Hay marcas consagradas cuyo sostenido mérito consiste en ser, a lo largo del tiempo, idénticas a sí misma, consintiendo ligeros variantes que en modo alguno alteran su sello distintivo; un traje Armani, una lámpara Tiffany o un Chanel Nro. 5 son eso que son; ostentan como un timbre de honor aquello que se denomina “la marca en el orillo”; con eso les basta y sobra para garantizar la calidad o tolerar el repudio. La rueda de la maravilla es un filme de marca Woody Allen, lo cual exime de copiosas o remanidas consideraciones.
En esta ocasión, la propuesta es mostrarnos “la rueda del destino”, cuyos giros, inexorablemente, se repetirán a lo largo de los años sin solución de continuidad. Giny (Kate Winslet) es una bella mujer que recuerda con melancolía sus breves incursiones teatrales en el curso de su juventud; añadiendo hastío a su nostalgia, sobrelleva una vida gris y, como ella misma reconocerá, haciendo “un personaje que no le corresponde: el de camarera”. No logra ser feliz en ninguno de los atajos que busca, lo cual la dota, en el curso del filme, de un perfil psicológico harto interesante. Tiene un hijo de diez años, fruto de un anterior matrimonio, con conductas disfuncionales y hasta tal punto identificado con la figura materna que lo único que le interesa es ver películas, sumergirse en la ficción para desertar de la realidad; y cuando se siente a salvo de cualquier mirada, da rienda suelta a la piromanía: prende fuego cuanto tiene a su alcance y escapa. Odia al marido de Giny y Giny le escamotea todo dato respecto a su verdadero padre, simplemente le dice: “Él se fue”, lo cual, por otro lado, no es la verdad. Giny está demasiado ocupada en su propio drama como para hacerse cargo de un hijo que crece en un universo asfixiante, un niño que no ha sido alcanzado por la ley ya que no hay padre ni sustituto que lo encarne. El filme mostrará a un niño que, producto del desamor y el abandono, juega su rebeldía evadiéndose y transgrediendo con conductas rayanas en lo delictivo.
El fuego quema, destruye y purifica. En este sentido, la piromanía del niño se podría leer en clave de un intento imposible: arrasar todo para reconstruirlo; única y agónica salida a un sin salida de la rueda del destino y que deja en el aire el interrogante mayor del filme: cómo detener esa rueda para que no siga girando y reiterando sus giros en el marco de una estéril eternidad.
Woody Allen narra sin prisa y sin pausa el desarrollo de esta trama que conduce al espectador a través de un hilo invisible, pero firmemente tensado por el consumado oficio del director. Se pueden comprender así el anhelo y la frustración de cada uno de los personajes: Giny, su marido, los hijos de ambos y el narrador, quien, como es característico en Woody Allen, es simpático, seductor y previsible. La propuesta del cuento de Woody Allen –como la propuesta de todo creador, desde Kafka hasta Bergman- es que resulta necesario aceptar las reglas de su juego: el enamorado siempre será ingenuo e inexperto, y las mujeres que lo seduzcan, complicadas y temibles.
Por último, cabe señalar que, al parecer, Woody Allen ha virado de las laboriosas y revolucionarias revelaciones de Freud al melancólico concepto griego de amor fati (amor al destino): ocurre aquello que está destinado a ocurrir; sea el príncipe Edipo o el borroso empleado de una compañía de seguros, el hombre está sometido a esa férula de hierro: el destino que le ha tocado en suerte.
LA RUEDA DE LA MARAVILLA (U.S.A., 2017) – Guión y Dirección: Woody Allen – Intérpretes: Kate Winslet, Juno Temple, Justin Timberlake y Max Casella.