MARIPOSAS DE CORAZONES
Mi mamá casi siempre está triste.
Tiene una forma triste
de hacer el desayuno,
cortar la cascara de mi pan,
atar mis cordones y escuchar a papá.
A veces, también, cara enojada.
Cuando deja sus apuntes para atenderme
o deja de hacer alguna cosa,
yo siempre la interrumpo, parece
si tengo hambre o si me caigo
¡mirá lo qué te hiciste! curando mis raspones,
y mi papá desde lejos, que no es nada
siguiendo con lo suyo.
Mi mamá, sana sana con sus manos
dibuja en mi rodilla mariposas
uniendo dos corazones por las puntas.
Mamá tiene cara contenta
cuando vienen sus amigos.
Mamá les dice “compañeros”,
ellos también le dicen “compañera”.
Mi papá y los compañeros hablan
y hablan en la mesa.
Uno de ellos me dice “mi princesa”,
yo le digo tío Daniel.
Es el único que me mira con cara alegre
como si yo no interrumpiera nada.
Mi tío Daniel se levanta y ayuda a mamá.
Ella tiene una forma contenta
de hablar con él en la cocina,
lo escucha y ríe
y le pone la mano en el pecho.
Después se callan y se miran.
Él se sienta al lado de ella
y con los dedos en la espalda
le dibuja mariposas de corazones.
SIETE DE LA TARDE
Mi bisabuela Marcelina nunca odió a nadie
pero sí odiaba las siete de la tarde.
Sentada en la mecedora,
ojos celestes en el horizonte,
sin mirar el reloj,
estoy triste, deben ser las siete,
decía y era cierto.
Justo a esa hora el mundo
parecía quedarse quieto,
las casuarinas dejaban de temblar,
el sol también odia esta hora
las lámparas iluminaban con la misma
luz triste de la tarde y mi bisabuela debía
abandonar el bordado.
Debe ser una premonición de mi cuerpo,
decía y era cierto.
Marcelina y el sol tenían
esa infalible intuición de muerte.
MIS ABUELAS
Una de mis abuelas tiene
fotos de Evita y de La Difunta Correa,
me gusta mirarlas.
Ella le cuelga flores o medallitas
y dice que eran santas.
Mi otra abuela, no
porque no le gusta Evita
y dice que de santa no tenía nada
pero que yo soy muy chiquita
para escuchar por qué.
Ella tiene cuadros hermosos
de los que no cuelga nada
y ojos azules,
anda peinada y pintada
porque es maestra.
Mi otra abuela, ojos marrones,
usa ruleros y un pañuelo
por la mugre de la casa
y me hace mate cocido.
La otra, leche con chocolate.
Mis dos abuelas son igualitas
cuando se tapan con crema la cara
antes de dormir
y en la mesa, calladas siempre
que el abuelo habla.
DESOVILLAR
Estos planos son para que hagas
otros barriletes con tu tata, le dice mi papá
y mi hijo responde: o con mi mamá, y entonces
bueno, bueno y sigue pensando igual
mientras le enseña cómo no perder jamás
el barrilete por culpa del ovillo comprado, mirá
el secreto está en anudar la punta del hilo
en esta cañita, como si fuera un manubrio
chiquito y entonces enrollar todo aquí.
Mi papá abuelo le cuenta de aquel barrilete
que perdió cuando changuito,
porque el ovillo traidor llegó al final,
el hilo se deslizó de las manos como aire.
Mi papá niño persiguió su rombo azul
que se iba haciendo chiquito, chiquito en el cielo.
Se dio cuenta de que él corría menos que el viento
y que las cuadras eran más chicas que las nubes.
Volvió a su casa con el pecho ceñido
pero ni una lágrima porque si no
lo latigueaban con el sauce para que llore con razón
y no por zonceras y mi papá niño aprendió
lo de anudar en la cañita que le anunciaba
el final del hilo, nudito que nunca se soltaba.
Yo niña también escuché lo de su barrilete azul
mientras me enseñaba a enrollar el hilo
pero no sé cómo haciendo se me enredó
y entonces sus manos, puro nudillo, puro chirlo,
su frente fruncida y palabras entre dientes:
changuita opa, esos nudos hacen que el viento
tire y corte y yo niña
rogaba que eso pasara y que mi barrilete
se fuera como aquel azul, libre en el cielo para siempre
y así no tener que volver a remontar con mi papá padre,
mejor ir con mis abuelos a cortar chirimoyas
o al arroyito y buscar en el fondo
piedras azules.
Ahora con mi hijo, papá abuelo, frente serena
y palabras amorosas, muy bien, muy bien, Facundo
pero yo, hija madre, atenta
a sus cejas o a ese chasquido con los dientes
que anticipa sus enojos y miro sus manos
ahora ayudando a las manitos, desenredando
con dulzura y siento alivio y también
una envidia triste
por mis manos sin ovillos, sin barriletes.
Facu dice, quiero hacerlo yo solito, abu
y comienza todo otra vez y nos quedamos
a distancia admirando su felicidad
y mi padre abuelo,
ojos vidriosos, sin darse cuenta posa
su mano en mi hombro, casi un abrazo.
¿Estará pensando lo mismo que yo?
Qué lindo eso de desovillar y ovillar de nuevo.
TETA
I
Mi hermano era bebé y pedía
teta cada tres horas pero
a mamá y a papá
se los habían llevado en un camión
y cada vez que él lloraba, mi abuela Porota
le cantaba “arrorró changuito,
mamá vuelve en un ratito, mamá vuelve en un ratito”.
Mi hermano Seba se dormía
con canciones inventadas
y agua de mazamorra.
II
Mamá debajo de la capucha no entendía
dónde estaba y tampoco sabía
responder preguntas a golpes
pero pudo contar el tiempo con la leche
que le brotaba del pecho cada tres horas.
Cuando hubo silencio escuchó coyuyos
y no entendía si soñaba o era cierto,
raros coyuyos en otoño que cantaban
en una noche estrellada y mi hermanito
acunado en ese canto mientras la luna
hermosa y redonda daba la teta.
III
Los tiraron en la ruta,
les sacaron las capuchas
pero la noche cerrada los dejó
igual de ciegos, ni luna ni estrellas
esperaban su regreso.
La oscuridad no terminaba nunca,
caminaron cansados, adivinando
cañaverales cerca o cerros a lo lejos
y por fin vieron lucecitas, dos faros
del primer ómnibus del día aún
sin pasajeros. Mis papás corrieron
esperanzados y el chofer se apuró a arrancar
porque esa zona era sospechosa
pero reconoció a mi mamá y los alzó
sin preguntar nada ni cobrar boleto,
recordó a mi abuela Porota
guiando su mano de niño, enseñándole
sus primeras letras y llevando
la Sabín Oral en zulky hasta su rancho
donde no llegaba ningún médico.
ALOJITA CANTADA
La Aloja es una bebida dulce y fresca hecha con las vainas de algarrobo.
Bebíamos la versión sin alcohol cuando éramos chicos.
En ese algarrobo sabía haber un pajarito
dele cantar y cantar, decía abuela.
Las vainas en el agua y ella
revolvía contándole cosas
que no escuchaban el abuelo ni la suegra,
después endulzaba y así alojaba
su aloja riquísima,
frescura en las siestas.
La mejor ¿quenó?, preguntaba
es la música de las semillas,
aloja cantada, decía.
Ahora abuela en cama olvida
los días, los nombres
pero recuerda hacer su aloja.
Los hijos le traen vainas y abuela
ojitos nublados mira sin ver,
las acerca y escucha,
estas semillas no están entonadas, se enoja
y grita palabras que nunca dijo antes.
Nadie le avisa de la pacha vendida
ni del cerco ni del dueño del algarrobo.
Los nietos, ladrones en la siesta
le traemos las semillas.
Abuela las escucha y sonríe.
Entonces mueve los brazos, imagina
y revuelve una olla invisible
le canta, le cuenta en voz baja y endulza
su alojita cantada.
NOMBRE ORIGINARIO
Supe que mi bisabuela Rivella vino de Italia pero
yo ando buscando mi nombre diaguita-calchaquí
y no hallo embajada donde acudir.
Sé que ahí están, esos genes, cada vez
que suena el viento como siku entre las cañas
y en la piel trigueña de mi padre Salazar
o en la nariz de mi abuelo González y en esa
sabiduría de yuyos de mi bisabuela Sánchez Paz
¿Quién habrá sido mi tataratatarabuela y la abuela de su abuela?
Acaso una niña allá, en Ibatín, sometida
por los changos de Diego de Villarröel
o la habrá matado el paludismo, el hambre o
la zafra bajo el sol.
Tal vez fue una alfarera o tejedora o estuvo
en los cerros resistiendo, montonera
y en los valles o el monte parió a una guagüita mestiza
y le cantó, bajo la luna, la canción de sus ancestros,
nombrándola al oído: Killawarmi o Intihuasi,
hasta que algún criollo la anotó: María o Josefa o Silvia.
Ando buscando mi nombre diaguita-calchaquí y por ahora
para no engañar tanto a mi sangre, me bautizo
con un nombre que recuerdo susurrado a mi oído: Ohuanta,
el hogar de mis abuelos, al pie de los cerros verdeazules,
tierra adentro.
Selección de poemas de: Parada Obanta, Tren instantáneo, 2022.