El historiador Roberto Baschetti recuerda su paso por Eudeba durante la dictadura de Lanusse, lejana al esplendor del recordado Boris Spivakov.
Mayo de 1972. Tenía 21 años y me sentía en la plenitud de mi condición física. Ayudaba el hecho de que cinco meses antes, había concluido con mi servicio militar obligatorio en el Regimiento 3 de Infantería de La Tablada. Lo que implicó (era otra realidad social) conseguir trabajo rápidamente.
Así fue que ingresé en la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA) comenzando una relación de cariño y amor con los libros que se mantiene inalterable con el paso del tiempo. Luego de un corto trabajo en la sección contaduría que para mí era comparable a un “vía crucis” con latigazos y corona de espinas incluida, (me llevé matemáticas de 1º a 5º año en el secundario, así que imagínense), logré el pase a un sector en formación en donde éramos dos personas solamente: mi jefe, un fumador empedernido e intelectual de cuño socialista, como era Don Atilio Ramaglia y yo. EUDEBA por entonces tenía una serie de quioscos ofreciendo sus productos, diseminados por las principales universidades públicas y algunas calles y avenidas capitalinas. Quienes atendían dichos espacios solían quejarse de la falta de un catálogo actualizado que contemplara el ciento por ciento del fondo editorial disponible y además, medio en la nebulosa, hablaban de que alguna vez había existido un catálogo de ese tipo, por colecciones y disciplinas; además temático. Me propuse rehacerlo y actualizarlo.
Busqué antecedentes, pregunté, bajé al depósito, subí a dirección. Al fin pude dar con un ejemplar de aquel vetusto antecedente del que todos hablaban satisfactoriamente y que era algo así como la piedra basal del sistema de catalogación moderno.
Hasta el día de hoy, resulta para mí una incógnita desentrañar como lo usaban y como satisfacían la inquietud de los potenciales lectores en búsqueda de novedades. Voy a dar sólo tres ejemplos. El libro de Lynn White Jr. Fronteras del Conocimiento, que se adentraba en los vericuetos de la naturaleza humana, alguien lo había colocado en el rubro de “Geografía” por eso de fronteras. En el mismo sentido de clasificar en base a una palabra, un trabajo de Arthur Koestler, titulado Los Sonámbulos (que vio la luz en la Biblioteca El Hombre y su Sombra), fue a parar entre las obras de “Psicología y Ciencias Médicas”, cuando si se hubiera prestado atención al subtítulo del libro que hablaba de la “Historia de la cambiante cosmovisión del hombre”, o al menos se hubiera hojeado el mismo, se habría advertido rápidamente que se trataba de una historia de la cosmología.
La frutilla del postre fue Seis Alas de George Sarton (creo que ya imaginan lo que sucedió…aunque resulte difícil de creer…) que fue a parar entre los libros de “Veterinaria” cuando la trama de este trabajo se centra en la lucha que libró la ciencia para destruir los dogmas y las supersticiones de la época medieval de la mano de hombres geniales como Copérnico, Tycho Brahe, Paracelso y Leonardo da Vinci, entre otros. El nombre del libro era así, porque éste se dividía en seis capítulos o alas, título que derivaba y tenía relación con el Antiguo Testamento. Por lo demás hasta el día de la fecha nunca pude ver o tocar un ave o cuadrúpedo con seis alas; pero no pierdo las esperanzas.