La cara en el espejo y el reflejo del alma.
La vecinita de enfrente lo tiene loco de amor. Otro amigo vive a la vuelta con sus padres y también con “una viejita que sabe todo”, la abuela.
Vito, Julieta y el Guille son pequeños creciendo en aquel pueblo condenado a pagar un alto precio en fenómenos extraños.
Vito comienza a contarnos esta historia a partir de ver cómo se convierte su madre, en otra cosa, aflorando en ella con rigor una rara expresión física de la naturaleza rota. Una reacción de raíz; una venganza postergada. Los hombres búho y los fantasmas.
La Biblia, el pétalo de mamá y el beso de esa niña elegida.
Un único álamo vivo, entre tantos otros mutilados.
Noche de luna llena y amarilla. La jaula de las mutantes.
La peor tormenta, la explosión y a su tiempo el fuego.
Los gritos de Julieta. Los demonios y las hojas verdes que les tapaban los ojos.
Una nube roja y amarilla. La plaza vacía.
Casa quemada; escombros de la casa, y los vecinos que pasan como si nada pasara.
La máquina del tiempo. Una estación de tren y el desconocido del sombrero.
El hambre y la cucaracha. La rata que se quedó mirando.
Y algo pendiente: volver para saber, para tener certezas.
¿Cuándo descubriste tu vocación, el deseo de escribir?
Escribir me gustó siempre, pero empecé a tomármelo en serio cuando decidí dejar la facultad, y ahí nomás encontré el taller de Laiseca, al que voy desde ese momento.
¿Cómo nace esta novela?
Como un ejercicio. Estaba trabada totalmente, no se me ocurría nada, y me puse a escribir cualquier cosa, casi sin pensar. Entre ese choclo de palabras encontré el comienzo de esta historia.
Es una historia narrada desde un niño –desde su punto de vista- y, así, la trama parte del lenguaje del niño; es ese lenguaje el que va tramando esta historia, desde que el niño observa una realidad, la interpreta, se preocupa y decide actuar. ¿Podrías ampliar esta idea?
No sé si planeé mucho, pero lo que pensé, lo pensé desde la voz de Vito. Lo que me permitió esta voz infantil es contar una historia sin la necesidad de que todo esté explicado, ni al lector ni a mí misma. De hecho, todavía hay cosas que no sé cómo pasaron. Creo que esta voz me dio la posibilidad de poner el foco en lo que le pasa al personaje con su alrededor, sin tener que contar en detalle cómo y por qué sucede lo que sucede.
Un niño, el papá y la mamá. Sin embargo, no caés en la tentación; no conducís hacia ese lugar común que busca motivar al lector esperando que se vea reflejado en el vínculo familiar. Ello merece ser destacado; ¿lo pensaste así, o simplemente, así, se dieron las cosas?
Me parece que la idea nunca fue contar la historia de una familia. Por supuesto, Vito tiene una familia. Quise centrarme en la mirada del nene hacia los acontecimientos. Entre ellos, su vida cotidiana. Pero yo quería contar otra cosa, Vito quería contar otra cosa, las cosas que no podía explicar, que le llamaban la atención, que lo lastimaban. Ahora que me lo preguntás, hubiera estado bueno quizás profundizar un poco más, pero sería otra novela, otra historia.
Experimentos de laboratorio, medio ambiente, naturaleza agredida; cosificación de la mujer; abusos de todo tipo; infancia; interacción social; enigmas y dilemas. Son asuntos complejos que encontramos en la novela y que después perdemos; ¿qué podés decirnos, en breve síntesis, sobre cada uno de estos temas?
Esta novela la escribí en 2008, así que se me pierden muchas cosas que quizás haya querido decir en ese momento. No sé si uno busca premeditadamente escribir sobre ciertos temas. Me parece que es al revés: estos temas te atraviesan en el momento en que estás escribiendo. Vivimos en un mundo muy complejo, ¿no? Hay cosas que es mejor dejarlas ir y no complejizar demasiado. Creo que los chicos, en ese sentido, son mucho más simples, la tienen clara, no se estancan. Fluyen.