Con su acostumbrada y exquisita manera de recrear escenarios, Woody Allen muestra en Café Society, con fluidez fílmica y algunas discontinuidades en la tensión narrativa, una historia de los años treinta en el marco de Hollywood: Bobby Dorfman, un muchacho judío de clase media, surgido de una familia judía típica (y disfuncional) anhela escalar posiciones, arribar a la Meca del Cine y consagrarse. No le falta suerte; cuenta con un tío (el tío Phil) que es un gran empresario hollywoodense: personaje difícil, inaccesible y manipulador, pero que, al cabo, le brindará una oportunidad como mandadero para todo servicio, desde despachar correspondencia hasta entretener a su amante (Vonnie) los fines de semana. Casi sin proponérselo, Vonnie seducirá a Bobby (a la postre, el más inocente de esta historia) y ambos se embarcarán, como es obvio, en un amor prohibido.
Si se pudiera hablar de etapas en la filmografía de Woody Allen, sería legítimo pensar, al menos, en tres, claramente diferenciadas: la primera, integrada por aquellas películas (Bananas, Amor y muerte, El dormilón, Toma el dinero y corre, Todo lo que usted siempre quiso saber…) que sacrificaban la estructura unitaria a favor de una serie de gags irresistiblemente hilarantes y descargados a una velocidad inusitada; la segunda, aquella que comienza con Sueños de seductor y se va interiorizando progresivamente hasta desembocar en sus obras maestras; y la tercera, que se inaugura en 1989 con Crímenes y pecados y que, con altos y bajos, perdura hasta el presente. En esta última etapa, el núcleo problemático es, para enunciarlo de manera breve y sin duda imprecisa, el dilema de orden moral. Si este dilema siempre estuvo en la superficie de la filmografía de Woody Allen, en los últimos años se ha agudizado hasta erigirse en el centro de sus preocupaciones. ¿Qué otra cosa desarrolla Hombre irracional –por tomar una de sus últimas producciones- si no es la disyuntiva entre denunciar un crimen (por más justificado que éste resulte, en el caso en que un crimen pueda estar justificado de algún modo) o silenciarlo? Otro tanto, con sus diferencias y matices argumentales, se puede decir de El sueño de Casandra o Match Point. Con sus matices, Café Society pertenece a esta última etapa.
La atmósfera está recreada con tal maestría que hasta el espectador puede sentirse desubicado ante la problemática y el particular ritmo en el que lo sumerge la película: una cierta (y distanciada) frialdad que no termina de transmitir con fuerza las emociones más profundas que conmocionan a los protagonistas de la historia.
Resultan antológicas las descripciones de los padres de Bobby (una idische mame prototípica y un tramposo), y ahí se redescubre al Woody Allen mordaz y agudo que, con su ironía y su proverbial sentido del humor, desnuda los trazos de su historia, su judaísmo y la aguda mirada sobre la cultura en la que se crió.
La historia es una historia de encuentros y desencuentros amorosos donde la infidelidad transita por distintos momentos, desde el guiño cómplice, que avala y se regodea en el goce del amor prohibido, hasta el cuestionamiento moral de un marido (Phil), que se plantea cumplir con su abnegada esposa o cumplir con su amante a la cual le promete a repetición arreglar su situación y blanquear la historia. Pero hay un rasgo de tibieza en la narración que la convierte en previsible, tierna y un tanto naif. Parecería que el maestro Woody Allen prefirió, en esta oportunidad, la mostración estética y espejada de cada uno de los personajes en mayor medida que internarse en el laberinto profundo de las pasiones humanas.
El final revelará algo que el psicoanálisis sabe desde siempre: el dinero tiene una connotación erótica, ya que el halo de poder y prestigio de aquel hombre que consigue escalar alto (Phil) lo torna el más deseable ante los ojos femeninos. Por eso será que Bobby tendrá que seguir ubicado como segundo o suplente de su poderoso tío, aun cuando estén en juego los sentimientos. Vonnie está presentada, en principio, como una muchacha rebelde y anticonvencional, pero finalmente mostrará rasgos aburguesados y cederá a las tentaciones del dinero y el respaldo que le puede procurar un hombre ya consagrado.
Por ello se puede percibir un rasgo de escepticismo en esta historia, donde permanentemente hay un atajo para resolver la atracción y la pasión. Queda flotando, pues, un cierto interrogante: ¿ni aun en aquella época se podía pensar en los grandes y profundos amores? Quizás la modernidad nos ha hecho creer que los vínculos son más superficiales, pero según el planteo de esta película parecería que la transgresión y la liviandad podían ser moneda corriente aun en los años dorados de los amores románticos.
Sería poco menos que absurdo exigirle que saque de la inagotable galera alguna otra obra que se parangone con Annie Hall (1977, esa celebración del amor romántico entre un hombre y una mujer), o con Manhattan (1979, esa celebración del amor urbano entre un hombre y una ciudad), o incluso con Sueños de un seductor (1972, con guión propio y dirección de Herbert Ross, un filme fundacional en el que encarna de una vez y para siempre a ese hombrecito de baja estatura, semicalvo, hiperpsicoanalizado, torpe hasta la exasperación, perplejo ante la finitud de la existencia humana y con una mala suerte apocalíptica con las mujeres). Sería absurdo, entre otras cosas, porque Woody Allen ya rodó todos esos filmes, ya tiene toda su obra detrás suyo y con lo que filmó basta y sobra para situarlo en el Olimpo de los grandes realizadores del último medio siglo y en la memoria emocional de cualquier cinéfilo que se precie de tal. Aquello que se puede esperar de Woody Allen en los últimos años es eso que se puede denominar “obras menores” en comparación con aquéllas, pero que –curiosa paradoja- serían obras mayores si las filmara cualquier otro director que no fuera Woody Allen.
CAFÉ SOCIETY – 2016, Comedia, 96 minutos
Guión y dirección: Woody Allen
Intérpretes: Jeannie Berlin, Steve Carell, Jesse Eisenberg, Blake Lively, Parker Posey, Kristen Stewart