de diario de la muerte, de balance y final: “Nada tengo. / Nada me puede ser quitado. / Yo soy el extraño, / el que vino a ser llamado / y, gato, se fue / sin hacer ningún ruido” (ópera fantasma); “Tengo la impresión / que ya dije todo. / Y todo fue tan de repente”. (“el ex-extraño”).

 

9 –  Argentina, 1985. En un artículo aleccionador, Aira ensaya una protesta ante la desdeñosa ignorancia por la literatura brasileña que cunde en nuestro país. Un argentino puede ser considerado un lector culto e ignorar quiénes fueron Machado de Assis, Guimaraes Rosa o Haroldo de Campos (hoy podríamos sumar a Leminski). La ignorancia, de acuerdo con la mirada del escritor pringlense, es recíproca, pero mientras los brasileños no se estarían perdiendo de mucho, nosotros sí. De esa afirmación extrae una serie de observaciones. Glosemos dos. Una, que la literatura brasileña aceptó sin mayores reparos su dependencia cultural de Europa, y allí triunfaron todos los modelos del viejo Continente (neoclasicismo, romanticismo, realismo, naturalismo…) incluso superando al original; la segunda, que los grandes escritores brasileños fueron al mismo tiempo grandes difusores culturales, en contraste con la actitud argentina, donde la excelencia literaria se ha correspondido casi siempre con el retraimiento. En otras palabras, que la literatura brasileña no sufre de una neurosis constitutiva, y que sus escritores y escritoras son seres gregarios. Nota mental uno: pensar a Leminski bajo estas dos claves. Pensar esta antología, y tantas otras cosas buenas que traduce el mundo editorial independiente de la Argentina, como una serie de respuestas al estado de situación planteado por Aira. Nota mental dos: con la democracia, también se lee.

 

10 – La iluminación, el satori, el budismo, el pensamiento zen. Por supuesto que están en Leminski y en esta antología. El budismo promete todo, pero también lo exige todo. Los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola son de otra naturaleza: es necesario la comprensión inmóvil. Vaya a inscribirse en las escuelas de artes marciales más cercana, si quiere escribir poesía, decía Leminski. Creía (o declaraba) que la atención solo se lograba con la pérdida de atención: “Hasta entonces, observesé / la más estricta disciplina. / La sombra máxima / puede venir de la luz mínima” (“la ley del cuán”). Que el asunto era la falta de asunto, y que en ello residía el misterio. Romper el círculo vicioso de la voluntad, para entrar en el vértigo de ser parte del todo. Hay, no obstante, sutilezas románticas: “después de mucho meditar / resolví editar / todo lo que el corazón / me dicte”. El mensaje, por suerte, no está del todo claro.

 

Paulo Leminski, Parezca y desaparezca. Antología poética, Años Luz Editora, 2022. Traducción de Alejandro Güerri.

Sobre El Autor

es licenciado en Letras por la UBA. Realizó tareas de comunicación institucional y curaduría de contenidos web en la Jefatura de Gabinete de la Nación y en la Subsecretaría de Gobierno Digital de la Nación. Ha trabajado en la elaboración de publicaciones para distintos proyectos editoriales. Ha publicado columnas de cultura en medios digitales.

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