Un colegio de monjas que encierra entre muros sutilezas de significado, y un fantasma. En el mismo lado, una alumna cuyo nombre pasa a ser el nombre del miedo de su amiga, quien queda atrapada en esta historia sin reclamar claridad ni sensatez. Cuerpos presentes elegidos como refugios del pasado. Cuerpo atormentado. Frente a espíritus y demonios que divagan, no todos los cuerpos dan lo mismo; algunos se ofrecen como imanes.
Por otro lado, una monja que se escapa y, al mismo tiempo, un exhibicionista que aparece, obligando a reclutar “ángeles de la guarda” dispuestos a formar escuadrones de vigilancia para pescar sospechosos solitarios – y un secreto de familia -.
El cielo, la roca, el mar y las doncellas. La desnudez; el dolor y la dulzura de la carne; la tentación, el pecado, la penitencia. El sendero del águila, el de la serpiente, el del navío; el del hombre. Los enigmas, la casa abandonada detenida en el tiempo. El deseo de espiar el cielo.
Comprender y alterar el rumbo de las cosas. La pertenencia y la soledad. La adolescencia; la primera vez y “El Perfecto Desconocido”.
Cumplir una misión sin murmurar una queja. Tratar de estar naciendo todo el tiempo sin saber salir indemne de semejante prueba. Las influencias.
El accidente que la muerte espera. La vida; la negación de la vida. Y el comienzo de la vida verdadera.
De todo esto trata la novela. Y entre tantos misterios, algo es claro. Al infierno también puede llegarse por herencia, o por la ruta escondida de tentaciones ajenas.
Betina González nos acerca su talento, su lenguaje, su imaginación y sus sospechas. Para bien o para mal, abre una puerta.
¿Cómo llegaste a esta novela, al punto de partida y a su entramado?
Esta es una novela que, de una manera u otra, siempre llevé conmigo. Es la novela que hubiera querido leer cuando tenía dieciséis años y era lectora de las hermanas Brontë; del Henry James de Otra vuelta de tuerca, de Alejandra Pizarnik. Lo que pasa es que tuve que aprender mucho – escribir otro tipo de libros – para poder llegar a Las poseídas. Sobre todo, aprender a dejar atrás cierto realismo limitador. Pero concretamente, el punto de partida, lo que finalmente me decidió a lanzarme a su escritura fue la lectura de «Los hermosos años del castigo» de Fleur Jaeggy. La atmósfera de esa novela de Jaeggy me hizo pensar que el mundo de las escuelas católicas para chicas había sido muy desaprovechado, al menos en la literatura latinoamericana. Y es un mundo tan complejo, que ofrece tantas posibilidades….La figura de la adolescente es tan rica y ambigua, tiene matices casi fantásticos. Lo que sucede es que es una figura sobre la que, literaria y culturalmente, siempre predominaron las miradas masculinas como la de Nabokov o la de Onetti (otros dos intertextos clave, trabajados desde la ironía, de Las poseídas).
¿Desde qué lugar podés mirar y relatar tanta ausencia de luz en esta historia, y al mismo tiempo iluminarla?
Un buen ilusionista nunca revela sus trucos (que no son tales). Podría decirte que la novela se escribió sola, es un lugar común pero es cierto. Creo que el contraste que mencionas se logra sobre todo narrando desde la autenticidad.
El uso del lenguaje, las palabras ubicadas en un espacio preciso que les da la fuerza capaz de parir imágenes perfectas, obliga a preguntar: ¿Qué aparece primero en vos, el verbo o las figuras?
Ninguna de las dos cosas. Quisiera cuestionar la idea de que el escritor escribe como jugando con bloques, como partiendo la frase, el párrafo, los capítulos en pedacitos de materia que va uniendo. O al menos yo no escribo así, lo que mencionás de la unión entre palabras e imágenes ocurre siempre que hallás el tono indicado de la voz narrativa, esa voz, con su tono y sus ritmos te lleva a la felicidad verbal que le conviene a esas historias. Yo tuve la suerte de dar con María de la Cruz, una voz única. Las novelas se escriben escuchando voces, tonos, en eso se parecen a la música. No podés separar imágenes de ideas o de verbos. Esa intuición de la tonalidad también se aplica a los capítulos, a las grandes perlas de luz (diría Rosa Montero) que constituyen las escena cruciales de una historia.
¿Qué lugar ocupa actualmente en la cultura la escritura creativa?
En Argentina hay resistencia a pensar que se puede enseñar escritura creativa como cualquier otra profesión artística (música o plástica) en la universidad, por ejemplo (esto parte de la idea ya obsoleta de que el talento del escritor es genético o algo así y de que se cultiva en soledad, por no hablar de la lamentable suposición de que como todos tenemos acceso al lenguaje no hace falta formarse en él, ejercitarlo, vivirlo, etc). Paradójicamente esta oposición hace que proliferen los talleres de escritura malos, de gente bien intencionada pero que en verdad no ejerce el oficio de escribir ni conoce lo frustrante y a la vez maravilloso que es enfrentarse a problemas narrativos con la materia del lenguaje como única arma. ¿Cómo va a enseñarle a un alumno esa tarea alguien que no la ejerce? Y sin embargo, ocurre, ahí están los chantas «enseñando» talleres. Por suerte, acaba de abrirse una maestría en escritura en una universidad del conurbano, lo cual me parece un espacio interesante, no digo que sea el único posible (el de la universidad) pero me sorprende, viniendo de EE.UU. que tanta gente se oponga a este tipo de programas (sobre todo los propios escritores). Autores como Flannery O’Connor, Kurt Vonnegut, Martin Amis, Kazuo Ishiguro y muchos otros cursaron o enseñaron en este tipo de maestrías. No parece haberles ido mal con eso, ¿no? Y a lo que argumentan que igual les hubiera ido bien, les contesto que sí pero que por algo ellos, muy sagazmente, buscaron ese entorno de circulación del conocimiento.
¿Qué disfrutás más, ejercer la docencia o escribir y publicar tus obras?
Disfruto todo. La docencia es un espacio sinérgico increíble y adoro a mis alumnos de la Universidad de Buenos Aires. Me parecen brillantes. El goce de la escritura es intransferible así que no voy a intentar explicarlo. En cuanto a publicar, la parte que menos me gusta de esa instancia es la necesidad de tener un personaje público, una «Betina González» para la vidriera, trato de que ella sea lo más auténtica posible. Pero tampoco una puede poner allí el corazón para que te lo pisoteen. Si pudiera ser una escritora reclusa lo sería si dudarlo. Pero me temo que el tiempo de los escritores secretos a la Salinger o Pynchon se acabó hace rato.
¿Por dónde buscás la inspiración y dónde la encontrás?
Te contesto con una frase de la Biblia «Me hallaron los que no me buscaban» (hagamos hablar a la inspiración con palabras divinas, es lo único que nos queda para los que somos neopaganos como Pessoa).