Valga una aclaración preliminar y necesaria: hay sagas de hierro, aquellas que exigen la lectura disciplinada y cronológica de las obras que la integran; en otras, en cambio, cada uno de los libros se erige independiente del que lo precede. Este último es el caso de la breve saga que, por el momento, componen El cerco (Del Nuevo Extremo, 2012) y Tres segundos es una eternidad: en ambas se oyen resonancias que las emparentan de modo inequívoco, pero cada una hace gala de una música que las singulariza. Por cierto, resultaría aconsejable leer las dos novelas, puesto que ambas confluyen en un suelo común: la buena literatura.
El motivo que pone en funcionamiento esa aceitada máquina de narrar que es Tres segundos… bien podría encuadrarse en el registro de justicia poética de orden urbano: un hombre urgido, al que no le permiten acceder al baño de un bar, pues éste está reservado para los clientes, decide liberarse de su urgencia en la barra del establecimiento. A partir de ese momento, el inspector Vives y el comisario Bermúdez comienzan a jugar ese delicado ajedrez que es uno de los rasgos de pertenencia de los mejores policiales: anticipar los movimientos del adversario. Un juego en el que pierde aquel que, precisamente, comete un error de cálculo, título de la primera novela de Sorín, de 1998.
Las grandes novelas, desde Faulkner hasta Simenon, se caracterizan, entre otros, por un rasgo: todos los personajes son relevantes. En Tres segundos…, los personajes secundarios tienen carnadura, son verosímiles y su construcción es impecable, tres atributos que se hacen extensivos a los protagonistas, a la progresión de la trama y a la novela toda.
Resulta evidente que este período histórico denominado, con buen o desacertado tino, posmodernidad ha traído consigo cambios, modificaciones y desplazamientos, muy especialmente en el registro conceptual. Pruebas al canto: cualquier sujeto rematadamente imbécil es considerado un transgresor, los patéticos filmes pergeñados por la dupla Armando Bó-Isabel Sarli terminaron por resultar objetos de culto, el plagio desvergonzado se enmascara bajo la pátina de suntuosa intertextualidad. A contrario sensu, una novela que no esté atravesada por un texto, un paratexto y un subtexto es poco menos que una pueril composición escolar. Tres segundos es una eternidad es exactamente el texto que quiere ser: entretenido en el más fecundo sentido del término, legible a carta cabal y con una progresión argumental que mantiene en vilo al lector; carece de intratexto, guiños cómplices a la Cátedra y un subsuelo de significantes lacanianos. No hay, pues, más que agradecerle a Daniel Sorín que la haya escrito tal y como está escrita. Por fortuna.
Título: Tres segundos es una eternidad
Autor:Daniel Sorín
Editorial: Vestales
206 páginas